‘As bestas’ de Rodrigo Sorogoyen: los sueños de la razón

‘As bestas’, una de las películas españolas más premiadas de los últimos años, se estrenó la semana pasada en Colombia. Lo que empieza como un western contemporáneo y desplazado, se convierte en un thriller con ribetes de drama psicológico que muestra los alcances de la xenofobia y la incomprensión entre diferentes.

“A Rapa das Bestas” –leo en Internet– es una fiesta que se celebra en la aldea gallega de Sabucedo, y en la que un grupo de hombres inmoviliza a caballos salvajes que, durante el año, han estado pastando en libertad. El fin es recortarles las crines, eliminar sus parásitos y marcarlos. Con poderosas imágenes de ese ritual empieza la película del español Rodrigo Sorogoyen (El reino, Madre), planos en los que los cuerpos de hombres y caballos se entrelazan en una lucha por dominar y prevalecer.

Más que observar con fascinación este y otros rituales de fiereza o masculinidad, As bestas construye un espacio dialéctico en el que dos partes enfrentadas exponen sus razones y emociones. Aquí no hablo ya de los hombres y las bestias sino del conflicto que la película desarrolla dando a cada bando su tiempo para expresarse. De un lado, los pobladores de una aldea gallega –en especial dos hermanos– que han vivido allí desde siempre. De otro, una pareja francesa que llega al lugar con intenciones de establecer una granja y, de paso, ejercer una especie de misión “civilizadora”.

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Esta misión incluye servir de ejemplo a los aldeanos sobre la inconveniencia de vender sus tierras a una empresa de energía eólica, y arreglar casas abandonadas disponiéndolas para recibir una fuente alternativa de ingresos: recibir turistas. Pero los planes de Antoine y Olga (la pareja francesa) se ven torpedeados por la obstinación con que los hermanos Anta defienden su derecho a decidir sobre unas tierras a las que consideran su propiedad, amenazada por extranjeros colonizadores.

Tráiler de As bestas.

La primera parte de la película, por los temas que aborda y la manera en que plantea el viejo conflicto entre civilización y “barbarie”, sigue el formato de un western, un género que nació en Estados Unidos anclado a una geografía y una historia específicas, pero que ha demostrado su maleabilidad para adaptarse a otros contextos. Pero As bestas nos reserva un segundo acto en que predominan el thriller, el suspense y el drama asociados a la resolución de un crimen.

Esta segunda parte, incluso, se filma distinto: con una cámara menos clásica y más atenta al movimiento nervioso de los personajes. Como en una versión de Perros de paja de Sam Peckinpah, el sueño de la pareja francesa de vivir tranquilos en un lugar al que no pertenecen, se rompe. El idilio se convierte en caos y tragedia. Si el primer acto es una película de hombres, el segundo va a fijar su interés en las mujeres, en las que se quedan y deben recomponer el mundo cuando los hombres ya no están.

As bestas tomó su inspiración de un hecho real (la desaparición de un holandés en una aldea gallega), pero el tándem que conforman Sorogoyen y la coguionista Isabel Peña, transforman esa base en una historia con amplias repercusiones, que no solo muestra el problema de los pueblos abandonados en España y las tensiones entre costumbres tradicionales y progreso, sino un núcleo duro de xenofobia y odio que envenena la convivencia entre diferentes.

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Contrario a otras películas contemporáneas que se inclinan por privilegiar el punto de vista de los oprimidos o los más vulnerables (que en este caso serían los hermanos gallegos), la película entra mucho más en el mundo de Antoine y Olga, y posteriormente en el de Olga y su hija.

Los excelentes diálogos se convierten, sin embargo, en el lugar donde la mirada de la película se equilibra. La confrontación a través de la palabra es el medio por el cual llegamos a entender los motivos de todos, y las aspiraciones encontradas de los personajes. Mientras los hermanos quieren dejar de oler a vaca, tener una mujer o hacer una familia, la pareja francesa pasa de idealizar un mundo “primitivo” en el cual recuperar un paraíso perdido, a ser víctima de él.

Al final entendemos que la conversación, la puesta en común de argumentos e historias, incluso si se oponen entre sí, es el mayor logro de la civilización, aunque con frecuencia no sea suficiente para evitar la emergencia de los instintos más básicos de aniquilación del diferente. Esta película nos recuerda la obligación ética de ver al otro, y escucharlo, y el desbarrancadero en que caeríamos si lo reducimos a esa obscena categoría que hemos oído tanto en los días que corren: la de animales humanos.

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