Borgen y El Patrón del Mal
Tomará años borrar de la memoria colectiva del planeta el estigma que nuestros realizadores le han tatuado a Colombia con este tipo series. Bien por ‘Borgen’ y mal por ‘El Patrón del Mal’.
El hombre es violinista, su apariencia delicada y refinada permitía presagiar la delicadeza de su oficio. La conversación se fue conformando lentamente con preguntas de curiosidad sobre cada uno de los dos, la suerte nos había empujado a estar próximos en medio de una fiesta ruidosa de comienzos del 2022.
Phillipe Skow, su nombre, estaba de visita en Madrid, pronto a regresar a su país. -¿En dónde vives?- pregunté. “En Dinamarca, concretamente en Copenhague”, reveló mi recién conocido interlocutor. ¡Borgen!, dije con entusiasmo, refiriéndome a la serie proyectada en Netflix, que hace unos pocos meses cautivó mi atención y admiración. Borgen es una historia más bien liviana, pero muy interesante, acerca del día a día de la política danesa, cuyo personaje principal es la primera ministra de ese país.
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En mi vehemente elogio de Borgen resalté los elementos culturales que se infieren en la narración, uno de ellos, la temperancia y el respeto con que se abordan los desacuerdos e inclusive conflictos de estado y personales que encaran los personajes. Los careos entre opositores que traen en juego el destino de un partido, la normatividad del país, la posición de poder de la primera ministra y, también, los problemas personales e íntimos que proyectan una elevada manera de vivir la vida.
El trasfondo que se lee en Borgen referente a la cultura danesa permite imaginar que en Dinamarca los políticos no se mandan a asesinar; los ministros de Defensa no matan niños, los opositores políticos no acuden a las arman en lugar de los argumentos, la primera ministra no ampara la criminalidad del estado y, por sobre todo, se percibe un grado significativo de respeto por la vida.
Phillipe no ocultó el agrado y la sorpresa al oír a un ciudadano de un país tan distante y, por demás, desconocido para él, hablar positivamente de la cultura política de Dinamarca. Sobriamente me agradeció los comentarios y confirmó que ciertamente su país era un lugar agradable de la tierra en el cual él se sentía cómodo y orgulloso.
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Vinos más, vinos menos y llegó el momento de mi presentación, mi oficio y finalmente mi origen. – “¡Colombia, ohhh, El Patrón del Mal!”, exclamó con un maltrecho entusiasmo el músico. Sonrisa pálida de mi parte y reconocimiento avergonzado de la afirmación incuestionable del nórdico.
Así es, ese es el poder de las historias y de los medios contemporáneos. La simpleza de la naturaleza humana conduce a simplificar lo complejo para poderlo digerir. Y es por esa debilidad que nos apuramos a definir personas, países, ciudades y culturas a partir de características singulares que, si bien no abarcan la complejidad de un universo, sí le sirven al usuario para codificar en su biblioteca mental, de manera sencilla, aquello que exigiría más documentación y trabajo.
No puedo garantizar que lo que se proyecta en Borgen sea del todo cierto, no he estado en Dinamarca, y sí puedo afirmar que lo que se presenta en El Patrón del Mal tampoco es completamente cierto, pero ese impulso silvestre de los humanos a reducir todo a un rótulo causa que los valores incrustados en las narrativas populares, actualmente diseminadas en las inconmensurables plataformas de contenidos, se conviertan muy rápidamente en “verdades masivas”, y para el caso que nos ocupa, la visión que de nosotros se tiene en el mundo es la de una sociedad complaciente y contribuyente a la violencia, el crimen y el delito.
Años acumulados tomará, si es que pasa, borrar de la memoria colectiva del planeta el estigma que nuestros realizadores y creativos de contenidos le han tatuado a Colombia con los títulos con los que nos identifican a lo largo y ancho del globo.
Bien por Borgen, mal por el patrón.
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2 Comentarios
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Yo también quedé maravillada con BORGEN, y qué pereza compararla con la serie o película colombiana que nunca veré. Por físico asco.