¿Se repetirá la boliburguesía venezolana?
Un eventual triunfo de Gustavo Petro y el Pacto Histórico supondría para Colombia el encumbramiento de una nueva élite política en el poder que, como las tradicionales, ha perseguido la captura del Estado para su beneficio personal y el de sus bases clientelistas, como la boliburguesía.
Cabe aclarar que lo de ‘nueva élite’ es por demás discutible, pues numerosos políticos de cuestionada reputación han buscado abrigo en la oportunidad política. ¿Podrá Petro explicar al país sin eufemismos ni demagogia cómo su proyecto de cambio se escribirá con la tinta de líderes cómo Julián Bedoya, Armando Benedetti o Roy Barreras? ¡Vaya lírica!
En lo que a sus formas se refiere, un proyecto petrista en el poder reeditaría el modelo oligárquico tradicional desde el cual familias y casas políticas tradicionales tuvieron una disputa connivente por el control del erario. Nuestras imperfectas instituciones abrazarían algo similar a la aún ambiciosa y revanchista ‘boliburguesía’ venezolana, enquistada en las instituciones desde principios de 2000 en la hermana República y a la cual, sin lugar a duda, se atribuye su actual desventura económica y social.
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Es de recordar que el patrimonial y mesiánico primer gobierno de Hugo Chávez en Venezuela (1999-2001), impulsado por el control de la economía y su predecible extracción, sentó las bases para la transición burocrática de poder en Venezuela, que con el pasar de los años difuminó, y en algunos casos absorbió, a las clases dominantes.
Es bien sabido por la opinión pública –global– que una gran parte de los líderes chavistas, banqueros, empresarios aliados con causa amasaron fortunas considerables siendo parte del Gobierno o beneficiándose de él mediante contratos, entre otras cosas, gracias a los elevados precios del petróleo, que alcanzó cifras superiores a los 100 dólares el barril en los mercados internacionales durante el período 2005 y 2011.
A las primeras de cambio mostraron que el tal Pacto Histórico existe en el papel, pero no en la dinámica política: esta coalición de izquierda se erige como una versión pintoresca del maquiavélico caudillismo colombiano, desde la cual todo se admite y todo se vale. Preocupa que no exista desde la cabeza del Pacto Histórico un mínimo filtro de aproximación para los políticos nacionales y regionales por cuya cuestionada reputación se tergiversa su mensaje de cambio.
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Ningún proyecto político que se autodenomine de renovación debería admitir personajes que, siquiera, siembren dudas en la opinión o carguen tras de sí cuestionamientos éticos o basados en actuaciones del pasado. Estos mensajes prenden las alarmas pues, como reza una de las frases más sabias en política “así como se llega, así mismo se gobierna”.
Bastante razón tiene el muy rico y viral outsider de la campaña presidencial, cuando cuestiona la necesidad de promover una consulta para definir algo cantado. ¿Tiene sentido incurrir en los costos de asociados a la consulta? De la consulta saldrán posicionados, eso sí, Francia, Romero, Velasco, Saade y todos aquellos que se anclen en la bahía de la izquierda, bien sea para las elecciones regionales de 2023 o para eventualmente pedir pista en el ordenamiento de gasto nacional. ¿Quiénes más llegarán?
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Por cuenta de la polarización y los entuertos les temo a cuatro años más de inacción. Si durante el siglo XIX los centralistas y federalistas y, durante el XX los conservadores y liberales, edificaron la nuestra torre de babel, aquella la patria boba que no logramos superar como país, pero de la cual hay dos mensajes claros: ‘hagámonos pasito’ y ‘aprovechemos el cuarto de hora’, ¿cuál sería el escenario de un eventual giro extremo? ¿La clientelista y en extremo incompetente administración distrital de Cali no nos está dando una señal para cuestionar y tomar mejores decisiones electorales?
Cuesta creer que la débil institucionalidad nacional no ceda a la presión del caudillismo y conforme avance la campaña se abalance hacia quien hoy las encuestas perfilan como el más seguro ganador. Al final de cuentas, en Colombia estamos lejos de comprender la clásica noción del interés general, no así que la política es el escalón más seguro para la movilidad social.
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