Maximizando la banalidad
Estamos actualmente en medio de la devastación ecológica y social. La tozuda facticidad de los desastres no deja de ponerlo de manifiesto.
Recientemente vimos, por ejemplo, desoladoras imágenes aéreas de las inundaciones en Pakistán, las peores que este país hubiera padecido. Según lo informó CNN, un tercio del país quedó bajo el agua, 33 millones de personas fueron afectadas; las pérdidas en infraestructura se estiman en US$ 10.000 millones.
Lo que no informan la mayoría de medios corporativos, ni hacen objeto de mayores análisis, es la injusticia ambiental que está en juego en estos desastres y las causas estructurales que no dejan de desencadenarlos. Algunos hablan del cambio climático, pero lo asumen como un fenómeno que, o bien, exige las medidas tibias del capitalismo verde, con todas sus recetas para la autorresponsabilización, o bien, la aceptación desafectada del desastre. Parece que no habría mucho más que hacer que intentar una dieta orgánica con productos locales, usar poco plástico y hacer escasos trayectos en avión.
Más de Laura Quintana: Lo impensable
Cuando alguien plantea que hay que enfrentar las causas de fondo, que estas tienen que ver con el sistema económico dominante y sus exigencias de crecimiento indefinido; y que hay que intentar otras formas de organización, periodistas y expertos entrevistados tienden a calificar esa perspectiva de irrealista, y se tilda como una fantástica especulación filosófica.
Y por supuesto que la filosofía tiene que intervenir, también la de comunidades que imaginan y desbrozan otros futuros en su hacer, como llamado a repensarnos en este mundo finito. Pues hay que reconsiderar las ideas que se han materializado en formas de habitar inviables para la vida. Al fin de cuentas, como lo decía Keynes: “Los hombres prácticos, que se creen completamente exentos de toda influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista difunto”. Pero tarde o temprano pueden realizarse otras ideas.
Aunque en los círculos académicos hay discusión sobre cómo nombrar e interpretar las alteraciones geo-bio-físicas que están teniendo múltiples efectos en los ecosistemas (si como Antropoceno o Capitaloceno, entre otros), hay acuerdo en la comunidad científica de que estas perturbaciones no se pueden desvincular del capitalismo. Incluso la literatura más especializada en geociencias reconoce que la degradación ambiental, la pérdida de biodiversidad, la alteración en los ciclos biogeoquímicos por la actividad humana pueden remontarse a prácticas de extracción, deforestación, y explotación, vinculadas a la expansión colonial y la creación de un mercado global; acentuadas con la posterior revolución industrial y la utilización de combustibles fósiles; mientras se desmadraron a partir de 1950, con la gran aceleración impulsada por el mandato de innovación tecnológica orientado a incrementar la productividad, el consumo, y la acumulación de capitales.
Son estos procesos los que se traducen hoy en la “colonización atmosférica”, como ha sido llamada, y que dejan ver datos recientes sobre la distribución de los daños ecológicos globales: Según Climate Watch, cerca del 70% de las emisiones de carbono son producidas por los países ricos del norte global, mientras que entre el 82% y 92% de los costos, y el 98% a 99% de los desastres y las muertes son asumidos tendencialmente por el sur global, tal y como nos lo ha recordado hace poco el caso de Pakistán. No se trata entonces de meras externalidades, como las llama la economía neoclásica, sino de efectos persistentes, que resultan de las dinámicas mismas del capitalismo.
Puede leer: Performativa dignidad
La economía hegemónica nos ha hecho pensar, sin embargo, que no hay salida, que toda alternativa está destinada al fracaso. Se hace de oídos sordos con propuestas de cambio de paradigma. Y, sin embargo, pese a todo su tecnicismo y su afán de legitimar sus asunciones en cálculos matemáticos, ese saber se basa en supuestos filosóficos muy cuestionables, aunque se haga valer como ciencia irrefutable.
De hecho, son supuestos materializados que han llevado a banalizar nuestra relación con humanos y no humanos: a abstraernos de la codependencia entre especies, a perder de vista la fragilidad del mundo, a negar nuestra vulnerabilidad; a imaginarnos como individuos autodeterminados, cuya racionalidad se reduce a calcular costos y beneficios en pos de un rendimiento, y a reducir la vida, en su compleja pluralidad -limitada y contingente- al único fin indefinido de la maximización de la utilidad.
Y aquí estamos, en medio de la escala local de las afectaciones, haciendo valer límites planetarios e ideas fundamentales de igualdad. No es de esperar que los plutócratas del mundo oigan a quienes pedimos que otro mundo pueda ser posible, pero sí esperamos que los espíritus sensibles, que quedan por doquier, dejen de asumir como evidentes unos principios económicos que la realidad ya ha refutado.
2 Comentarios