Abdú Eljaiek, el autor de la primera fotografía de un desnudo artístico en Colombia
A propósito de ‘Formas del instante’, una nueva muestra del Museo Nacional, Diario Criterio repasa la carrera de uno de los fotógrafos más importantes del siglo XX en Colombia.
Las fotos de Abdú Eljaiek, como las de los otros grandes fotógrafos colombianos del siglo XX, son un testimonio de la historia reciente del país.
Un testimonio visual de los paisajes inmensos (las selvas, los mares, el desierto de La Guajira), las casonas coloniales (sobre todo las de Villa de Leyva y La Candelaria), los desposeídos de siempre y los personajes que marcaron la vida del país en los últimos 60 años.
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No en vano, por su lente han pasado desde los campesinos boyacenses o los pescadores de la Costa, hasta intelectuales y políticos como Manuel Zapata Olivella, Enrique Grau, León de Greiff, Álvaro Mutis, Fernando Botero, Alejandro Obregón y Camilo Torres, entre muchos otros.
Pero con él, así como con Nereo López o Hernán Díaz, muchos vieron más allá de esos testimonios históricos y comenzaron a hablar de la fotografía como arte y no como un mero oficio periodístico o recreativo. Eso es mucho decir, porque en el país hasta el cine -que llegó mucho después- tuvo un estatus artístico antes de la fotografía.
Por eso la exposición Formas del instante: la fotografía de Abdú Eljaiek, que está en el Museo Nacional desde el 3 de agosto hasta el 3 de octubre, es una ventana única a la carrera de un hombre que se define como “un retratista de la mirada real”. Una oportunidad irrepetible de ver cómo el arte y el oficio se unieron para dejar un vestigio de la vida del país.
La exposición, de hecho, hace un repaso por sus distintas facetas: sus inicios en el cine, los retratos, la naturaleza, los desnudos (tomó el primer desnudo artístico de una mujer en Colombia), su mirada a la Colombia rural y sus juegos de movimiento, o de sombra y luz.
Girardot, la televisión y la fotografía
Abdú Eljaiek nació en Calamar, Magdalena, en 1933. Su familia, originaria del Líbano, había llegado a Colombia unos años antes buscando un mejor futuro. Él, de hecho, suele contar que su apellido en realidad era Hayek, como el de la actriz, pero que se convirtió en Eljaiek cuando el funcionario de migración llenó los papeles.
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En Calamar no duró mucho. A los tres años su familia se fue a vivir a Girardot. Incluso estuvo en el Líbano porque su papá decidió devolverse a su país luego de la muerte de la matriarca de la familia (la abuela de Abdú), pero no aguantó mucho. Para entonces ya eran más colombianos que libaneses.
Cuando volvieron a Girardot, hacia el año cincuenta, el país vivía una escalada de violencia rural debido al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Abdú Eljaiek aprovechó para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y luego, tres años después (en 1956), un amigo de su papá le propuso que entrara a trabajar a la recientemente inaugurada Televisora Nacional.
Allí aprendió de forma empírica los oficios de asistente de cámara, camarógrafo y editor, pero fue la fotografía la que lo enganchó para siempre. “Cuando entré a la Televisora me dijeron, su departamento es este, y era ¡cine y fotografía! Y ahí comencé con una Retina de 35 y con una Graflex Vintage de 4 por 5 de reportería”, contó el año pasado en una entrevista con la revista Bocas.
Un fotógrafo formado en la calle
Como fotógrafo comenzó a publicar en varios medios de comunicación. Su primera foto -una imagen de La Rebeca, la escultura bogotana- apareció en la antigua revista Semana, gracias a un concurso.
Y luego, por su amistad con el periodista Eduardo Mendoza Varela, director de las Lecturas Dominicales de El Tiempo, comenzó a publicar en ese suplemento literario.
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Allí fue donde conoció a los intelectuales más importantes del país y a su maestro, el fotógrafo Leo Matiz. También fue donde realizó sus mejores trabajos fotográficos y se dio a conocer. En 1963 ya tenía sus propias exposiciones fotográficas en la Galería Arte Moderno y en la Galería el Callejón.
También fue profesor en la Universidad de los Andes, en donde formó a una generación de fotógrafos. Y donde nunca dejó de mirar con ironía el hecho de que él, formado empíricamente, enseñara en una academia.
“Me produjo mucha risa tener que llenar un formulario de ingreso, porque cuando me preguntaban por el pregrado, maestría o doctorado no pude dejar información alguna en esos requisitos, porque yo soy formado en la calle”, le dijo a la desaparecida revista Arcadia en 2019.
En esa misma entrevista dio su propia definición de la fotografía: “Una expresión de vida y arte. Me desahogo con las imágenes y me siento contento realizando este trabajo, tengo una familia que he sacado adelante con este oficio, una casa, he vivido de la fotografía, por eso la amo”.
Menos es más
Es imposible entender sus fotos sin entender las limitaciones con las que trabajó: sin muchos elementos y con pocas ayudas tecnológicas.
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Al inicio, de hecho, usó la cámara más barata del mercado (una Yashica, japonesa) y luego, cuando tuvo mejores, no le alcanzaba para comprar luces artificiales. Así aprendió a trabajar con lo que había: con luz ambiente, haciendo rendir los rollos fotográficos y forzando las películas. En suma, usando su talento.
Así lo hizo con la foto más famosa de su vida: el desnudo de la modelo Dora Franco, el primero en Colombia. Solo fueron cinco fotos en las que la modelo aparece contra una biblioteca o recostada en un tapete, y en las que él juega con las luces y las sombras. Cuando salieron a la luz pública, en una exposición en el Colombo Americano en 1969, generaron una gran polémica y a Franco incluso la insultaron y le tiraron tomates.
Él, gracias a ese episodio, se convirtió en uno de los fotógrafos más conocidos de su generación.
Sus fotos favoritas, sin embargo, son las de los campesinos y la gente de la calle. Aparecen sonrientes, felices, nunca en medio de la pobreza y el drama. “No retrato la miseria, porque hacerlo va en contra de lo que he realizado toda mi vida”, dijo.
Lo suyo es más captar el alma. Algo que sigue haciendo a sus 88 años, ahora con las cámaras digitales, a las que prefiere porque le evitan el tedioso trabajo del laboratorio, que nunca le gustó.
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Aún así sigue tomando pocas fotos, solo las que consideraba definitivas. Como él mismo lo dijo en la entrevista a Arcadia: “Realmente es fotógrafo quien sabe de composición, de integración de elementos, de luz, de oscuros, de ángulos: eso es ser fotógrafo. Alguien que tome en un par de minutos unas 200 fotografías, no se puede considerar fotógrafo”.
Lo suyo es arte. Un arte que cuenta la historia del país y que los colombianos podrán apreciar hasta el 3 de octubre en el Museo Nacional. Un plan imperdible.
Foto de apertura: el desnudo de la modelo Dora Franco que generó polémica en 1969. Foto de Abdú Eljaiek, cortesía Museo Nacional
9 Comentarios
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Que buena historia
Apoyar a nuestros artistas es muy importante
Si es un plan imperdible
Abdu es uno de los mejores fotógrafos del país. Interesante ver la exposición.