Amazonia, “pulmón del mundo”, ¿una idea errónea que amenaza su futuro?
Referirse de esta manera a la Amazonia no solo simplifica las complejas relaciones ecosistémicas de esta región, sino que minimiza los problemas por los que atraviesa.
Foto: FCDS/Nicolás Acevedo
En el imaginario popular, la Amazonia es considerada el pulmón del mundo. A diario, las escuelas, las campañas ambientalistas y los artículos periodísticos que llaman la atención sobre el peligro que corre el bosque amazónico difunden esta idea como una verdad incontrovertible.
Sin embargo, ese símil, además de ser erróneo, reduce las funciones de esta amenazada región a la de oxigenar al planeta. Algo que no se compadece con su complejidad e importancia en el equilibrio ambiental de la tierra.
“Me parece curiosa la analogía de asimilar un área verde con un pulmón, cuando, en realidad, este órgano hace todo lo contrario: expeler CO2 (dióxido de carbono) y absorber oxígeno. Aunque también puedo entender el origen de esa analogía: en el imaginario de la gente, las áreas verdes son lugares donde puede ir a respirar aire puro. Pero, ahora, las organizaciones ambientales que luchan por parar la deforestación en la Amazonia y otros bosques tropicales del mundo usan cada vez menos esta idea“, explica Germán Andrade, exsubdirector científico del Instituto Humboldt y catedrático de la Escuela de Administración de Negocios (EAN), en Bogotá.
Para darle algún sentido verídico a la analogía, los bosques húmedos tropicales en el planeta absorben inmensas cantidades de CO2.
Pero no solo eso.
En estas regiones, ocurren una serie de relaciones o servicios ecosistémicos de los cuales dependen no solo la existencia misma de estos bosques, sino la estabilidad ambiental de todo el planeta.
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La importancia de un bosque por descubrir
La Amazonia es una región de bosque húmedo tropical que cubre cerca de 7.000 millones de kilómetros cuadrados (km2) de los 18.000 de Suramérica, más de la tercera parte. Por su extensión y las dificultades para explorarlo, es poco lo que se conoce de él.
De acuerdo con Carlos Rodríguez, director de la Fundación Tropenbos, “hay miles, quizás millones de investigaciones sobre la Amazonia que muestran la importancia para la estabilidad de la tierra y de la grandiosa biodiversidad. Pero este es el momento en que no sobemos a ciencia cierta cuál es su composición. Todavía hay muchas especies por descubrir y, posiblemente, la deforestación ha podido causar la desaparición de algunas de ellas, aunque eso es imposible de probar”.
Para entender la magnitud de la riqueza biológica, Rodríguez señala que hay que romper con la idea de que en la Amazonia hay “un solo tipo de bosque, porque la realidad es que está conformado por muchos tipos de bosques: inundables, de terraza firme, de plano sedimentario…”.
Y, en esa variedad, cada hectárea puede albergar, en promedio, 250 especies de árboles de los cuales dependen centenares de especies vertebradas, invertebradas y hongos.
A su vez, cada árbol establece más de 50 relaciones ecológicas —sin incluir las de los hongos asociados al suelo y las raíces—.
La Fundación Tropenbos, con la participación de los indígenas de la Amazonia, ha cartografiado estos procesos en varias especies de árboles.
Por ejemplo, en el tronco del caimo silvestre, que puede alcanzar los 40 metros de altura, hay toda una cantidad de especies como líquenes, musgos e insectos que allí desarrollan su ciclo de vida. De sus hojas dependen entre cuatro o cinco especies de hormigas.
En la copa, tres especies de micos (titi, boquinegro, el churuco) y cinco clases de loros, más las dos de guacamayas consumen el fruto del caimo. Tres especies de colibríes y la mariposa azul se alimentan de sus flores. Los frutos que caen al suelo son el banquete de las borugas y otras cinco clases de ratas y ratones; así como del puerco de monte, el cerrillo y la danta.
A todas estas relaciones hay que sumarles las que el caimo hace con cinco o seis árboles vecinos.
La cartografía anterior de un árbol en la Amazonia podría tomarse como un simple dato de la biodiversidad de la región y como razón para evitar la tala y la deforestación. Sin embargo, de todas estas relaciones depende la vida y reproducción misma del bosque húmedo tropical. Las especies que se alimentan de árboles, explica José Manuel Ochoa, coordinador del Programa Evaluación y Monitoreo de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, “no solo se ‘aprovechan’ de estos, por decirlo de alguna manera, sino que aseguran su supervivencia”. Tal es el caso de los mamíferos grandes, como los primates, que consumen los frutos de los árboles que contienen las semillas, las cuales son dispersadas a lo largo y ancho de la selva por medio de las heces de estos animales.
Desde este punto de vista, la tala indiscriminada de árboles maduros de la Amazonia constituye un problema porque, al tiempo de eliminar una fuente de alimento a los mamíferos que viven en las copas, corta de tajo la posibilidad de renovación de los bosques, un proceso que difícilmente se puede subsanar con la reforestación, por lo menos en el corto tiempo.
“En medio de todas estas ideas poco acertadas creadas alrededor de la deforestación, hay una que dice que esta se puede contrarrestar con la siembra de árboles, cuando la tragedia, entre otras más, es que la tala indiscriminada acaba con los procesos de reproducción del bosque húmedo tropical. Es imposible que una hectárea reforestada, cumpla con las funciones de una hectárea de bosque primario”, dice Rodríguez.
Ríos voladores y otras funciones de la Amazonía
En 2007, el piloto e ingeniero suizo-brasileño, Gérard Moss, comenzó una serie de viajes a lo largo de la Amazonia brasileña, desde el océano Atlántico hasta los Andes, con el fin de comprender mejor a un río volador del que los científicos sospechaban existía, según los estudios meteorológicos hechos desde los años sesenta del siglo pasado. Fueron 12 viajes en un poco más de dos años en los que Moss recolectó muestras de vapor de agua y cuyo análisis reveló que la mayoría del agua provenía de la selva amazónica.
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En su artículo Un río que fluye por el aire, publicado en la revista Pesquisa, Ricardo Zorzetto cuenta que “Moss siguió el curso del río volador desde la Amazonia hasta Sao Paulo y calculó que, en determinado tramo, la cantidad de agua que fluía en esa corriente era de 3.200 metros cúbicos por segundo, algo mayor que el caudal del río Sao Francisco. Toda el agua movilizada por esa corriente de aire en 24 horas equivaldría a 115 días del consumo de Sao Paulo, una metrópolis con 11 millones de habitantes”. Quedaba confirmado que la Amazonia era uno de los mayores proveedores de agua de la región.
Con los años se ha comprendido mejor el fenómeno de ríos voladores y hoy se sabe que son los responsables en las precipitaciones de las regiones andinas y contribuyen al enfriamiento del planeta. Palabras más palabras menos, estos ríos nacen en el océano Atlántico con la evaporación del agua de los mares, luego el caudal aumenta con el vapor producido por los árboles y el suelo de la Amazonia. De acuerdo con Rodríguez, un árbol de 20 metros de alto bombea un metro cúbico de agua al día.
Parte de esa agua recolectada en la Amazonia vuelve a caer allí en forma de lluvia, reciclaje que permite que la región mantenga su humedad y que el ciclo de alimentar al río volador continúe. “Este fenómeno de recirculación o reciclaje de agua –explica Andrade– solo lo pueden hacer los bosques húmedos tropicales, gracias a los árboles y a su diversidad. Una sabana no puede hacerlo porque sus pastos y cobertura vegetal solo permiten la evaporación. Si la Amazonia se convierte en sabana, este ciclo se rompe y el río volador desaparece”.
La otra parte de la corriente de vapor continúa su viaje y choca con los Andes. Una porción se condensa y alimenta los ríos que nacen en esta cordillera y la otra viaja a lo largo y ancho de Suramérica e incluso de Centroamérica y es responsable de buena parte de las lluvias de la región. Conclusión: el agua que consumen las grandes ciudades como Lima, Bogotá, Sao Paulo o Buenos Aires dependen de la Amazonia. Toda esa agua que cae alimenta los ríos que desembocan en el Atlántico. De esta manera se asegura el ciclo de los ríos voladores.
Andrade explica que la Amazonia no solo aporta miles de toneladas de vapor de agua los ríos voladores, sino que ese proceso de reciclaje de agua crea humedad que contribuye al enfriamiento del planeta. “La Amazonia es el gran refrigerador del mundo porque la humedad que expide a la atmósfera reduce la temperatura del mundo en 1 o 2 grados. Eso significa que, si seguimos deforestando, se podría perder la meta impuesta en los Acuerdos de París de limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 grados centígrados”.
Además, de refrigerar al planeta, los bosques de la Amazonia evitan el calentamiento global. Según estudios científicos, esta región retiene dióxido de carbono en una cantidad equivalente a diez veces las emisiones del mundo. Parte de este compuesto químico se encuentra encapsulado en los árboles más viejos.
El problema con la deforestación consiste en que al eliminarse la biomasa de la Amazonia se libera inmensas cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera que acelerarían el calentamiento global. El estudio Amazonia as a carbon source linked to deforestation and climate change, liderado por la investigadora Luciana V. Gatti y publicado por la revista Nature, en el verano de 2021, afirma que la tala y las quemas en la Amazonia liberan más dióxido de carbono del que puede absorber sus bosques.
El agua, un recurso ignorado
Cuenta el mito huitoto que un niño-árbol, hijo de una princesa, proveía de comida a su gente. No obstante, creció tanto y los habitantes no pudieron volver a coger el fruto para alimentarse, así que les pidieron a los dioses creadores que lo tumbaran. La ardua labor duró días hasta que el dios-árbol cayó. El estruendo se oyó por toda la Tierra y la sábila que recorría el tronco se convirtió en el río Amazonas y sus ramas en los demás afluentes que dieron vida a la Amazonia.
Para los indígenas de la región la selva no puede existir sin los ríos y viceversa. Ahora, cuando se habla de la deforestación se deja a un lado la crisis por la que atraviesan los ríos de la cuenca del Amazonas, encargados también de mantener el equilibrio en el ciclo de los ríos voladores. Al respecto, Rodríguez dice que los ríos amazónicos son parte importante del reciclaje del agua, ya que “la mayoría de ellos nacen en las zonas andinas como producto de las precipitaciones causadas por los ríos voladores. Tras recorrer centenares de kilómetros, desembocan en el Amazonas y sus aguas van a parar al Atlántico para volver a iniciar el ciclo del río volador”.
Andrade explica que todos los ciclos que ocurren en las aguas de los ríos amazónicos y en la atmósfera influyen directamente en la vida de las especies fluviales: “La mayoría de los peces de la cuenca del Amazonas son migratorios y los procesos de traslado, reproducción y crecimiento de estas especies se relacionan con los ciclos en los que la Amazonia participa”. Rodríguez ha reportado que los indígenas yacuna, que habitan el bajo río Caquetá, dicen que este año no se ha visto la subienda del dorado. De acuerdo con el investigador, este hecho anormal se debe “no solo a la sobreexplotación del dorado, sino a las afectaciones de los ciclos del agua que se están produciendo en la región”
La degradación: de los bosques vacíos al ‘tipping point’
A los problemas relacionados con los ciclos del agua y de regulación ambiental causados por la deforestación, se suman el de la degradación de los bosques y el de la posibilidad de llegar a un punto de no retorno en la existencia de la Amazonia.
Tradicionalmente, la lucha contra la deforestación se toma como un asunto de sumas y restas. Es decir, si una hectárea es deforestada se busca sembrar de árboles la misma área. Por eso no es raro que los gobiernos de los países amazónicos les den tanta importancia a las cifras de reforestación. Sin embargo, la solución no es tan sencilla, con cada hectárea desmontada, avanza un fenómeno que los científicos han denominado la degradación de los bosques que desembocaría en el fin de la selva amazónica.
Andrade y Rodríguez coinciden en que la ciencia hasta hace poco comenzó a comprender las dimensiones de la degradación del bosque. Este proceso consiste en que un bosque en pie, que aparentemente se ve saludable, ha dejado de cumplir con sus relaciones y funciones ecosistémicas. Se podría decir que es la primera etapa para la transformación de la selva en un ecosistema de sabana. Dicho de una manera apocalíptica, es el inicio del fin del bosque húmedo tropical.
Hay dos situaciones en las que se puede observar la degradación del bosque. La primera ocurre cuando los árboles más viejos, que son los mayores acumuladores de CO2, se talan. Esto lleva a que el bosque produzca más dióxido del que puede consumir y a que se reduzcan las relaciones ecosistémicas. Por ejemplo, las especies de mamíferos mayores desaparecen porque no tienen dónde alimentarse, así se rompe parte del ciclo de la reproducción de la selva y comienza un fenómeno denominado el bosque vacío.
“Uno por aire puede ver grandes extensiones de selva que se ven verdes y saludables, pero pueden estar degradadas y haberse convertido en bosques vacíos. Con la tala de los árboles, en especial de los que tienen mayor valor desaparecen las fuentes de alimentos de micos y pájaros que diseminan las semillas. Ese bosque que se ve en apariencia bien de salud tiene sus días contados porque no están los mamíferos que aseguren el crecimiento de nuevos árboles”, explica Rodríguez.
La segunda situación es cuando surgen mosaicos deforestados en la Amazonia. Estos parches, afirma Andrade, cortan con la continuidad de los bosques, fundamental para el mantenimiento de su humedad y para el tránsito de animales que aseguran su reproducción. “Los mosaicos –dice Andrade– vuelven al bosque más vulnerable a los fuegos y lo encaminan hacia la sabanización”.
Lo grave del asunto es que esta degradación acerca a la selva amazónica a un punto de no retorno o tipping point. Un momento en el que el bosque pierde su capacidad de recuperarse así mismo de los daños ocasionados por la deforestación.
Nueva visión y nuevos acuerdos
Para evitar llegar al punto de no retorno es necesario un cambio en la visión de la Amazonia que dé cuenta de sus complejidades. Esa nueva visión se debe ver reflejada en nuevos acuerdos para la conservación de esta región suramericana. Andrade, afirma que la falta de desconocimiento sobre la Amazonia por parte de los gobiernos y los tomadores de opinión ha llevado a que no exista “un acuerdo internacional que procure la conservación de su integridad ecológica”.
Para él, los acuerdos actuales solo se enfocan en lucha contra la deforestación, pero no reparan en la conservación de la biodiversidad ni en las afectaciones climáticas ni en el ciclo del agua: “Por lo general las acciones para preservar la Amazonia se expresan en porcentajes de áreas protegidas, pero poco atienden otros factores como biodiversidad o la preservación del ciclo del agua. De allí la urgencia de hacer nuevos acuerdos integrales porque estamos cerca del punto de no retorno”.
Este artículo pertenece al especial Amazonia, al filo del hacha, en el que participan Diario Criterio y el proyecto Unidos por los Bosques, de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la embajada de Noruega. El especial cuenta con el apoyo de Andes Amazon Fund, ReWild y las embajadas de la Unión Europea y Reino Unido.
10 Comentarios
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Es necesario en la introducción de este importante artículo, no confundir ÁREA VERDE que produce por varios factores CO2… con AREA BOSCOSA que absorbe CO2 y produce oxígeno parcialmente…. pues pareciera como si el autor en su introducción dijera lo contrario.
De otro lado la tala de árboles NO EMITE CO2 a menos que la madera SE QUEME de lo contrario la madera mantiene el CO2 contenido…. Así la quema de los bosques o los incendios forestales espontáneos SI GENERAN UNA GRAN CONTAMINACION AMBIENTAL
Ufffff que buén trabajo nos instruye en el tema de la Amazonia y la importancia de sus árboles , plantas fauna , Ríos y el horror que causa la deforestación
Felicidades y gracias