Sesenta años de ‘La violencia en Colombia’ de monseñor Guzmán y ‘La Violencia’ de Alejandro Obregón
En este mes se conmemoran los 60 años de una de las pinturas más importantes de la historia del arte colombiano y del libro que revolucionó las ciencias sociales en el país. El tema central de ambas obras es la violencia.
Corría el año de 1962. Los colombianos habían elegido al conservador Guillermo León Valencia como presidente de Colombia, el segundo del Frente Nacional. El gobierno de Alberto Lleras Camargo —que, desde 1958 se echó al hombro el reto de pacificar, reconciliar y poner fin a la violencia bipartidista— llegaba a su fin.
Cuatro años después, los resultados eran agridulces. A solo un mes de terminar su mandato, los reclamos de los campesinos que no veían los dineros ni las tierras prometidas por la reforma agraria aumentaban, así como las protestas sociales. Incluso, el 3 de julio de 1962, los habitantes de calle de Bogotá salieron a protestar contra del obierno bajo el lema “Los gamines también somos colombianos”.
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A la agitación social se sumaba la persistencia de la violencia en los departamentos de Tolima, Huila, Cauca y Valle del Cauca y el Eje Cafetero. Bandoleros, antiguos líderes de las guerrillas liberales y de grupos armados conservadores, comúnmente llamados “pájaros”, que se habían negado a dejar las armas durante el gobierno de Lleras Camargo, sembraban el terror en estas regiones del país. Se alejaba así la posibilidad de la paz. Todos los días en la prensa nacional aparecían titulares que daban cuenta de los asesinatos y masacres llevadas a cabo por estas bandas. Uno de los protagonistas era Efraín González, bandolero conservador de origen quindiano que asolaba a Boyacá y Santander.
En este contexto, el 3 julio de 1962, el jurado del Salón Nacional de Artistas le otorgó el primer premio a Alejandro Obregón por su pintura al óleo titulada La Violencia. Días después salió al mercado el libro La violencia en Colombia de Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. Ambas obras revolucionaron su época y dejaron una marca indeleble en la historia del país. La primera es un icono de la pintura colombiana y la segunda transformó las ciencias sociales del país, al intentar dar una explicación sociológica a la violencia de mediados del siglo XX.
Dos imágenes macabras de ‘La Violencia’
El lienzo de una mujer embarazada muerta, tendida en el piso, posiblemente mutilada y con heridas en la cara y en el seno derecho resumió el horror de la violencia en el país y la dio a conocer a los colombianos que poco sabían lo que sucedía en las regiones. La obra era el final de una serie de cinco estudios que Obregón hizo en 1962 en los que exploraba el tema de la mujer embarazada asesinada. En uno, la víctima aparece teñida de rojo y en los otros aparece una herida en su vientre.
espacio en el paisaje de Alejandro Obregón’, catálogo realizado por Isabel C. Ramírez B.
Semanas después, en una entrevista dada al periódico El Tiempo (29 de julio de 1962), el pintor barranquillero explicó las razones de su obra: “(La Violencia) es, tal vez, el tema más importante en la actualidad colombiana. Se manifiesta en todo”. Obregón, quien ya había hecho cuadros sobre el tema, como la Masacre de 10 de abril (1948) y Estudiante muerto (1956), consideraba que la violencia se había convertido en un paisaje en el país. En la misma entrevista dijo: “En México hay un volcán con nombre de mujer desnuda. Es una cordillera que sugiere formas yacentes. De la misma manera, ‘La Violencia’ podría asemejarse a una mujer asesinada que asemeja la cordillera del Quindío”.
Pero la violencia no solo parecía un paisaje. Era tema constante en las sesiones del Congreso en las que congresistas culpaban a todos, a los partidos, al gobierno, a los militares, a lo bandoleros, a los comunistas, de su recrudecimiento. Incluso, en algunas ocasiones era defendida y exaltada. Coincidencialmente, el día que El Tiempo (26 de julio de 1962) anunciaba, en la galería El Callejón, “los óleos de Obregón sobre la violencia”, también aparecía una noticia sobre un debate del día anterior en la Cámara sobre la violencia en el Valle del Cauca. Allí, el representante conservador afirmó que era “un honor ser pájaro” y elogió la historia de esos grupos.
La imagen de Obregón tuvo su parangón en la obra de monseñor Guzmán. Dieciocho meses después de haber salido al mercado el primer tomo de La Violencia en Colombia, apareció el segundo. En su interior salía una fotografía aún más desgarradora que el óleo del pintor barranquillero: una mujer tendida en el piso, al parecer embarazada, con un vestido teñido de sangre y a la que le habían introducido chamizos por su vagina. La aterradora imagen, que estaba acompañada con la leyenda “Crimen inenarrable: maternidad frustrada”, era el relato gráfico de los padecimientos de madres e hijas durante la violencia.
Una verdad que pocos quieren aceptar
Pocos días después de que Obregón ganara el premio del Salón Nacional de Artistas, salió al mercado el libro La Violencia en Colombia, que alborotó el mundo intelectual y político. Podría decirse que su elaboración fue un poco fortuita.
Guzmán, que había sido miembro de la Comisión Nacional Investigadora de las Causas y Situaciones Presentes de la Violencia en el Territorio Nacional, creada por la Junta Militar de Gobierno en mayo de 1958, no tenía la intención de escribir un libro resultado de las indagaciones hechas en ese órgano. Sin embargo, en 1961, Orlando Fals Borda, decano de la recién creada Facultad de Sociología, y el sacerdote Camilo Torres, entre otros, viajaron al Líbano, Tolima, a convencer a Guzmán de escribir un libro con el apoyo de la facultad. La idea tuvo el apoyo del presidente Alberto Lleras Camargo y de la Iglesia católica, que le dio permiso para retirarse de su puesto como párroco de esa población tolimense.
Al respecto, Fals Borda, en una entrevista hecha por Lola Cendales, dijo: “Camilo me convenció de que fuéramos a visitar a monseñor Germán Guzmán, que era entonces párroco del Líbano, Tolima, e hicimos la expedición él y yo, también nos acompañó Roberto Pineda Giraldo, el marido de Virginia Gutiérrez (…) Allá vimos el archivo y lo convencimos de que se viniera a trabajar a la Facultad de Sociología. Él hizo los trámites para salirse de la parroquia y nos llegó con todas las cosas y trabajamos juntos escribiendo el primer tomo sobre la violencia. Lo hicimos en secreto, nadie sabía que lo estábamos haciendo porque era muy delicado. Habíamos decidido decir las cosas con nombre propio, fechas y sitios”.
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Los pioneros del proyecto tenían la idea de integrar todas las perspectivas sobre la violencia en Colombia. Así que invitaron, sin éxito, a un militar y a un psicólogo. El que sí aceptó fue el abogado Eduardo Umaña Luna. Tras pocos meses de escritura, el resultado de la investigación causó una polémica que duró todo el segundo semestre de 1962. Las conclusiones de los tres autores difícilmente las podía aceptar buena parte de los colombianos y de la élite política nacional. En una, ellos afirmaban que “todos podemos ser culpables, por comisión y omisión, de los hechos violentos que han venido ocurriendo”. Por otra parte, responsabilizaban a los conservadores del origen de la violencia.
El alboroto causado por La violencia en Colombia fue de tal magnitud que, en el segundo volumen, publicado en 1964, Fals Borda escribió una introducción en la que sistematizó y dio una explicación sociológica a las críticas. Las primeras fueron favorables a la investigación. El editorial de El Tiempo del 26 de julio de 1962 recomendó la lectura del libro efectiva, “sin olvidar un solo instante que las atrocidades que en él se narran no ocurrieron en ninguno de esos países aún tenidos como primitivos sino en su propio territorio”.
Tres días después, en su reseña publicada en el mismo diario, el escritor Gonzalo Canal Ramírez dijo que “los caminos más sangrientos de Colombia” narrados por los autores le habían quitado el sueño. Aseguró que no se podía dudar de las conclusiones del libro, “como aquella de que la violencia comenzó como una autodefensa del campesino ante el abuso y la persecución de electas autoridades, o como la otra del engaño y el fanatismo políticos”. Y finalizó con las siguientes palabras: “creo que es el libro que hacía falta para hacer conciencia sobre el fenómeno de la violencia, que seguimos creyendo menos importante que el del fomento hidráulico, sin darnos cuenta de que estamos jugando con la propia vida, y con la vida de la nación” (El Tiempo, 29 de julio de 1962).
A los elogios se sumaron las condenas. Los conservadores laureanistas fueron los principales críticos de La Violencia, que encontraron en el periódico El Siglo la tribuna para atacar a sus autores. En los editoriales, los señalaron de comunistas, guerrilleros, apátridas, pecadores y de conspirar contra la unidad nacional y la paz.
A Guzmán le sacaron a relucir el hecho de no haber pedido permiso de la Iglesia para publicar el libro y sus superiores lo amonestaron. Otro dignificado fue Belisario Betancur, accionista de la Siglo XXI, editorial que publicó el libro. En la introducción del segundo volumen, Fals Borda recuerda que el político conservador dijo: “El problema de la violencia hay que mirarlo con verismo y objetividad, si deformaciones de orden político, con sentido patriótico y con el rigor científico con que lo hacen los analistas de la Facultad de Sociología”. Este respaldo enfureció a Laureano Gómez y Betancur ofreció renunciar al Ministerio de Trabajo.
Como explica Robert Marx en su libro La paz olvidada, La Violencia encendió los ataques mutuos entre liberales y conservadores que se ventilaban en la prensa, al punto que los dirigentes y la élite intelectual temieron que este clima de conflictividad “escalara lo suficiente como para deshacer la convivencia dentro del país político”. Para conjurar la crisis, el gobierno convocó a inicios de octubre de 1962 a los directores de los periódicos del país a una reunión. Allí se acordó que “los periódicos – escribe Marx– se comprometían a eliminar de su cubrimiento noticioso todas las etiquetas de partido y ‘evitar toda polémica sobre las responsabilidades que en la violencia hayan tenido los partidos políticos’”. En otras palabras, se firmó un pacto para olvidar el pasado.
El armisticio periodístico poco sirvió ya que La violencia mantuvo prendida la chispa del debate en la que los militares y policías también resultaron involucrados. Hacia finales de octubre de 1962, en una sesión secreta, el Congreso inició un debate sobre el informe confidencial del libro hecho por el coronel Álvaro Valencia Tovar. Allí el militar reflexionó sobre las posibles repercusiones de la publicación, una hacía un duro juicio contra el conservatismo: “El partido conservador, empeñado en utilizar la violencia, mal puede recurrir a este libro donde se le golpea duramente por su cuota de participación activa en el incendio”.
En el debate, el senador conservador Darío Marín señaló a Tovar Valencia de estar de parte de los investigadores, violar la imparcialidad del Ejército e incriminar injustamente al Partido Conservador y pidió que el presidente Guillermo León Valencia lo destituyera. La petición la respaldaron los conservadores Álvaro Gómez, Evaristo Sourdís, Lucio Pabón, entre otros. Por su parte, el ministro de Defensa, mayor general Alberto Ruiz Novoa, defendió a Tovar y dijo que la obra era “en parte equivocada, parcial, calumniosa y producto de relatos novelescos”. En diciembre, Marín volvió a enfilar baterías contra Tovar y, en medio del acalorado debate, Ruiz Novoa y el senador se desafiaron a un duelo, que, por fortuna, nunca sucedió. De allí en adelante la polémica se enfrió. Sin embargo, buena parte de los conservadores y uno que otro liberal mantuvieron sus críticas contra la obra de Guzmán, Fals Borda y Umaña y persistieron en la idea de olvidar el pasado.
El pasado en presente
En el aniversario 60 de La Violencia en Colombia coincidió con la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad y es difícil dejar de hacer un par de comparaciones. En su discurso de presentación, el padre Francisco de Roux dijo: “No teníamos por qué haber aceptado la barbarie como natural e inevitable, continuar los negocios, la actividad académica, el culto religioso, las ferias y el fútbol como si nada estuviera pasando (…) ¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar una paz integral? (…) ¿Cómo nos atrevemos a dejar que pasara y a dejar que continúe?”. Estas palabras guardan similitud con las dichas por Guzmán, Fals Borda y Umaña. La comparación de ambas situaciones lleva a pensar que durante más de 60 años los colombianos hemos sido indiferentes frente a los horrores de la violencia.
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Por otra parte, las críticas a La Violencia y al informe de la Comisión dan a entender que a buena parte de la élite política le cuesta trabajo reconocer la responsabilidad que tuvo en la violencia en el país desde mediados del siglo XX y hasta nuestros días, y que prefiere los pactos de silencio que los libre de cualquier culpa.
11 Comentarios
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En línea virtuosa , real y extendida. Y DE LO QUE NO DEBE SER. NI DEJARSE P R O P I C I A R. NUnca ++
Que buena crónica de la violencia de los años sesenta y la comparación con la que vivimos ahora
Los Artistas en Colombia estamos en déficit para plasmar la violencia.
Los recuerdos hoy, y los padecimientos de los ojos de niño que sufrimos; todos los acosos y maltratos y que fueron humillantes, todo por esos melaos y traidores de nuestro sufrido PAÍS . ÁLVARO. R. P.