Así es como la monarquía de Arabia Saudita utiliza el arte para lavar su imagen

Aunque siguen siendo muchos los reparos y denuncias contra el reino de Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán ha buscado formas para simpatizar con Occidente. Museos y yacimientos arqueológicos hacen parte de su estrategia.

Durante su campaña presidencial, el estadounidense Joe Biden aseguró que los miembros de la monarquía en Arabia Saudita serían tratados como “parias cuando él llegara a la Casa Blanca.

En 2019, el asesinato del periodista Yamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul, el recrudecimiento del conflicto en Yemen y las hasta entonces ásperas relaciones de Israel con los países musulmanes habían cimentado la actitud hostil de Biden hacia la monarquía árabe. Ahora, en julio de 2022, después de más de un año y medio en la presidencia y con una crisis energética y económica en cierne, una de las paradas del presidente Biden en su primera gira por Oriente Medio será, precisamente, para reunirse con el príncipe heredero de Arabia Saudita, el poderoso Mohamed bin Salmán.

El acercamiento de Biden con los saudíes no ha estado exento de críticas. Como señaló Erik Carter en The Atlantic, la visita del mandatario norteamericano cuestiona los reiterados llamados que ha hecho el gobierno de Biden para defender la democracia en el mundo.

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Además, la promesa de Bin Salmán de desarrollar una variante “moderada” del islam dentro de las fronteras saudíes se ha mostrado insuficiente. En los últimos años, desde que Bin Salmán pasó a ser el primero en la línea de sucesión y a controlar el reino a su gusto en 2015, se han revelado sucesos que se oponen a los acuerdos básicos en materia de derechos humanos en Occidente.

Además del asesinato de Khashoggi, en el que se utilizaron aviones del reino árabe, se cuentan el secuestro en 2017 del primer ministro del Líbano, Saad Hariri, o la captura de activistas como Loujain Alhathloul, quien en 2018 fue detenida por desafiar la prohibición impuesta a las mujeres para conducir en ese país y quien, tras ser liberada en 2021, denunció abusos sexuales y torturas en prisión.

Mientras tanto, y a semejanza de lo que han hecho otros países árabes como los Emiratos Árabes Unidos y el enemigo saudí Catar, los monarcas saudíes intentan ocultar estos abusos a la vez que cautivan a los gigantes económicos internacionales. El reino se ha renovado: mientras los viejos líderes mueren o entregan el poder, aparecen herederos formados en las grandes capitales del mundo. Bin Salman, quien se ha mantenido en el reino cerca de su padre, el rey Salmán, encabeza este cambio.

Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita. Foto: AFP
Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita. Foto: AFP

En este juego de seducción por el dinero extranjero han cumplido un papel clave la cultura y el entretenimiento. Con museos, yacimientos arqueológicos y compras mediáticas, Arabia Saudita ha intentado maquillar las fatalidades y anacronismos que afuera se ven con malos ojos. Aunque la visita de Biden se debe a intereses económicos (crisis energética) y geopolíticos (consolidar las relaciones del mundo árabe con Israel), la apuesta saudí por el entretenimiento, el turismo para millonarios, y el arte, orientados a satisfacer y mostrar admiración por la historia hegemónica en Occidente, ha hecho que, con el paso de los años, los acercamientos diplomáticos de Estados Unidos con una monarquía absoluta en pleno 2022 sean, en alguna medida, más justificables.

Turismo cultural (y para ricos) en la nueva Arabia Saudita

Desde la unificación de Arabia Saudita en 1932, liderada por el rey Abdelaziz bin Saúd, el país se conviritó en el guardián de los dos lugares más sagrados del islam: la Gran Mezquita, en La Meca, y la Mezquita del Profeta, en Medina. Millones de fieles se han movilizado durante años hacia estos templos, en donde solo pueden ingresar musulmanes.

Durante décadas ha seguido siendo así. Sin embargo, la llegada de estos visitantes ha supuesto varios problemas para la economía saudí. El flujo hacia los lugares sagrados es desordenado, las rutas de transporte improvisadas y los visitantes no dejan mucho dinero en el país.


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Por eso, desde que Bin Salmán, protegido por su padre, tomó las riendas del país, atraer a otros visitantes a Arabia Saudita se convirtió en una prioridad. En reuniones con líderes internacionales, el reino intenta que los mandatarios extranjeros vengan a la capital, Riad, y en ocasiones los reciben y firman acuerdos en carpas en medio del desierto.

Como sugieren Bradley Hope y Justin Scheck en su libro Blood and Oil (Sangre y Petróleo), Bin Salmán quiere que se enamoren de su territorio y se animen a invertir en el país en megaemprendimientos y en innovación, como la Silicon Valley de Oriente Medio o la ciudad futurista más ambiciosa jamás pensada, Neom. Pero las intenciones de los extranjeros suelen oponerse a las de los saudíes, ya que, precisamente, lo que quieren es atraer el exorbitante dinero árabe hacia Occidente, a inversiones que van desde Hollywood hasta la bolsa de valores.

Como estrategia para traer visitantes extranjeros, y con la intención de que en 2030 la economía del país no dependa solo del petróleo, el reino ha invertido en regiones con potencial turístico. En su costa de unos 2.000 kilómetros en el mar Rojo, se encuentran arrecifes de coral que resisten bien las altas temperaturas. Allí se inició el Red Sea Project (Proyecto del mar Rojo), consistente en un complejo de “hoteles e infraestructura de transporte para sostenerlos”.

En Qiddiyah, cerca de la capital Riad, el proyecto consiste en una ciudad con “parques temáticos, circuitos de carreras, y proyectos al estilo del golfo como una pendiente para practicar ‘ski’ a puerta cerrada”, similar a una que ya existe en Dubái.

En el centro de todo el plan árabe para atraer turistas están las ruinas de la antigua ciudad de Mada’in Saleh. Allí se encuentran tumbas talladas en enormes piedras que datan de hace unos 2.000 años, hechas por los nabateos, el mismo pueblo responsable de los hemispeos labrados en Petra, en Jordania.

Hasta ahora, el yacimiento arqueológico de Mada’in Saleh ha sido poco visitado en comparación con Petra, debido en parte al recelo de que los musulmanes saudíes más radicales, los wahabíes, que aún consideran a los monumentos e imágenes de la era preislámica como sacrilegios, los destruyeran por su cuenta, como sucedió con los Budas de Bāmiyān, en Afganistán, exterminados por los talibanes en 2001.

Mada'in Saleh. Foto: AFP
Las tumbas de Mada’in Saleh datan de hace unos 2.000 años. Fueron hechas por los nabateos, el mismo pueblo responsable de los hemispeos labrados en Petra. Foto: AFP

Para poner en el centro del mapa cultural a Arabia Saudita y a Mada’in Saleh, Bin Salmán ha invertido en renovar la ciudad de al-Ula, antes una parada de la antigua ruta del incienso. En esa ciudad sobresale el Maraya Concert Hall, la construcción de espejos más grande del mundo. Inaugurada en 2018 y diseñada por el Giò Forma Studio Associato, con sede en Milán, Maraya también expone la práctica de los reinos árabes de comprar a reputados arquitectos para conseguir prestigio, seducir a occidentales y de paso satisfacer sus caprichos. El reputado Jean Nouvel, autor de, entre otras construcciones, la Torre Agbar en Barcelona, estuvo detrás del Louvre Abu Dabi, hermano del homónimo museo de París.

Salvator Mundi y la ‘revitalización’ cultural

En su momento, la compra de Salvator Mundi estuvo marcada por el misterio. El cuadro, atribuido a Leonardo da Vinci por varios expertos, fue subastado por Christie’s en 2017. En la puja final entró el multimillonario chino Liu Yiqian y un desconocido árabe, Badr bin Farhan Al Saud. Finalmente, Bin Farhan se llevó la obra por 400 millones de dólares, y meses después se supo que este árabe era un delegado de Bin Salmán. La subasta lo convirtió en el cuadro más caro de la historia.

Los subastadores esperaban que en la puja participaran no solo magnates con apetito de añadir uno de los pocos da Vinci conocidos a su colección personal. También pensaban que gobiernos podían optar por hacerse con la obra, como finalmente sucedió. El motivo es simple: atraer el turismo cultural a los museos del país adquiriendo una pieza enigmática y popular a su colección.

Salvator Mundi fue adquirida por Arabia Saudita en 2017 por 400 millones de dólares. Es la obra de arte más cara de la historia. Foto: AFP
Salvator Mundi fue adquirida por Arabia Saudita en 2017 por 400 millones de dólares. Es la obra de arte más cara de la historia. Foto: AFP

Con Salvator Mundi, sin embargo, pasa algo extraño, ya que no se sabe en dónde va a estar definitivamente. Por un lado, está el asunto ya mencionado del rechazo a las imágenes por parte de los wahabíes. Además, justamente Salvator Mundi es una representación católica de Cristo, un personaje que se contrapone con la creencia musulmana. Como apuntan Hope y Scheck, “Jesús, o Isa, como se le conoce en árabe, no es un problema en sí mismo –él aparece en el Corán como uno de los profetas más importantes antes de Mahoma–. Pero las implicaciones de la pintura son de supremacía espiritual, lo cual no está bien visto. En la vieja Arabia Saudita, ni siquiera estaba permitido mostrar públicamente cuadros de figuras humanas”.

Por otro lado, está la incógnita sobre el destino de la obra. Por ahora se encuentra en el Serene, el superyate privado de Bin Salmán, en donde organiza reuniones y encuentros más liberales lejos de la mirada del tradicionalismo árabe. Pero Serene no debería ser el destino final de esta obra, comprada para promocionar a Arabia Saudita ante el mundo.

Sobre el papel, el plan del reino saudí es que sus museos sean una expresión de un elemento particular de su cultura, como puede ser, por ejemplo, el Museo del Incienso. Sin embargo, Salvator Mundi no condice con esta idea. En cambio, parece más alineado con la idea de otros países árabes como los Emiratos, en donde el Louvre de Abu Dabi busca hacerse con una colección de obras atractivas alrededor del mundo. Esta búsqueda depredadora ha llevado a delitos de tráfico de piezas que han sacudido al sector en los últimos meses.

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Justamente, una investigación señaló recientemente al exdirector del museo del Louvre en París, Jean-Luc Martínez, de contrabando internacional de arte, con obras saqueadas de países inestables de Oriente Medio. La sede de Louvre en Abu Dabi sería uno de los destinos de las piezas traficadas gracias a la inestabilidad de países como Egipto o Siria en los últimos años.

La pregunta que queda es si Arabia Saudita entrará en este juego de las megacolecciones de arte. La compra de Salvator Mundi parece indicar esa posibilidad. En su momento, incluso se planteó el préstamo de esta obra a los Emiratos, pero Bin Salmán manifestó su derecho a presentarla en su país cuando sea pertinente. Incluso, en 2019 se especuló con la aparición del Salvator Mundi en el aniversario 500 del nacimiento de Leonardo da Vinci, en el Louvre, la mayor exposición dedicada al artista renacentista. Finalmente, la obra más cara de todos los tiempos nunca llegó al museo francés.

En todo caso, la devoción saudí hacia la cultura occidental se extiende hacia nuevos horizontes. Desde 2017 se realiza la Saudi Comic Con, y otras millonarias incursiones van desde el sector de la alta costura hasta deportes como el golf, el fútbol o el automovilismo. En todos estos campos, Arabia Saudita y sus vecinos árabes quieren convertirse en actores imprescindibles para Occidente. Por ahora la estrategia funciona, ya que, como le sucede al propio Biden, no pueden prescindir del (en apariencia) infinito poder económico árabe.

5 Comentarios

  1. Con el poder económico que tienen esos paises pueden hacer lo que quieran
    Incentivar la cultura y el entretenimiento para atraer turismo está bién

  2. Interesante el análisis en torno a cómo es Arabia Saudita la que está invirtiendo afuera de ella, personalmente diría que no por gusto, sino con la esperanza de que estas inversiones sean un incentivo o excusas para llevar a cabo el turismo extranjero que espera Arabia Saudita. Aunque es de aclarar que ha realizado (y aún realiza) demasiadas inversiones que podrían ampliar la economía del país y con inyecciones de dinero que permiten acabar con la competencia y estar hablando de posibles monopolios de otros sectores diferentes al petróleo.

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