¿Por qué la realeza genera tanta fascinación?
Muchos dicen que la monarquía es una institución anacrónica, colonialista y sin razón de ser en el mundo moderno. ¿Por qué, aun así, millones de personas en todo el mundo consumen, con emoción y voracidad, las noticias sobre la familia real. ¿Por qué?
La reciente muerte de la reina Isabel II mostró, una vez más, la fascinación que la monarquía, y especialmente la familia real británica, genera en millones de personas de todo el mundo. No solo en el Reino Unido, donde se trata de un símbolo nacional y de unidad, sino en el resto del mundo, incluso en países que tienen que ver poco o nada con esa institución, como Colombia.
Es más, puede que en las redes sociales, y en respuesta a todas las noticias sobre la monarquía, abunden los comentarios de personas criticando el cubrimiento y diciendo que a nadie le debería interesar una institución anacrónica, colonialista y que vive de los impuestos de los ciudadanos, pero la realidad muestra otra cosa: por estos días, entre de las notas más leídas de los medios de comunicación en todo el mundo están las de la reina Isabel.
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Y no es algo que solo ocurra en esta coyuntura. También pasó hace unos años, cuando el príncipe Harry —el nieto de la fallecida reina— y su esposa, Meghan Markle, renunciaron a la familia real y luego vinieron una serie de declaraciones públicas y peleas con los príncipes William y Carlos (ahora rey).
E incluso pasó hace unas décadas, cuando la gente siguió, a través de los programas de televisión y las revistas (el internet no estaba masificado y no había mediciones sobre las notas más leídas, pero sí, sobre el rating y las portadas más vendidas) la forma en la que la famosa historia de amor entre Carlos y Diana se convertía en una sucesión de escándalos, peleas e infidelidades que terminaron con la trágica muerte de la princesa.
La monarquía atrae a admiradores y críticos, a expertos y curiosos, a personas del primer y del tercer mundo, a gente de todas las tendencias políticas y de todas las edades. A personas que, a pesar de que piensan que no tiene sentido tener reyes, reinas y príncipes en pleno siglo XXI, no pueden evitar abrir las páginas en las que aparecen las noticias sobre ellos.
La cultura del espectáculo y los cuentos de hadas
Por un lado, hay que explicar que en Europa, donde aún existen varios países con monarquías constitucionales y democráticas, la figura de los reyes y reinas se ha venido transformando con el paso de los años.
Si en el pasado eran el poder político y militar que garantizaba la unidad de un territorio y lo defendía de los invasores -al tiempo que protegía a la población-, con la llegada de los gobiernos elegidos popularmente, y su pérdida de poder concreto y real, se convirtieron en un símbolo de la unidad nacional y en la muestra de cómo debería ser la familia ideal de cada nación.
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Eso ha funcionado muy bien en el Reino Unido, en donde son un símbolo nacional (los billetes y las monedas, el himno y hasta los pasaportes giran alrededor de la reina o del rey), a pesar de que esa imagen de familia ideal ha sufrido varios percances con divorcios, infidelidades, desunión, peleas ventiladas en público y hasta muertes trágicas.
Algo similar sucede en España, en donde no son un símbolo de unidad tan fuerte como en tierras británicas, y hay mucha división en torno a su figura, pero aún así siguen en pie a pesar de que los actos de corrupción del anterior rey, Juan Carlos I, han mermado su popularidad.
La cosa es distinta en países como Colombia, en donde no son símbolo de unidad ni de nacionalismo. En esos casos, la fascinación por la realeza y la monarquía se explica, principalmente, en dos elementos. Por un lado, la cultura del espectáculo y el morbo por conocer la vida privada de los famosos y de quienes parecen estar un escalón por encima del resto.
Por el otro, la importancia que tienen los reyes, las reinas, los príncipes, las princesas, y todo lo que los rodea, en el imaginario de lo ideal y lo fantástico que construye la población de occidente desde que los niños son pequeños con los cuentos de hadas, las fábulas e incluso las historias y leyendas idílicas sobre caballeros y castillos.
Lo primero, lo de la cultura del espectáculo, es un signo muy evidente de los tiempos actuales de la Humanidad. No solo pasa con la realeza, sino también con los actores de Hollywood, los millonarios, los deportistas, los cantantes, los influencers y todo aquel que sea considerado famoso. Con la fama no solo viene la admiración, sino también la curiosidad por escudriñar sus vidas privadas. Y esa curiosidad aumenta entre más sucio o indignante sean los detalles.
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Eso se une con la forma en la que desde pequeños, los niños y niñas idealizan todo lo que tiene que ver con la realeza por los cuentos infantiles: los palacios, los bailes, los vestidos, los carruajes, los matrimonios, las historias de amor. Leer y ver lo que ocurre con las monarquías actuales es una forma de traer a la realidad esos cuentos de la infancia. Y la familia real aprovecha esa imagen cuando se organizan bodas reales, banquetes, fiestas o cuando se realizan desfiles en carruajes.
Pero de esa forma, la misma familia real se convierte en objeto de la cultura del espectáculo. Si una persona siente curiosidad y morbo por saber los secretos privados de la vida de un famoso cualquiera, esos sentimientos pueden multiplicarse cuando se habla de un miembro de la realeza, que representa (por lo menos en el subconsciente) el ideal de los cuentos de hadas.
También podría jugar un papel el hecho de que se trate de algo exótico que viene del extranjero. Sobre todo, porque se trata de un país que desde América Latina se ve como del primer mundo y como un ideal y ejemplo de civilización. Eso podría explicar que la realeza japonesa o árabe no genere la misma fascinación que la inglesa, por lo menos a nivel masivo.
Sea como sea, el interés por la realeza, por lo menos fuera del Reino Unido, parece no tener fecha de caducidad. Su futuro dependerá, en cambio, de qué tanto estén dispuestos a aguantar los propios británicos el hecho de que la institución que los representa como Nación no sea más una familia ideal, sino la comidilla de chismes y habladurías de las revistas del espectáculo.
Si antes la figura de la reina (que se veía estoica, responsable y sobria en medio de todo el circo) absorbía las críticas y los problemas, habrá que ver qué pasa cuando estalle el siguiente escándalo y ya no esté ella.
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2 Comentarios
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Que buén articulo
Muestra a mi parecer tal cual el sentimiento positivo o negativo : Admiración , respeto cariño , morbo o simple curiosidad que despierta la realeza y concluye en Fascinación