Mutis, cien años

¡Ah!, qué no daría por haber tertuliado con Álvaro Mutis. Conocer los trucos de sus buenos cócteles, ahondar en la historia de la humanidad sin quedarnos mucho tiempo en su apasionada época Monárquica, porque no habría momento para otros temas.

Quisiera interrogarlo -sin tapujos-, sobre esos febriles personajes que dejó en sus novelas.

Una de mis preguntas, que busco responderme escarbando en varios de sus renglones es: ¿De dónde sacó a Flor Estévez?, una mujer que Mutis detalla, de tal manera, que me parece verla. Fémina palpable y que, en ocasiones, cuando conozco a alguna dama de esas características, me digo: ¡esa es mi Flor Estévez!, como reivindicando al personaje de Mutis.

Miren si no da ganas de acercarse a ella:

“En efecto, pese al aparente salvajismo de su figura, la rotundez de sus piernas, su cabellera en hirsuto desorden, su piel morena un tanto húmeda que se resiste levemente al tacto como si estuviera formada por un terciopelo invisible, sus amplios pechos de sibila que semi ofrece a la vista todo el día, a pesar de tales signos, Flor desconoce por completo el juego de la coquetería, la malicia de los acercamientos amorosos. Irrumpe seria, terminante, casi triste, con la silenciosa desesperación de quien obra bajo el poder de una fuerza desatada y así ama y goza en un silencio de vestal.”

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Sabedor de su caballerosidad y galanteo -que lo han replicado por doquier-, bueno haberle preguntado: ¿Cómo ideó ese trío perfecto de Ilona, Maqroll y Abdul Bashur, en una época en que no existía la proliferación de los clubes swinger como tampoco se hablaba -tan tranquilamente como hoy, en cualquier almuerzo-, del poliamor?

Tampoco quisiera dejar pasar, en esa conversación, si era un desquite con alguien o una forma de advertir de la existencia de algún personaje -de lo que llaman “la alta sociedad”– que le haya hecho pasar un mal rato, la creación del “Rompe espejos”, que lo veo en las páginas de la novela Abdul Bashur, soñador de navíos, tan bandido impecable pero tan peligroso, que se prefiere el silencio del delito, al anuncio público en clubes sociales.

Con este detalle, usted, lector, también seguro debe conocer uno así:

“De una cosa estoy seguro: el famoso “Rompe espejos” no ha hecho su fortuna exportando banano, que es lo que por allá se cultiva. Ese dinero viene de algo que vale más y es más arriesgado conseguir. Además, ese aire que tiene de niño bien algo tarado, me parece altamente sospechoso. No hay peor ralea que esos señoritos que se salen de sus cauces y rompen con las reglas y convenciones de su clase. Son de alta peligrosidad porque han dejado atrás los principios con los que nacieron y jamás respetan los establecidos por el hampa es por eso que son capaces de todo. No hay límites que los contengan.”

Son muchas las preguntas que pueden surgir, más allá del tan renombrado y siempre entrañable Maqroll “El Gaviero”. En la reciente edición de las novelas de Mutis, han puesto una cintilla que dice: “Todos somos Maqroll”, y es verdad. Algo de ese Gaviero llevamos todos en nuestra existencia, conscientes o inconscientes, pero ha impregnado nuestro mundo, nuestra forma de amar, de gozar la vida, de aventurarnos; de cierta forma de santo pillaje -con sus más y sus menos- pero de ello no podemos zafarnos, somos él y eso es irrefutable.

Álvaro Mutis nuevas ediciones
Las nuevas ediciones de las novelas de Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis, recopiladas por Alfaguara en dos tomos.

Ahora, en su poesía hay también esa magia asombrosa que nos envuelve y nos hace sentir vivos, a pesar de la tragedia diaria que nos quiere arropar con fiereza.

Su poema “La creciente”, nos dice:

Al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes troncos que vienen del páramo.

Sobre el lomo de las pardas aguas bajan naranjas maduras, terneros con la boca bestialmente abierta, techos pajizos, loros que chillan sacudidos bruscamente por los remolinos

Me levanto y bajo hasta el puente…

Hay una descripción de un hecho atroz que vivimos cotidianamente, pero Mutis logra bendecir con palabra poética, lo que para todos parece vulgar. Acudo a él, como a una plegaria, cuando escucho el incesante golpeteo de la lluvia y el rugir del río cuando la lluvia lo agiganta y se hace inmanejable, buscando conjurar la amenaza.

En su obra también hay eso que hoy se rotula como ‘libros de superación’ o de ‘crecimiento personal’, pero con la factura impecable de la buena literatura, no lo lastimero, ni las ilusiones de humo de ciertos autores. Qué mejor ejemplo que el Diario de Lecumberri, donde habla de la huella que le dejó esa penitenciaria mexicana, lugar donde surgió cierto romance con la periodista Elena Poniatowska, algo que el palmirano Julio César Londoño nos cuenta, amenamente, en su reciente libro La letra, el número y la cosa. Hay toda una enseñanza en el diario de Mutis en la cárcel de mirar la adversidad con otros ojos.

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Toda esta evocación de su memoria, para decirles que estamos en el año del centenario de su natalicio, que debe ser todo un encuentro alrededor de su memoria, de sus gustos, de su obra.

Ojalá en esos encuentros haya espacio para que saquemos -con algún wiski entre pecho y espalda- ¡ya que carajos!, ese Maqroll que llevamos dentro; y sigamos pregonándonos como de la logia de sibaritas, releyendo también análisis de su obra como la de Antonio García Ángel Juma de Maqroll El Gaviero o la buena entrevista de Fernando Quiroz titulada El reino que estaba para mí, y aprendamos más de Mutis.

En esa evocación, el Ministerio de Cultura debería armar una agenda en varias partes del país sobre su vida y obra, declarando -de entrada- el año 2023 como el año Álvaro Mutis.

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