Adela Cortina, la ilusión posible de una ética global

Adela Cortina es la autora de ‘La Ética Cosmopolita’, un libro que propone un camino ético construido sobre las reflexiones y lecciones que deja el coronavirus.

*Por: Sandra Borda G

No es necesario decir que Adela Cortina es una valiente, es una pionera, es una guerrera del pensamiento. Aún así, lo quiero repetir y explicar. Quienes hemos trasegado profesionalmente por el estudio de la política, sabemos, sin atrevernos a decirlo, que el estudio del poder -en su cruda expresión material en los escenarios social y global- nos ha llenado de razones para evitar los ineludibles dilemas morales y las verdaderas preguntas que subyacen el actuar colectivo. La reconocida y laureada filosofa española ha tenido el coraje -a lo largo de su carrera- de hablarnos de eso, de lo innombrable.

Me refiero a la ética. A esa ética que esconde, implícita, el actuar humano y que tratan de codificar explícitamente las leyes y las religiones. Adela hace las preguntas que todos evitamos, como por ejemplo buscando los porqués del repudio a los pobres y a los mayores. Adela se atreve a proponer caminos morales, no como profeta o mesías, si no al estilo de los filósofos clásicos para quienes desde el faro de la razón es desde donde se debe construir la ética y determinar esos principios últimos que garanticen la convivencia y la “vida buena”.

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La moral existe en las consecuencias del acto, independientemente de las creencias, de las normas o de las intenciones. La maestra Cortina -maestra en el sentido medieval de maese y en el nipón de senséi– se hace las preguntas que hacen explícito lo fundamental, y que las ciencias sociales, la política y buena parte de los ciudadanos o consideran resueltas, o las omiten por incómodas o las evaden por conveniencia. Traer a la luz de manera argumentada, documentada, reflexiva y sencilla -en su exposición- precisamente esos subyacentes, es telúrico. Esto lo hace con la convicción de que mientras esa ética implícita se niegue o se mantenga oculta se le hace un gran daño al progreso humano y a las posibilidades de la armonía.  Esa es la fuerza, la contribución, el poderoso legado intelectual de la profesora Cortina que a mi juicio se recoge y fructifica con gran poder y elocuencia en La Ética Cosmopolita.

Esa es la fuerza, la contribución, el poderoso legado intelectual de la profesora Cortina que a mi juicio se recoge y fructifica con gran poder y elocuencia en La Ética Cosmopolita.

Este libro, que hoy comentamos, es un manifiesto que propone un camino ético construido sobre las reflexiones y lecciones que incita la pandemia del coronavirus, iniciada hace ya más de dos años y que aún no termina.  Las pandemias siempre han sido coyunturas en las que el cambio se hace más factible, más necesario, más deseable. Esto es así como dice Adela, porque “el coronavirus ha puesto de nuevo sobre el tapete la fragilidad y la vulnerabilidad de las personas y de los países, la constatación de que no somos autosuficientes, sino interdependientes en el nivel local y global”.

Adela Cortina, una joya de la ética

Es un texto que, como baúl de piratas, está lleno de perlas, diamantes, joyas, prendedores, zafiros y rubíes, que se quisieran lucir todos al mismo tiempo. Sin embargo, no es solo una acumulación valiosa de ideas brillantes. Es un camino conceptual y analítico que desemboca en algo usualmente difícil o ausente en este tipo de reflexiones, en una propuesta.  Ese recorrido se construye sobre una aseveración que en si misma es una consigna: “No dilemas, sino problemas”. Algo que parece o tan sencillo casi obvio, tiene un significado profundo.

La autora ha dado en la esencia de uno de los aspectos más perturbadores de la política y de la gobernanza en los tiempos que corren. La tendencia creciente a definir las opciones de política pública y de postura personal, de manera binaria, es decir entre el blanco y el negro, entre el sí y el no, entre el like y el dislike, entre libertad y vida, entre Izquierda y derecha, entre derechos y seguridad… Esa tendencia ha erosionado los matices y la multidimensionalidad indispensable para construir salidas eficaces y ante todo humanas. El ser humano, como nos lo recuerda la autora, es lo más alejado de la unidimensionalidad, por lo tanto, de igual talante son los problemas que debe resolver la sociedad. Su manifiesto reivindica la complejidad y la profundidad en el abordaje de la problemática contemporánea.

Adela Cortina.
Adela Cortina. Foto: cortesía Hay Festival.

Con esa aproximación, Adela recorre las cuestiones, las preguntas, más protuberantes que, aunque son atemporales, la coyuntura ha convertido en apremiantes. Las circunstancias de la pandemia las ha hecho inevitables, ineludibles y urgentes. La celeridad del contagio, y la avalancha de sus consecuencias sobre todos los ordenes de la vida colectiva, no da respiro en buscar las respuestas. Y en el texto que comentamos, capítulo a capítulo, la maestra Cortina esboza lo esencial para que desde la perspectiva ética se puedan encontrar formulaciones sustantivas con el poder de inspirar éticamente las políticas públicas y la formulación de salidas colectivas y globales.

De ese recorrido temático -que incluye desde los desafíos de la economía hasta la crítica de actitudes morales reprochables en la sociedad, como lo que ella llama la “gerontofobia” o el miedo, la discriminación y el repudio a la población de mayor edad- son muchas las lecciones específicas. A modo de ejemplo sobre la gerontofobia, cabe mencionar el caso de Colombia. El gobierno, presidido por el mandatario más joven de la historia reciente del país, discriminó contra los mayores y los viejos en cuanto a las restricciones y las medidas de confinamiento. Disfrazando la discriminación de compasión y de vocación de cuidado, se decretaron intolerables limitaciones a los derechos fundamentales de los mayores. La reacción fue contundente. Se disparo una poderosa “revolución de las canas” que movilizó a millones de ciudadanos en contra y llevó a que el gobierno tuviera que revertir esas medidas por orden judicial.

Su manifiesto reivindica la complejidad y la profundidad en el abordaje de la problemática contemporánea.

Este ejemplo es relevante en el sentido de que demuestra que la ética del cuidado y de la igualdad del valor de la vida, no se concede, sino que se gana. La inercia de las fobias colectivas que con tanta lucidez y elocuencia ha denunciado Adela, al igual que como con todos los asuntos que competen a una nueva ética cosmopolita, exigen para realizarse de una posición activa y combativa, además de las ineludibles rectificaciones deben sembrar la pedagogía, el convencimiento y la autocrítica. Quisiera seleccionar algunos de los temas específicos contenidos en el libro para ilustrar el tenor del trabajo de Cortina, eso sí advirtiendo que no hay un solo capítulo que no merezca la atención de los lectores.

En el análisis sobre el cuidado de la democracia la autora nos recuerda algo fundamental que se nos escapa con demasiada frecuencia en la búsqueda de las soluciones a los problemas públicos: “Una sociedad abierta, más aún en un mundo global, no puede legislar todas las conductas necesarias para alcanzar las metas”. Cuando se reconocen las limitaciones de la norma para conducir y acotar el comportamiento de la sociedad, es necesario recurrir al êthos del ser ciudadano. Esto es en el fondo un clamor por un “acuerdo sobre lo fundamental” que, según Adela, tendría esencialmente tres niveles: “1. El compromiso de quienes ingresan en los partidos políticos de proteger las instituciones básicas del Estado de derecho a toda costa… 2. Una ciudadanía madura… 3. Amistad cívica y proyecto común…”

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A la autora no se le escapa la dificultad que representa avanzar en esa ética del cuidado de la democracia cuando “los discursos políticos empeñados en abrir un abismo entre nosotros y ellos imposibilitan la democracia”. En ese contexto de la posmodernidad, la globalización, el nacionalismo, el autoritarismo, la xenofobia, además de lo que he denominado la “clicktocracia” -en la que el like de las redes tiene más reconocimiento como expresión de la voluntad popular que el propio voto depositado en las urnas- defender y expandir la democracia se convierte en tarea de titanes.

Esas fuerzas están detrás de lo que define el texto como la recesión democrática que va en ascenso desde hace más una década. Esas mismas dificultades que enfrenta la democracia en el escenario local se trasladan, y diría se multiplican, en el escenario global, creando un terreno quizás aún menos fértil para la construcción de una ética cosmopolita de carácter planetario.

Hay que aplaudir a Adela Cortina cuando se atreve a proponer, en medio del escepticismo rampante, que “El compromiso ético de proteger del daño a las personas y de empoderarlas para que puedan ser protagonistas en un mundo que es ya inevitablemente compartido sigue siendo el motor ético de un proyecto cosmopolita, que se hace más necesario y se encuentra con nuevas oportunidades y con nuevos obstáculos.” Simultáneamente nos previene del idealismo y el facilismo, que invocarán algunos lectores al leer su libro, cuando afirma con realismo que “cuando se presenta una propuesta, es de recibo detallar, oportunidades y dificultades…”.

Hay Festival - Adela Cortina
Hay Festival – Adela Cortina

Por ser de todos conocidos no es necesario adentrarnos en un inventario detallado de los factores que conspiran contra una cultura política global en la que impere la “ética de la cordura”. Sin embargo, no se puede desconocer ese contexto adverso. Para esos propósitos nada mejor quizás que el artículo de Anne Applebaum en The Atlantic de diciembre pasado, titulado muy apropiadamente “Los autócratas van ganando” (The Autocrats are Winning). En esa poderosa pieza ella afirma que “Si el Siglo XX fue la historia del progreso de la democracia liberal hacia la victoria sobre otras ideologías -comunismo, fascismo, nacionalismo virulento- el Siglo XXI es, hasta ahora, la historia contraria”

En eso coincide Adela Cortina cuando afirma en sus “razones para la esperanza” que “este momento no parece el más apropiado para una construcción semejante” y señala a continuación que “en el nivel geoestratégico, tras el predominio de estadounidense no triunfó claramente el multilateralismo, sino que el enfrentamiento China y Estados Unidos fue palmario…”. Es precisamente por eso por lo que se hace indispensable más que nunca la ética cosmopolita que propone este libro.

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Pero no todo es oscuro. Quisiera señalar algunas tendencias y lecciones que nos permitirían coincidir con la idea de que existen factores que contribuyen de manera importante al eventual surgimiento de una ética cosmopolita. La primera es la transnacionalización de las hermandades liberales y la convergencia planetaria sobre una plataforma humanitaria, medioambiental y de lucha contra la desigualdad, la corrupción y la discriminación. Esas fuerzas han aprovechado las ventajas de las redes no para ahondar la desunión si no para darle un alcance planetario a la lucha colectiva global por una agenda cosmopolita común a la humanidad. La impunidad autocrática se diluye con la denuncia, con la sanción moral, con el boicot económico, con la resistencia activa de estos grupos internacionalizados altamente motivados. La globalización y las redes permiten que todo se sepa y que no haya lugar para esconderse.

Esas fuerzas han aprovechado las ventajas de las redes no para ahondar la desunión si no para darle un alcance planetario a la lucha colectiva global por una agenda cosmopolita común a la humanidad.

La segunda -que también contempla Adela Cortina- es que los problemas y desafíos fundamentales son trasnacionales en su esencia y en la medida en que las consecuencias adversas golpean a todos por igual, se crean identidades transversales que superan las fronteras y las barreras que han levantado los nacionalismos y los populismos. El tifón que arrasa con los cultivos en Bangladesh no es muy distinto en sus consecuencias políticas al huracán que deja bajo el agua a la ciudad de Nueva Orleans. En ese sentido la pandemia nos obliga a la consideración de la cooperación global, así esto sea a regañadientes y que detrás se escondan rivalidades insalvables.

Finalmente, los autócratas, por poderosos que sean o por grandes que sean sus recursos económicos y sus países, tienen la vulnerabilidad permanente de la pasión de la libertad que compartimos todos los seres humanos. Además, nadie llegará y se sostendrá en la cúpula del poder mundial sin construir una propuesta de solidaridad y corresponsabilidad frente al conjunto de la sociedad global. La reputación limitada a los áulicos de oficio y a las burocracias propias no es suficiente para liderar el mundo. Para eso se necesita, como lo demuestra este libro, de la compasión.

*Profesora e investigadora asociada del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes

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