El primer Zambra, reeditado

La editorial Anagrama acaba de reeditar, con nuevas portadas y epílogos, las primeras dos novelas del escritor chileno Alejando Zambra: ‘Bonsái’ y ‘La vida privada de los árboles’. 

La vida de la mayoría de los libros se puede dividir en dos etapas. La primera es corta y ruidosa. La segunda es larga y discreta. La primera va acompañada de entrevistas, lanzamientos y reseñas. Se desenvuelve en las mesas de novedades de las librerías y en las redes sociales de las editoriales. En los pasillos de las ferias y en la premura que sentimos por lo nuevo. La segunda etapa inicia cuando rompe esa primera ola. Los libros entonces pasan poco a poco a ocupar las estanterías menos visibles de las librerías, donde se hacen compañía, en silencio, acumulando tiempo, de vez en cuando encontrándose en las manos de alguna lectora enterada, de vez en cuando haciendo el recorrido de la tienda a la biblioteca o a la mesa de noche de algún apartamento desconocido. 

Más de Christopher Tibble: ‘Matate, amor’: la oscuridad debajo de la superficie

Por eso me pareció una grata sorpresa descubrir la iniciativa que tuvo la editorial Anagrama con las dos primeras novelas del escritor chileno Alejando Zambra: Bonsái (2006) y La vida privada de los árboles (2007). Hace unos días me dirigí a la librería Matorral, en La Macarena, el barrio donde vivo, en busca de alguna novela para reseñar en estas páginas. Yo nunca había leído a Zambra, pero varias personas me lo habían recomendado. Porque conocía los nombres de sus libros, y porque sabía que su novela más reciente se llama Poeta chileno (2020), me sorprendió encontrarme con estos dos títulos en la mesa principal.

Las dos novelas tenían portadas nuevas (ambas hermosas), así como epílogos nuevos. El de Bonsái es de la cronista argentina Leila Guerriero. El de La vida privada, de la novelista cartagenera Margarita García Robayo. De no haber estado ahí, a la vista de todos, envueltas en gruesas fajillas con comentarios elogiosos, emanando esa frescura que tienen los libros recién impresos, probablemente no se me hubiera ocurrido comprarlas. Pero el reencauche de Anagrama funcionó, y me llevó al descubrimiento editorial más feliz que he tenido este año.

Dos libros de Alejandro Zambra

Ambas novelas comparten elementos. Son cortas, livianas, precisas y chistosas. Tratan del amor en pareja y de la vida burguesa. Se divierten con la incertidumbre de la ficción. Tienen una eficacia juguetona, que fluye como el agua, que hace remolinos con el lenguaje. En ellas se percibe una distancia amplia entre el narrador y los personajes narrados, tan amplia que genera una sensación de desprendimiento. Las dos tienen la cualidad de hacernos sentir que no existe un centro, sino un conjunto de escenas que dialogan entre sí. Son novelas sin un suelo firme. En cambio, habitan una especie de vacío donde la especulación divaga en múltiples direcciones. 

Puede leer: Esquivo y misterioso: ‘La mujer zorro y el doctor Shimamura’

Es difícil hablar de las tramas de los libros, en el sentido de que en ellos la trama es casi irrelevante. En Bonsái conocemos a Julio y a Emilia, y desde la primera frase sabemos cómo terminarán: “Al final ella muere y él queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia”. La novela sigue la relación de ellos, así como otras relaciones, secundarias, de Julio, y nos habla del proyecto literario de él: Julio decide escribir una novela diciéndole a otros que se trata en realidad de la novela de alguien más. 

En La vida privada de los árboles conocemos a Julián, a su esposa Verónica y a su hijastra Daniela. La historia transcurre mientras Julián espera una noche el regreso de Verónica a casa; durante la espera, él imagina historias, futuros, novelas. Zambra establece las reglas de juego en las primeras páginas: “Cuando ella regrese la novela se acaba. Pero mientras no regrese el libro continúa. El libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a volver“. La espera es la novela, y la espera posibilita otras ficciones. García Robayo lo define bien: “El libro es una gran conjetura preñada de conjeturas”

Alejandro Zambra
Alejandro Zambra.

Por último, solo quisiera aplaudir la decisión de Anagrama de situar las palabras de Guerriero y García Robayo al final de las novelas, y no al comienzo. Que sean epílogos, y no prólogos o introducciones, permite que uno se adentre en la literatura sin un mapa a la mano. Es solo después de la lectura cuando uno llega a las palabras de las dos escritoras, palabras llenas de luces y de admiración. Al leerlas, uno profundiza la comprensión de las obras, pero sobre todo uno siente compartida la alegría de haber pasado unas horas dentro de las ficciones de Zambra.

Siga con: La madre, regenerada

2 Comentarios

Deja un comentario

Diario Criterio