Ya basta de hablar del cambio
“2022 será recordado como el gran escenario de oportunidad política de la izquierda democrática en Colombia. También lo será, un siglo después, como la semilla de mayor frustración social desde la ‘Revolución en marcha’ del expresidente López Pumarejo”.
La gesta electoral alcanzada por el Pacto Histórico, en cabeza Gustavo Petro, repicará por mucho tiempo. Es la fuerza de un nuevo discurso que ilusionó al país de las periferias urbanas y rurales, a los territorios delineados por pobreza y exclusión, y que, por desgracia, marcó un punto de ascenso en la crítica curva de polarización que vive la nación colombiana tras el cambio constitucional de 1991.
El preámbulo de esta nueva historia dirá que fue el tiquete de ingreso para los recién llegados, los excluidos: movimientos sociales, organizaciones de base, activistas; y la boleta de salida de los de siempre: el establecimiento tradicional, grandes empresarios, gremios, tecnócratas y un buen número de medios de comunicación. Una adenda al presente de incertidumbre que se discute en privado, y a la muy preocupante ruptura social e intolerancia que se vive a diario en las calles.
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El otrora candidato Petro comparó su proyecto político con el de la Revolución en marcha (1934-1938), periodo que trazó una ruptura entre el entrante gobierno de Alfonso López Pumarejo y régimen de Concentración Nacional presidido por Enrique Olaya Herrera. Como sucede hoy, el entonces ascendido presidente insistía en que, para avanzar en las reformas liberales profundas, como la Ley 200 de 1936 o fallido intento de reforma agraria, era necesaria una ideología de cambio abanderada por un amplio sector progresista.
Fiel a las banderas lopistas, el Pacto Histórico no solo reconoce el papel protagónico del pueblo marginado, sino también la función primordial del Estado como motor del desarrollo. Como nos lo preguntamos en campaña, ¿qué tan cierto puede ser que un siglo después, en un altísimo clima de violencia social, inestabilidad macroeconómica, elevado déficit fiscal, devaluación monetaria, e informalidad, ¡un auténtico riesgo país!, sea posible materializar reformas que conduzcan al cambio?
Desde nuestro parecer y, en el corto plazo, ninguna. Por el contrario, el país petrista avanzará hacia una gran frustración provista, no solo por incapacidad fiscal del Gobierno de cumplir con sus expectativas, sino también por no comprender que es solamente conectando mercados, masificando el empleo y favoreciendo la productividad mediante inversión extranjera, en cada rincón del territorio nacional, como se podrá superar los problemas estructurales del país antes descritos.
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Difícil tarea, entre otras cosas, por lo incomprensible que luce la iniciativa de Paz Total. ¿De qué estamos hablando?, ¿de impunidad con los actores armados, de garantías al narcotráfico y economías ilícitas? La realidad hoy es que nuestro Estado es incapaz de ejercer soberanía al interior de sus fronteras, ni de garantizar la vida, bienes y honra de sus ciudadanos. Tampoco, por supuesto, es capaz de frenar los vicios de su institucionalidad.
A propósito de esto último, bien valdría preguntarnos si sea posible lograr el cambio apelando a la política de siempre. De la mano de una retórica que combina la trasnochada de la lucha de clases con el beneficio de ocasión, Petro y sus alfiles han tomado el listón del clientelismo burocrático para aceitar la maquinaria legislativa, a favor de las transformaciones que el país demanda y salir airosos del control político que hoy le provee la muy desorientada oposición.
Siendo generosos en el juicio, una apuesta, cuando menos paradójica, a juzgar por las luchas del actual presidente durante casi tres décadas en el Congreso y una guasa a quienes confiaron en su bandera de renovación. ¿Cómo no caer en la trampa de los símbolos y del exceso de la negociación política?
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Comprensible, aceptable, o no, haber entendido como funciona el sistema y actuar con pragmatismo, de la mano de un puñado de lo peor de la clase política tradicional, le asegurará al Gobierno del cambio, en lo mínimo, tramitar su Plan de Desarrollo y superar la barrera de la gobernabilidad asociada a la ejecución del gasto público. Evaluaremos después su eficacia.
Es el momento de dejar de lado el discurso del cambio. Con el activismo al poder, Colombia asiste a un esquema renovado de captura del Estado en el cual la torta burocrática ministerial, diplomática y de entidades de control se reparte equitativamente entre la flamante élite progresista y las fuerzas políticas tradicionales que movilizan votos en diversas regiones. Modelo de negociación en el cual, como es tradicional, el presupuesto público como única alternativa de inversión en miles de municipios es el botín y único propósito.
*Consultor y estratega político.
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4 Comentarios
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Más claro no canta un gallo, que buena columna. No puede haber cambio cuando se intenta con quienes no quieren cambias, verdad de a puño… Gracias por la columna