‘A la espera de los bárbaros’ de Ciro Guerra, elegancia y desgano
En la plataforma ‘Star Plus’ ya está disponible para toda Latinoamérica la película de Ciro Guerra basada en la novela homónima del Nobel sudafricano J.M. Coetzee, que nunca llegó a salas colombianas. ‘A la espera de los bárbaros’ se estrenó en el Festival de Venecia en 2019 e inauguró el FICCI en su edición de 2020, que fue suspendido al segundo día por la pandemia del covid-19. Verla ahora es una oportunidad de medir sus vínculos con el cine anterior de Guerra, con todos sus alcances y limitaciones.
No es necesario mucho esfuerzo para trazar una línea común entre El abrazo de la serpiente y A la espera de los bárbaros (Waiting for the Barbarians), dos películas dirigidas por el colombiano Ciro Guerra. Ambas tienen la pretensión de darle la vuelta a la mirada colonial y depositar los valores de la civilización en aquellos que fueron históricamente despojados de complejidad y universos simbólicos, como antesala de su eliminación física. Los indígenas americanos, en la primera película mencionada. Los ‘bárbaros’ del desierto, en la segunda. Entre una y otra película Guerra, como sabemos, dirigió (en compañía esa vez de Cristina Gallego) Pájaros de verano, en la que hubo un intento de conciliar magia y realismo, pero donde terminó por predominar una mirada sintética y distante.
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Aunque A la espera de los bárbaros fue un proyecto internacional que supondría una nueva dirección en la carrera de Ciro Guerra, sus películas anteriores ayudan a situar los logros y limitaciones de este último proyecto. En la adaptación de la novela del premio Nobel sudafricano J.M. Coetzee volvemos a encontrar la habilidad de Guerra para filmar paisajes y dotarlos de un tono evocador y épico (con una peligrosa inclinación a la postal turística), y a la vez la distancia emocional para enfrentar los dilemas de los protagonistas de sus fábulas. El otro peligro que siempre acechó al cine del colombiano fue la ansiedad pedagógica y explicativa. En este caso, el alegato obvio contra el colonialismo tarda poquísimos minutos en tomarse la película por entero.
Vea acá el trailer de A la espera de los bárbaros:
Contada en cuatro partes, que coincide cada una de ellas con una estación, A la espera de los bárbaros tiene su motor principal en el personaje del magistrado (en una notable interpretación de Mark Rylance) de un imperio impreciso que ha llevado la civilización a una tierra habitada por tribus nómadas que siguen merodeando como supuestas amenazas latentes contra el orden colonial. El magistrado recibe la visita de un coronel (Johnny Depp), quien se encarga de volver reales los enemigos imaginarios mediante confesiones y métodos nada civilizados. Luego el magistrado se encuentra a una chica, víctima de estos métodos, y de quien presumiblemente se enamora, lo que termina por sellar su crisis y su tragedia.
El binomio civilización vs barbarie queda sobreexpuesto desde el inicio y aproxima la película a los códigos temáticos y estilísticos del western. La división en capítulos es caprichosa; sin embargo, que dos de ellos lleven como indicación “El coronel” y “la chica”, en alusiones a los personajes que los atraviesan, muestran cómo la película se apega a crear arquetipos culturales más que a trabajar o diseccionar individualidades. Como en el cine anterior del director, también en A la espera de los bárbaros el amor o la sexualidad aparecen con fuertes dosis de represión.
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Este inexplicable pudor hace que la relación del magistrado con la ‘bárbara’ o extranjera (que según entiendo es determinante en la novela), en la película aparezca como un asunto oblicuo o apenas sugerido. Todas estas son señales de una dificultad inherente a la mirada de Ciro Guerra: es un cine al que la falta carne… y deseo también. Que no puede entrar en al alma de las cosas y se conforma con observarlas desde afuera, con elegancia y desgano.
Debido a esa falta de curiosidad esencial, a la película solo le queda transitar por las obviedades. Que todo poder crea sus propios enemigos, que la burocracia es la banalidad detrás de la cual se enmascara el mal. Que un Leviatán llamado Estado recorre la historia, y que su diligente presencia o su excesiva ausencia convocan todos los desastres. Que en su abstracción este monstruo destruye vidas concretas y produce daños específicos. Todo eso lo sabíamos, la película lo ilustra pero agrega poco o nada a ese saber previo.
Por supuesto que daba mucha curiosidad ver cómo la fina arcilla de Coetzee, Rylance, Depp o Robert Pattinson era moldeada por las ‘humildes’ manos de Guerra. Con excepción de Rylance, quien se echa la película al hombro, las otras estrellas aparecen encasilladas y correctas. Porque si la burocracia es el mal en la narrativa interior de A la espera de los bárbaros, la corrección es el lastre en la manera de abordar este problema (y todos los demás asuntos que le competen) por parte de la película. El Nobel mismo escribió el guion y eso muy probablemente actuó más como una limitante que como una ventaja.
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Mientras mis ojos vagaban por las estériles imágenes de esta película, en mi cabeza parloteaban recuerdos de descensos más osados al corazón de las tinieblas. Pensaba en el coronel Kurz de Apocalypse Now, en el Zama de Di Benedetto y Lucrecia Martel, en el Aguirre de Kinski y Herzog. Traía a mi mente el escarnio, la espera y la locura, y todo aquello de lo que hay que despojarse para mirar de frente estas últimas realidades humanas. Vi la película de Guerra como otra manera de permitirle al poder que se siga ocultando y de impedir que el amor nos ofrezca –a partes iguales– redención y hundimiento. Puede que sean injustas las comparaciones, pero un espectador siempre las hace. Frente a una película, estamos a la espera de una revelación que raras veces se produce.
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