A 20 años del 11S

“Los 20 años transcurridos desde el 11 de septiembre han estado signados por serios desafíos ecológicos, económicos y políticos, un hito científico y otro tecnológico, y un virus, sucesos que resumo aquí brevemente“.

Se conmemoró el sábado pasado el vigésimo aniversario de la caída de las Torres Gemelas del World Trade Center, el acto terrorista más espectacular de la historia y quizás el que más repercusiones ha tenido en la geopolítica del mundo contemporáneo, después del asesinato del archiduque de Sarajevo, el magnicidio que desató la Primera Guerra Mundial en 1914.

Los actos centrales tuvieron lugar en la Zona Cero, en torno a las dos enormes piscinas de mármol negro en cuyos bordes están grabados en bajo relieve y con letras doradas los nombres de las casi tres mil víctimas del famoso siniestro. Sus nombres fueron leídos uno a uno, con paréntesis musicales, entre ellos la actuación Bruce Springsteen. Sobre el mármol hubo banderitas estadounidenses, rosas, fotografías y lágrimas.

Después de considerar decenas de diseños, la alcaldía de Nueva York decidió no levantar monumentos en la zona. Solo están el agua, antiguo elemento lustral, y el vacío como símbolo elocuente de la ausencia de las torres y de las víctimas.

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El presidente Biden hizo un llamado a romper la polarización: “En el momento de mayor vulnerabilidad, la unidad es nuestra mayor fuerza”. Donald Trump calificó de “inepta” e “incompetente” la salida de Estados Unidos de Afganistán. Tiene razón, si consideramos que esos adjetivos y otros peores pueden aplicarse a toda la historia de la política exterior norteamericana, que la ha convertido en una nación universalmente antipática, cuyas intervenciones militares nunca han beneficiado a los países “auxiliados” (en realidad invadidos) y que privilegia siempre los intereses de la industria militar y de los contratistas norteamericanos de la “reconstrucción” de esos países.

El caso particular de Afganistán está resumido perfectamente en un trino que circuló en redes: “Si alguna vez te sientes inútil, recuerda que se necesitaron 20 años, billones de dólares y cuatro presidentes de Estados Unidos para remplazar a los talibanes por los talibanes”. Lo mismo podemos decir de Vietnam, que hoy sigue en manos comunistas. O de Nicaragua, donde el sátrapa Anastasio Somoza fue remplazado por el sátrapa Daniel Ortega.

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Hitos de las dos primeras décadas del siglo XXI

Los 20 años transcurridos desde el 11 de septiembre han estado signados por serios desafíos ecológicos, económicos y políticos, un hito científico y otro tecnológico, y un virus, sucesos que resumo aquí brevemente.  

Los ambientalistas aseguran que el descontrolado crecimiento económico presiona los sistemas ecológicos y ha originado el calentamiento global, matriz de muchos de los desastres “naturales”. Aunque algunos piensan que «no es para tanto», la mayoría de los expertos creen que debemos tomar en serio todas las alarmas.

Cabalgando sobre las ruinas del socialismo y las promesas incumplidas del neoliberalismo, han hecho su agosto las propuestas irresponsables de los líderes de ambos extremos del espectro político. Los populistas se caracterizan por su obsesión en privilegiar las “soluciones” de fuerza, el atropello a las minorías, la persecución a la prensa y la oposición, el nacionalismo a ultranza, una oposición soterrada a la ciencia y la adopción de políticas asistencialistas y demagógicas, una especie de humo santo. Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos. son ejemplos nítidos de esta aberración política.

El 2016, año del triunfo del bréxit en Inglaterra, de Trump en Estados Unidos y del No en el plebiscito colombiano, marcó el apogeo del populismo mundial en esta veintena.

En ciencia, el suceso más importante fue el desciframiento del genoma humano, la transcripción del código genético de nuestra especie, una suerte de “canon de diseño” inscrito en el ADN y seguido por los aminoácidos, inventores de proteínas, células, tejidos, órganos, sistemas e individuos.

En tecnología, el invento estrella es el smartphone, ese delgado paralelepípedo que amenaza con borrar del paisaje al computador personal. Y la tendencia más ambiciosa es la inteligencia artificial, un cúmulo de algoritmos y redes “neuronales” que prometen transformar radicalmente el mundo laboral en los próximos decenios. Es probable que los abogados, los médicos y los conductores del futuro sean puro software, programas que conozcan perfectamente los hábitos, los vicios y los indicadores vitales de los clientes, y los vericuetos de la última calle del último pueblo del mundo, y que tomarán en segundos decisiones más atinadas que los mejores profesionales de casi cualquier gremio.

Variantes del covid-19, lo que se sabe de la cepa colombiana
“El virus vino a recordarnos que somos más frágiles y mucho más mortales de lo que pensábamos”. Foto: PAHO

Por esta vez, el gran personaje no es un ser humano sino el covid-19. Carente de vida, pero dotado de la inteligencia química inventada por las bacterias hace cuatro mil millones de años, el virus vino a recordarnos que somos más frágiles y mucho más mortales de lo que pensábamos, y que definitivamente la salud pública no puede ser un asunto enteramente privado.

El 11 de septiembre y las consecuencias

Dije al principio que el atentado a las torres gemelas fue un suceso “espectacular”. La utilización de este frívolo adjetivo merece una explicación. En efecto, el hecho de que una organización pequeña le inflija semejante golpe a la primera potencia del planeta, que lo haga utilizando aviones norteamericanos, que ataque al tiempo un símbolo tan icónico como las Torres y un objetivo tan estratégico como el Pentágono, y que toda la operación resulte absurdamente económica y sea transmitida en vivo para todo el mundo solo puede ser calificado con un adjetivo tan norteamericano como “espectacular”.

Atentado a las Torres Gemelas, 11 de septiembre de 2021
Atentado a las Torres Gemelas, 11 de septiembre de 2001

Las consecuencias han sido considerables. Madrid, Londres, París y Berlín han sufrido ataques terroristas. Por primera vez en la posguerra, las batallas se libran en las grandes capitales de Occidente. El hecho ha motivado miles de paneles y ensayos que nos han permitido conocer un poco mejor ese hemisferio aún oscuro, el oriental, y nos obliga a plantear preguntas complejas:

Las operaciones militares de Occidente en Oriente, ¿califican como operaciones terroristas o son cruzadas modernas y loables?

¿Cuánta responsabilidad le cabe al primer mundo por el desorden mundial que nos dejó el viejo colonialismo y que se perpetúa en las formas modernas de ese infame abuso imperial?

¿Cómo resolveremos la contradicción que nos plantean el auge del nacionalismo y la solución de problemas tan globales como el calentamiento de la biósfera, los refugiados y los delitos trasnacionales?

Un paréntesis y una nota. Occidente tacha de fundamentalista a Oriente, es decir, fanático. Y es cierto que en asuntos como los temas de género hay sectas muy cavernarias allá. Pero reconozcamos que Occidente es mucho más imperialista y que padece en mayor grado un delirio agudo, la obsesión por el oro, ese mito que se resiste a morir y cuyo brillo sigue encandilándonos tercamente.

Nota. No olvidemos que en el momento más fundamentalista de Occidente, durante el cristianismo febril de la Edad Media, fue decisivo el benéfico influjo del Islam ―su tolerancia y sus artes, sus sabios y traductores― en la inscripción de Europa en la modernidad.

La reacción norteamericana fue brutal. Ofendido en su orgullo de marshal del universo, Estados Unidos emprendió una operación de tierra arrasada que maquilló con lemas tan conmovedoras como la “lucha contra el Mal”, “una cruzada por la democracia y la libertad“. Hasta Dios entró a la refriega: George W. Bush lo citaba como un aliado de Estados Unidos porque el Islam era, obviamente, el bando del demonio.

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Es verdad que los Estados Unidos necesitaban reparar la afrenta, pero aprovecharon para afianzar sus bases cerca de puntos estratégicos y campos petroleros en el Medio Oriente (hoy tiene bases en 70 países) y hacerle el trabajo sucio a Europa, que siempre lo respalda con dinero, votos en la ONU y campañas masivas de opinión, pero le cuesta mucho reclutar jóvenes europeos para la guerra.

En Colombia, la consecuencia más directa fue la continuidad del flujo de dólares americanos para el Plan Colombia, un programa contra la subversión iniciado en la administración Pastrana. Hábilmente, la administración Uribe inscribió su guerra contra las Farc en esa amplia cruzada de Occidente contra el terrorismo liderada por Estados Unidos La cruel paradoja es que en la lucha contra el terrorismo de las Farc jugó un papel central un jugador más sanguinario y terrorista que las Farc, el paramilitarismo, aliado íntimo del Ejército y el establecimiento.

Otra consecuencia funesta fue la exacerbación de la xenofobia en todo el mundo, fenómeno que vino a reforzar la inveterada aporofobia de todos los tiempos, y los extranjeros fueron discriminados en muchos países de ambos hemisferios. Recordemos los degollamientos y los ultrajes a periodistas occidentales en el Medio Oriente, el intento de Trump de prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos, y el desprecio por los latinoamericanos en sus discursos.

La paranoia mundial provocó también desarrollos de software de reconocimiento biométrico y avances notables en la interceptación de las comunicaciones.

Conclusión

Nadie que esté en su sano juicio puede celebrar la tragedia de las Torres ni aplaudir ataques a la población civil en ningún lugar del mundo, y menos en Nueva York, “un lugar de la memoria”, como dijo un poeta. Pero ya que estamos ante hechos cumplidos, podemos concluir que resulta sano que no sean solamente el tercer mundo y las poblaciones rurales los escenarios de la guerra. Y que el hecho de que también vivan esos horrores los habitantes de las capitales del primer mundo es una pedagogía brutal pero necesaria. Quizás así entendamos que la globalización copa todas las esferas de la actividad humana y que las guerras, el calentamiento de la biósfera, el hambre, los refugiados y los delitos trasnacionales son problemas que solo pueden ser enfrentados con esfuerzos de cooperación internacional creativos, generosos y sostenibles.

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