¿A cuánto estamos de Corea del Sur?
¿Qué debe aprender, atraer y rechazar el gobierno entrante de medio siglo de crecimiento económico y desarrollo sostenido de Corea del Sur? ¿Es el modelo que Colombia debe seguir?
En entrevista con La W el pasado 27 de mayo, el entonces candidato presidencial Gustavo Petro expresó su deseo de que Colombia se pareciera más a Corea de Sur, teniendo en cuenta que este país “ha experimentado las mayores transformaciones económicas durante los últimos 50 años”.
Hace 70 años —indicaba Petro—, “nuestros abuelos fueron a pelear a Corea. Éramos tres veces más ricos que Corea, por eso fuimos creyéndonos salvadores, y hoy Corea del Sur es 10 veces más rica que Colombia“.
Este interesante y no menos retador apunte [reiterado en varios momentos de la campaña] es posiblemente el que más expectación me produjo pues, en mi faceta académica, llevo algo más de una década intentando comprender el milagro económico coreano, tanto en sus cifras en productividad y valor agregado, como en la evolución de sus indicadores de desarrollo social.
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El mensaje de Petro es por demás razonable si consideramos que Corea del Sur ocupa actualmente el décimo lugar entre las mayores potencias económicas del mundo -es el cuarto en Asia-.
Y a pesar de los efectos globales de la pandemia del covid-19, en la actualidad, de su forzosa ligazón con la economía China y los efectos acarrean las tensiones entre Estados Unidos y el gigante asiático hace tres lustros, en poco menos de medio siglo, los surcoreanos han sabido equiparar un rápido crecimiento económico con reducciones significativas en indicadores de pobreza, siendo el ingreso per cápita el guarismo más elocuente, pues pasaron de 100 dólares en 1963 a más de 31.762 dólares en 2021, según cifras del Fondo Monetario Internacional.
Para saber si tiene sentido lo que dice Petro, va una leve mirada sobre cómo avanzaron los surcoreanos hacia el desarrollo, tras la guerra de secesión de 1953. También una breve reflexión de si, al final de cuentas, y más allá del voraz clientelismo que se avecina entre Ejecutivo y Congreso, se gestará en su gobierno una institucionalidad capaz adelantar reformas que modifiquen nuestra predecible y poco innovadora estructura económica, ad-portas, además de, quizás, la peor recesión global que se tenga registro.
Empecemos por el principio. Tras una improductiva reforma agraria, desde inicios de la década de 1960 y bajo el régimen autoritario del General Park Chung Hee, Corea del Sur apostó por un modelo de crecimiento y convergencia que, en paralelo ejecutó una eficiente política de sustitución de importaciones, enfocada en estímulos e incentivos a los empresarios. De otro lado, mediante políticas represivas de las clases bajas, tanto en las ciudades como en zonas rurales, ejerció un estricto control de la fuerza laboral.
Tal vez emulando el éxito que supuso el modelo corporativista de Benito Mussolini en la Italia de los treinta, el modelo coreano propició alianzas productivas con los empresarios pertenecientes a las clases dominantes, también conocidos como “chaeboles”, que como Samsung Electronics, Hyundai Motor Company, LG Electronics, Sk Group y Lotte -sus cinco principales- mantienen aún estructuras de rasgos familiares y bastante restrictivas a permitir la libre competencia externa.
Mediante estas reglas de juego permitieron que los empresarios asumieran los riesgos de hacer inversiones masivas de capital, superar su brecha tecnológica y aumentar su productividad, bajo la garantía de un Estado eficiente en el control social. En palabras de Charles Tilly (1985), un Estado con la capacidad de ofertar un eficiente “pacto fiscal” con los privados.
Y es que el modelo de los chaeboles no ha sido ajeno a las controversias. Además de las restricciones sociales que acompañaron el modelo de crecimiento y dada su excesiva injerencia en las decisiones estatales, tras la recordada crisis de 1997 muchos hablan incluso de un modelo seudo dictatorial orquestado por los conglomerados. ¡Oh sorpresa! Con numerosos casos de corrupción, sobornos, malversación de fondos, evasión de impuestos y extorsión, desde los cuáles por noticias internacionales hemos sabido, que altos ejecutivos, tras ser declarados culpables por casos de corrupción, reciben beneficios carcelarios a cambio de multas o indultos presidenciales.
Un foco en lo social muestra por qué la desigualdad social es uno de los factores que en apariencia preocupa a la sociedad coreana. De acuerdo con series de cultura popular que recientemente dieron la vuelta al mundo como ‘El Juego del Calamar’, o la reconocida película ‘Parásitos‘, la mayor amenaza a su ‘paradigmática’ democracia y economía de mercado no solo es la creciente brecha de ingresos, sino también la práctica imposibilidad que existe de prosperar por fuera de los chaeboles.
En contraste, a juzgar por los logros en políticas sociales, es interesante, por ejemplo, cómo el sistema educativo ha sido ejemplarmente equitativo, tanto en materia de infraestructuras, acceso y financiación estatal, así como en términos de igualdad de género. Eso sí, muy en línea con el modelo económico, conserva un fuerte énfasis en competitividad -aspecto por revisar en Colombia-, tal vez porque desde muy pequeños los estudiantes y sus familias entienden que sin una buena formación académica su resiliencia social a futuro se verá comprometida.
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Con tanto por mencionar, ¿es el modelo coreano el que busca porfiar Petro en su gobierno? En el fragor de la campaña este tipo de afirmaciones, suelen ser efectivas para estimular en el votante el apetito de soñar y creer en un mejor porvenir. Pero en aras de la coherencia y el rigor histórico las trayectorias asociadas al desarrollo coreano distan mucho de lo que aparenta ser y transformar el gobierno entrante.
Algo de lo que describo del sistema político coreano, me hace recordar a Luis Jorge Garay -asesor de Petro en la construcción de su programa de gobierno- y su reconocida tesis de la “captura y reconfiguración cooptada del Estado”: concepto que se define como un tipo de corrupción en el que actores privados -legales- intervienen durante la formulación de leyes, regulaciones y políticas públicas, a fin de obtener beneficio económico para su propia utilidad.
Creo que el reto no es -a secas- parecernos a la República de Corea, sino reconocer en ellos un aliado potencial, especialmente, para el desarrollo económico de las regiones periféricas del país. De hecho, es de destacar la Corea capitalista ha conquistado un marcado liderazgo a nivel mundial en la promoción del desarrollo sostenible y el crecimiento verde, incluso siendo protagonista en América latina con el concurso de la Agencia de Cooperación Coreana (KOICA) mediante iniciativas de desarrollo económico y asistencia social.
Desde esta perspectiva, es preciso vincular su derroche de empresarismo a las apuestas de Ciencia, Tecnología e Innovación, tanto para el desarrollo del sector educativo y como para la atracción de inversiones que aporten para la investigación y el desarrollo de empresas locales con vocación territorial. ¡Ojalá!
Si en algo estoy de acuerdo con Petro es que, desde el punto de vista productivo, Colombia tiene el desafío de superar la cuasi soberana economía, históricamente atada al interés particular de oligarquías agrarias y más recientemente al interés de empresas ligadas a industrias extractivas, por una economía moderna en donde el capitalismo derrame sus beneficios en condiciones de equidad y se traduzca en generación de riqueza y en superar la brecha social en materia de servicios. Esto último, algo de lo bueno de Corea del Sur.
Por: @dialbenedetti
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