Benedicto XVI, el papa ultraconservador que pidió perdón
Francisco presidirá el 5 de enero, en la Plaza de San Pedro, el funeral de su predecesor, Benedicto XVI, en cuyo papado hubo escándalos que marcaron la historia de la Iglesia y decisiones que confundieron a algunos de sus críticos.
Tras la muerte del expapa Benedicto XVI, el pasado 31 de diciembre, se dio a conocer que su funeral se llevará a cabo el próximo jueves 5 de enero, en un evento “solemne, pero sencillo“, el cual será el presidido por su sucesor, Francisco I, dijo a los periodistas Matteo Bruni, portavoz del Vaticano, en una sesión informativa, alertara sobre el deterioro marcado de salud de su predecesor de 95 años.
El funeral tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, la gran plaza frente a la basílica del mismo nombre, el jueves a las 9:30 a. m.
“Como deseaba el papa emérito, el funeral será sencillo“, dijo Bruni a los periodistas. Francisco había alertado al mundo sobre la fragilidad de Benedicto el miércoles, cuando llamó a los católicos del mundo a orar por él.
Más tarde, lo visitó en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro de los jardines del Vaticano, que se convirtió en el hogar de Benedicto cuando se jubiló.
Bruni dijo que, el día de su muerte, Benedicto recibió “la unción de los enfermos” o “últimos ritos“, una tradición católica en la que el alma de una persona se limpia de los pecados en preparación para el más allá, lo cual se llevó a cabo al final de una misa en su casa, en presencia de las Memores Domini, cuatro mujeres laicas, similares a monjas, que vivían con él.
La muerte de un papa católico romano suele poner en marcha tradiciones consagradas, pero ¿recibiría tratamiento papal alguien que qué renunció a este cargo?
Benedicto XVI, pontífice desde abril de 2005 hasta febrero de 2013, fue el primero en renunciar desde la Edad Media, hace seis siglos.
A diferencia de los otros papas fallecidos, no es necesario convocar un cónclave para elegir a uno nuevo, ya que Francisco, elegido para suceder a Benedicto en 2013, permanece en el cargo.
Según las reglas establecidas en 1996, un papa debe ser enterrado entre cuatro y seis días después de su muerte. La decisión de cómo y cuándo se hará suelen tomarla cardenales de todo el mundo, además de organizar nueve días de luto en el Vaticano, conocidos como novendiales.
Benedicto, un intelectual conservador, no era tan popular como Juan Pablo II, pero es probable que su funeral atraiga a grandes multitudes y dignatarios.
En 2005, el cuerpo de Juan Pablo II, el último papa en morir, también yacía en la Plaza de San Pedro, antes de una misa fúnebre presidida por Ratzinger, entonces cardenal senior, ante un público que se estimó en un millón de personas, junto con jefes de estado de todo el mundo.
En 2020, los informes de los medios dijeron que Benedicto XVI había elegido ser enterrado en la antigua tumba de Juan Pablo II, en la cripta de San Pedro. El cuerpo del querido papa polaco fue trasladado a la parte superior de la basílica, cuando fue beatificado, en 2011.
El primero en pedir perdón
En los anales de la historia, llamado de nacimiento Joseph Ratzinger, será recordado, principalmente, como el primer papa en 600 años en jubilarse, en lugar de morir en el cargo. Cualquier otro logro de su pontificado de ocho años —y hubo algunos dignos de mención— se verá opacado, primero, por la forma en que renunció y, segundo, porque su periodo se interpuso entre dos de las figuras más grandes y controvertidas en la historia de la Iglesia Católica, su jefe de toda la vida, Karol Wojtyła (Juan Pablo II) y Jorge Mario Bergoglio (Francisco I), el autoproclamado papa “desde los confines de la Tierra”.
En términos doctrinales, Benedicto se dedicó a retocar el legado de los 27 años del pontífice polaco.
El acuerdo conservador que Juan Pablo impuso, con la ayuda inquebrantable del cardenal Ratzinger en las grandes batallas teológicas que siguieron al concilio reformador del Vaticano II, de la década de 1960, permaneció fundamentalmente intacto durante el ejercicio de Benedicto.
Las victorias ya logradas en las últimas décadas del siglo XX sobre las voces católicas más liberales en cuestiones de moralidad sexual, celibato clerical, el lugar de la mujer y la libertad religiosa estaban, en lo que respecta a Benedicto XVI, seguras. Su pontificado, por tanto, podría verse como una posdata extendida al anterior.
Sin embargo, difirió en tres puntos.
Benedicto no era, por inclinación, un personaje tan dominante o arrogante como Juan Pablo y pudo abrir nuevos caminos en la historia moderna de la institución las veces que pidió “perdón“: por permitir que un negador del Holocausto, el sacerdote británico Richard Williamson, volviera al redil en 2009, error que Benedicto XVI admitió en una carta a los obispos católicos del mundo, porque él y quienes lo rodeaban en el Vaticano no estuvieron suficientemente al tanto de los medios modernos de comunicación para consultar Internet y ver los comentarios ofensivos de Williamson.
Perdón, también, por las ofensas causadas en una conferencia de 2006, en la Universidad de Ratisbona (Alemania), en la que Benedicto citó comentarios despectivos sobre el profeta Mahoma; y perdón al mundo y a las víctimas por los crímenes de los curas pedófilos.
Esta disculpa final fue parte de la segunda forma en que el papado de Benedicto XVI merece ser visto como distintivo, ya que fue el primero en abordar la pederastia en la Iglesia, mientras que su predecesor barrió el asunto bajo la alfombra e, incluso, dio refugio a abusadores confesos. Benedicto, por su parte, retiró dicha protección y prometió una revisión exhaustiva —y, en retrospectiva, insuficiente— de las denuncias.
Para 2001, los informes de abuso y encubrimiento eran tan serios y generalizados que Ratzinger quedó a cargo de coordinar la respuesta de la Iglesia.
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El escándalo de la pederastia
Las limitaciones del equipo que rodeaba al entonces papa quedaron expuestas por el resurgimiento del escándalo de los sacerdotes pedófilos, en 2009. El padre Federico Lombardi, jefe de la oficina de prensa papal, intentó, sin éxito desviar la atención hacia unos medios demasiado entusiastas.
Benedicto, para su crédito, no trató de enterrar la cabeza en la arena por el escándalo. Cuando los detalles surgieron por primera vez, a finales de la década de 1980, en EE. UU. y Canadá, algunos informes terminaron en el escritorio del Cardenal Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Esto se hacía más evidente a medida que su papado avanzaba.
Su primer acto fue exigir que se le informasen de todas las acusaciones, en un esfuerzo por evitar que los obispos locales compraran el silencio de las víctimas y luego reasignaran a los culpables a nuevas parroquias, donde los abusos persistirían.
Sin embargo, el círculo íntimo de Juan Pablo II siguió limitando la capacidad de Ratzinger para actuar en su nuevo rol.
Uno de los casos más notorios fue el del fundador de la Legión de Cristo, el padre mexicano Marcial Maciel. Amigo cercano de Juan Pablo y Sodano, Maciel fue acusado de agredir sexualmente a jóvenes de su orden y de tener hijos. Ratzinger presionó para que lo destituyeran como jefe de la Legión, pero fue bloqueado.
Fue solo cuando Ratzinger se convirtió en papa que le ordenó a Maciel, en 2006, dejar el sacerdocio y limitarse a una vida de oración. Sin embargo, el sacerdote, que murió en 2008, no fue obligado a enfrentarse a sus acusadores en los tribunales.
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El fantasma nazi
Nacido en el pueblo de Marktl am Inn (Baviera, Alemania), Joseph fue el tercero de tres hijos y el segundo de María (de soltera, Peintner), excocinera de hotel, y Joseph, un comisario de policía, ambos católicos devotos, lo cual diferenció al papa fallecido recientemente de sus contemporáneos.
Se ha descrito que la oposición de su padre a los nazis redujo su carrera policial.
Cuando fue elegido papa, el historial de Ratzinger durante la guerra fue motivo de controversia.
La afiliación a las Juventudes Hitlerianas era obligatoria para los dos muchachos Ratzinger, que fueron llamados, junto con otros jóvenes de 16 años, a las filas en 1943, sirviendo, primero, con una batería antiaérea en Munich; luego, con una unidad de infantería en la frontera húngara, antes de pasar seis semanas en un campo estadounidense de prisioneros de guerra.
Sin embargo, en Milestones (hitos, en español), sus memorias de infancia publicadas en 1997, Ratzinger, sorprendentemente, no hizo referencia alguna al sufrimiento de los judíos bajo el dominio nazi mientras trabajaba en las pruebas y tribulaciones de la iglesia católica en el mismo período. También parece haber elegido un camino pasivo, en contraste con Juan Pablo II que, en su juventud, trabajó con la resistencia local polaca para llevar a los judíos a un lugar seguro.
Finalmente, al terminar la guerra, Benedicto reanudó sus estudios para el sacerdocio y se ordenó en 1951, el mismo día que su hermano mayor, Georg.
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Mano derecha de Juan Pablo II
En su adultez, Ratzinger siguió un camino académico, dando conferencias, primero, en la Universidad de Munich, desde 1957. Se convirtió en profesor en Bonn, en 1959; en 1963, se mudó a la Universidad de Münster; mientras que, en 1966, llegó a Tübingen. Movilidad inusual en la academia alemana y quizás una señal de que Ratzinger podría no haber sido un colega fácil.
Mientras estaba en Bonn, fue descubierto por el cardenal Josef Frings, arzobispo de Colonia. Como asesor teológico de Frings, Ratzinger fue un destacado modernizador que asistió al Concilio Vaticano II, a principios de la década de 1960. También fue parte de un grupo destacado de jóvenes teólogos progresistas y, posteriormente, como colaborador de la revista Concilium, defendió la libertad de investigación teológica.
En los círculos católicos, comenzó a expresar su desilusión por los efectos de la modernización iniciada por el consejo y por la demanda constante de cambio e innovación. El entonces sacerdote abogaba por un gobierno central y revitalizado de la iglesia, para mantener la línea contra los liberales y defender las tradiciones del catolicismo. Como símbolo de este cambio de opinión, en 1972, Ratzinger desertó del Concilium y se unió al grupo de teólogos de mentalidad conservadora que fundó una revista rival, Communio.
La necesidad de detener el proceso de reforma se convertía, rápidamente, en el pensamiento principal de la Iglesia Católica europea.
Cuando Ratzinger fue designado por el Vaticano como cardenal arzobispo de Munich, en 1977, utilizó su nueva plataforma para atacar a los teólogos progresistas, como su antiguo colega, académico y amigo, el padre suizo Hans Küng.
Tal postura encajaba bien con el régimen entrante de Karol Wojtyła, elegido en 1978 como el papa Juan Pablo II. Era otra figura del segundo concilio del Vaticano que ahora también desconfiaba de lo que había en marcha.
En 1981, Ratzinger fue nombrado jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, uno de los cargos más importantes de la curia romana. Trabajó estrecha y armoniosamente con el entonces papa, en particular, para controlar a los teólogos radicales de la liberación de América Latina, de quienes se sospechaba que habían importado el pensamiento marxista al catolicismo por la puerta de atrás; y para silenciar a disidentes como el distinguido erudito estadounidense padre Charles Curran, que había cuestionado públicamente la enseñanza oficial sobre la moralidad sexual.
La libertad para explorar, que Ratzinger había exigido una vez para los teólogos, era erosionada rápidamente por su propia mano.
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Benedicto, el ‘rottweiler de Dios’
Para los católicos leales, preocupados por las acciones draconianas del Vaticano en cuanto a los teólogos liberales populares, a menudo era más fácil culpar a Ratzinger, en lugar de Juan Pablo II, que logró evadir cualquier tipo de categorización durante su vida, sobre todo a fuerza de su carisma, mientras que, como su mano derecha, Ratzinger, aparentemente adusto e inflexible, era un objetivo más conveniente.
A medida que la salud de Juan Pablo se deterioraba, Ratzinger, progresivamente, se puso en su lugar para convertirse en el portavoz de la ortodoxia católica, intrépido al atacar aquellos aspectos de la cultura secular que consideraba equivocados. En 2003, por ejemplo, describió las uniones civiles entre parejas del mismo sexo como “la legislación del mal”.
Cuando el pontífice polaco murió, en abril de 2005, después de una batalla prolongada y muy pública contra la enfermedad de Parkinson, a Ratzinger le tocó, como decano del Colegio Cardenalicio, dirigir los homenajes, organizar el funeral y abrir el cónclave para elegir a un nuevo papa. Tal fue su desempeño en dichos deberes que, para sus compañeros cardenales, apareció como el candidato obvio, aunque no había sido el favorito.
Ningún cardenal admitirá jamás querer ser papa, pero, si alguna vez hubiera albergado esperanzas, Ratzinger, de casi 78 años, habría concluido que su momento había pasado. Además de su edad, hubo un coro de muchas voces influyentes en la Iglesia Católica mundial que demandaba un cambio radical de dirección.
Sin embargo, contra la mayoría de predicciones, Benedicto salió de la Capilla Sixtina, después de solo dos días de votación (rápido, en términos católicos) como el papa entrante de mayor edad desde Clemente XII, en 1730; y solo el segundo no nacido en Italia en casi medio milenio.
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Otro cambio implementado por Benedicto, en 2007, fue el de relajar las restricciones sobre el uso del Rito Tridentino (una forma de misa del siglo XVI, que había entrado en desuso, para angustia de muchos católicos ancianos y de mentalidad tradicional, a finales de la década de 1960) fue otro aspecto del enfoque incluyente, que luego el papa Francisco revirtió.
Al ofrecer estas concesiones, Benedicto redujo su aspecto de “rottweiler de Dios” —etiqueta que obtuvo en sus días en la Congregación para la Doctrina de la Fe— y se volvió más un pastor alemán, acorralando a su rebaño lejano para protegerlo del malvado mundo secular.
Sin embargo, tras los actos de escucha, Benedicto ya había tomado sus decisiones.
En esos primeros años logró desarmar a algunos católicos liberales que recibieron su elección casi con desesperación, al tiempo que decepcionaba a las voces más tradicionalistas que esperaban verlo tomar medidas más drásticas contra lo que consideraban herejías modernas.
Lavado de dinero en el Vaticano
La renuncia de Ratzinger se dio en medio de una crisis financiera y de fe sin precedentes en la Iglesia Católica.
La investigación por lavado de dinero del Banco del Vaticano, las indemnizaciones por los escándalos sexuales, el número decreciente de creyentes y donaciones fueron algunos de los problemas que Francisco heredó.
En el artículo Las finanzas secretas de la Iglesia, el periodista Jason Berry —que ha investigado el tema por más de dos décadas— calificó que la estructura financiera de la Iglesia Católica de “caótica” y “opaca“.
En enero de 2013 —año en que Benedicto renunció—, a instancias del organismo europeo que combate el lavado de dinero, Moneyval, el Banco Central de Italia bloqueó el uso de tarjetas de crédito dentro del Vaticano.
En julio, un informe de Moneyval señaló que el Vaticano no cumplía con los requisitos básicos en siete de 16 áreas consideradas esenciales para el combate del lavado de dinero.
Por si fuera poco, en octubre del funesto año que 2012 fue para el Vaticano, el mayordomo del papa, Paolo Gabrieli, fue condenado a 18 meses de prisión por el robo de material secreto con detalles comprometedores de sus asuntos financieros.
Crisis de creyentes
Para finales del papado de Benedicto, Estados Unidos, el cuarto país en el mundo con más católicos (100 millones, superado por Brasil, México y Filipinas), había experimentado una caída del 20 por ciento en las donaciones al son de los escándalos sexuales.
El impacto de estos ha sido doble: disminución en los ingresos y mayores egresos por indemnizaciones a las víctimas (estimadas en más de 2.000 millones de dólares).
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Debido a este gasto extraordinario, ocho diócesis, entre ellas la de San Diego, Tucson y Milwaukee, terminaron declarándose en bancarrota.
“En muchas ciudades han tenido que cerrar iglesias. Los Ángeles, Chicago y Boston, tres de las más importantes arquidiócesis, tienen un agujero promedio de unos 90 millones de dólares en sus fondos de pensiones“, le dijo Berry a BBC Mundo en 2013.
Y un papa apodado el Rottweiler de Dios no ayudaría a atraer fieles.
Homosexualidad, “mal moral intrínseco”
En noviembre de 2005, deleitó a los conservadores al producir directrices sobre la exclusión de hombres con “tendencias homosexuales profundamente arraigadas” del sacerdocio.
Estudios llevados a cabo en Estados Unidos sugieren que hasta un tercio de los sacerdotes católicos son homosexuales, a pesar de que su iglesia enseña que la homosexualidad es, en palabras de una carta dirigida a los obispos católicos por el entonces cardenal Ratzinger, en 1986, “una fuerte tendencia hacia un mal moral intrínseco”.
Pero el Vaticano no hizo cumplir el fallo de Benedicto XVI en 2005.
“¿Dónde está la estrategia?”, se lamentó el influyente padre Richard John Neuhaus, académico y editor de First Things, una publicación ultraconservadora estadounidense y una de las pocas que impulsó un papado de Ratzinger. Neuhaus confesó su propia “inquietud palpable” por la forma en que Benedicto se comportaba.
Esa impaciencia solo se profundizó cuando, para la Navidad de 2005, Benedicto XVI produjo su primera encíclica —o documento de enseñanza— que, por tradición, establece el tono para un pontificado.
La encíclica, Deus Caritas Est (en latín, Dios es amor), logró exaltar el amor en un lenguaje accesible y casi poético, sin agregar ninguna de las restricciones católicas conocidas sobre el contexto adecuado del matrimonio, la heterosexualidad y la procreación.
“Sexo, por favor. Somos católicos”, fue la respuesta ponderada del semanario La Tableta al documento.
En retrospectiva, sin embargo, aunque inclusiva y atractiva, Deus Caritas Est no avanzó un ápice en el debate dentro del catolicismo sobre la ética sexual. Una vez más, Benedicto daba la sensación de escuchar, aunque no lo hiciera.
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Cruzada contra el secularismo
Los primeros tres años de su papado vieron a Benedicto confundir a sus críticos, al tiempo que atrajo críticas ampliamente positivas, aunque silenciadas. Nunca trató de revivir la misión itinerante de su predecesor, sino que, mientras se acercaba a los 80 años, concentró su energía en un número menor de visitas pastorales cuidadosamente seleccionadas a comunidades católicas —principalmente en Europa—, su cruzada contra la marea de secularismo que culpaba de destruir el continente.
Por otro lado, Ratzinger se las arregló, en su mayor parte, para restaurar la calma en las relaciones católico-musulmanas dos meses después de su controvertida conferencia en Ratisbona, cuando visitó Turquía. Hubo temores sobre manifestaciones e incluso atentados contra su vida, pero Benedicto XVI mostró gran diplomacia y presencia cuando, en una adición de último minuto a su programa, se unió con los clérigos musulmanes, en oración silenciosa, en la Mezquita Azul de Estambul, haciendo de esta la segunda vez que un papa ingresaba a uno de estos templos.
Otros, sin embargo, no se calmaron tan fácilmente.
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En septiembre de 2000, cuando Juan Pablo ya estaba incapacitado gravemente, el Vaticano emitió un documento, Dominus Iesus, ampliamente acreditado a Ratzinger, que describía todas las otras religiones como “gravemente deficientes”, en comparación con el catolicismo.
Sin embargo, en su visita a Turquía, quedó la sospecha persistente de que solo era cortés y que su pensamiento era el mismo. Indudablemente, fue sincero acerca de querer fomentar mejores relaciones con otras iglesias y religiones, en particular, llegando a los luteranos, en su Alemania natal, pero nunca hasta el punto de estar preparado para, en sus términos, comprometer la doctrina católica.
Los problemas de la renuncia de Benedicto
El tercer anuncio que lo diferenció de sus predecesores se produjo cuando sorprendió, incluso a sus allegados, en febrero de 2013, al renunciar al cargo, con el argumento de que ya estaba demasiado mayor y enfermo para liderar una iglesia mundial de 1200 millones de seguidores.
Así se convirtió en el primer pontífice desde la Edad Media en retirarse, debido a que la tradición de los papas ha sido la de morir durante el papado, con el argumento de que es un trabajo dado por Dios y, por tanto, uno del cual solo Dios puede librarlos, cuando los llame de nuevo a Él.
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La partida abrupta de Benedicto creó problemas para la Iglesia Católica. Sin embargo, los cardenales electores negociaron el primero de estos desafíos mejor de lo esperado. Su elección de un sucesor, el cardenal argentino Bergoglio, se hizo rápida y decisivamente, además de enviar un mensaje de que el catolicismo reconocía la necesidad de un nuevo enfoque.
Otro problema fue el hecho de que, de repente, no hubo uno, sino dos papas.
Más disculpas que acciones
Asimismo, en marzo de 2009, envió una carta sin precedentes en la cual pidió perdón, después de una nueva serie de revelaciones sobre la magnitud de los abusos en Irlanda.
“Habéis sufrido mucho y lo siento mucho”, dijo a las víctimas irlandesas. También expresó: “Sé que nada puede deshacer el mal que has soportado. Tu confianza ha sido traicionada y tu dignidad ha sido violada. Muchos de ustedes descubrieron que, cuando tenían el valor suficiente para hablar de lo que les sucedió, nadie los escuchaba. Aquellos de ustedes que sufrieron abusos en instituciones residenciales deben haber sentido que no había escapatoria de sus sufrimientos. Es comprensible que te cueste perdonar o reconciliarte con la iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que todos sentimos”.
Aunque menos que insuficiente, en términos de justicia, fue un ejemplo de cómo Benedicto hizo más que sus predecesores —que silenciaron a sus víctimas y trasladaron el problema—, al momento de enfrentar los abusos sexuales dentro del clérigo.
Sin embargo, quedaba una tendencia, claramente expresada en su carta a los irlandeses, a culpar a los obispos locales y, por lo tanto, distanciar el Vaticano de cualquier responsabilidad, en una estructura tan centralizada y jerárquica como el catolicismo.
Como papa, Benedicto se mostró igualmente reacio a actuar de manera decisiva contra los principales eclesiásticos acusados de complicidad en el encubrimiento, incluido el arzobispo de Boston (EE. UU.), el cardenal Bernard Law, que retuvo un puesto en el Vaticano; y el primado irlandés, el cardenal Seán Brady, que se negó a renunciar después de que se reveló que había asistido, como un joven sacerdote, a una reunión donde dos víctimas de abusos hicieron votos de silencio sobre su atacante, un sacerdote que luego violó a otros jóvenes.
En muchos asuntos doctrinales, Ratzinger no tenía deseo alguno de ser un reformador, pero incluso cuando reconoció claramente la necesidad de un cambio, un nuevo pensamiento y nuevas iniciativas, el patrón fue el de no cumplir.
Aunque indudablemente lo intentó, con sinceridad y angustia, Benedicto quizás estaba muy viejo y arraigado en los caminos de la Iglesia con la que creció como para contemplar un cambio más radical. Y ese juicio puede extenderse a todo su papado.
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2 Comentarios
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Buena y completa biografía de Benedicto XVI
Gracias