Caminar hacia lo salvaje

‘Caminar’, el famoso ensayo de Henry David Thoreau, llegó a Bogotá este año como parte de la colección del distrito ‘Libro al viento’, y gracias a la excelente traducción de Diego Holguín-Uribe. ¿De qué trata? 

En abril, tres nuevos títulos se sumaron al nutrido catálogo de Libro al viento, la colección de libre circulación que edita Idartes: Historias de Eusebio, de Ivar Da Coll; Un corazón sencillo, de Gustave Flaubert y un tercero que reúne dos ensayos del estadounidense Henry David Thoreau, Caminar y Una vida sin principios.

De los tres libros, me emocionó sobre todo el último, en especial por el título del primer ensayo. Caminar, en años recientes, se ha vuelto mi forma predilecta de pasar los fines de semana, y la posibilidad de leer un ensayo sobre el tema, escrito por el autor de Walden, me llevó a poner el libro en la pila de mis próximas lecturas. 

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Caminar nació de una conferencia que Thoreau dictó en 1851. Una década después, en 1862, tras una larga serie de revisiones, apareció en las páginas de The Atlantic, a los pocos meses de la muerte de su autor. El texto, como su nombre lo indica, tiene como punto de partida el arte de caminar. En la primera página, Thoreau se sumerge en las aguas de la etimología para rescatar el origen del verbo ‘sauntering‘ (algo así como pasear sin afán). Nos dice que se trata de “una hermosa palabra que se deriva de ‘aquella gente ociosa que vagaba por el campo en la Edad Media, pidiendo limosnas con el pretexto de dirigirse à la ‘Sainte Terre‘”.

"Caminar" en Libro al Viento
“Caminar” en Libro al Viento

La dimensión espiritual que se percibe en el comienzo del ensayo no es gratuita. El acto de caminar, de caminar de verdad, nos asegura Thoreau, no tiene que ver con el ejercicio. Tampoco es un pasatiempo cualquiera. Es, más bien, una actividad profunda, en realidad una profesión, errante y desgreñada, que alimenta el espíritu, raspa la costra del sentimentalismo y pone a la persona en contacto con una pulsión vital. “No somos equitadores, ni jinetes de ningún tipo –nos dice– sino caminantes, una categoría que considero más antigua y honorable”. 

Para Thoreau, el caminante de verdad prefiere la trocha a la carretera, la densidad del bosque a la uniformidad del granito. La meta no solo es vagar sin un destino predeterminado, sino distanciarse del punto de partida; mejor dicho, de la civilización: “Para mí la esperanza y el futuro no se hallan en los jardines y los campos cultivados, ni en pueblos y ciudades, sino en los pantanales impenetrables y movedizos“, asegura. Errar en el campo es asomarse a la vastedad de la naturaleza y, por eso mismo, un ejercicio que nos hace conscientes de nuestra propia ignorancia y nos somete a un proceso de empequeñecimiento saludable.

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A medida que avanza el ensayo, Thoreau empieza a trazar una línea entre sus caminatas y el futuro de Estados Unidos. “Debo caminar hacia Oregón, no hacia Europa. La nación se mueve en esa dirección, y me atrevería a decir que la humanidad progresa de este a oeste“, escribe. Su emoción es palpable: frente a las posibilidades que ofrece el “destino manifiesto” de su país, y bajo la convicción de que surgirá un nuevo hombre bajo los cielos “infinitamente más altos” de América, Thoreau asemeja la tierra de su patria con la del paraíso bíblico.

Curiosamente, su encumbrada visión del futuro estadounidense, afincada en el desarrollo y el progreso, parece estar en constante tensión a lo largo del texto con su rechazo de “las llamadas mejoras del hombre“, como las aldeas o los trenes, que “deforman el paisaje” y lo hacen “vulgar“, según él mismo escribe.  

Henry David Thoreau
Henry David Thoreau

Una de las palabras más repetidas en la segunda mitad de Caminar es “salvaje“; no por nada en el mundo anglosajón el ensayo también se conoce como “The Wild“, y no solo por su título original, que es “Walking“. La idea de “lo salvaje“, que en un comienzo se menciona en relación con el acto de caminar, poco a poco se expande en el texto hacia otras áreas de la experiencia humana. Hacia la moral: “¡Cuán cerca del bien está lo salvaje!”. Hacia la estética: “En la literatura, solo lo salvaje nos atrae“. Hacia la política: “Los fundadores de todos los Estados que se han elevado hasta la eminencia han obtenido su alimento y su vigor de una fuente salvaje“. 

Para Thoreau, entrar en contacto con “lo salvaje” es el antídoto contra la docilidad y la melancolía. Es también una reafirmación de la autosuficiencia y del individualismo. La América que él imagina es una que rechaza el refinamiento y la domesticidad. Es una América escéptica de los beneficios de la legislación y enamorada de su propia libertad y la de sus ciudadanos. Una América indomada y fértil, donde el suelo “no solo es apto para cultivar maíz y papa, sino los poetas y filósofos de épocas venideras“. Es fascinante ver cómo esa visión, que rechaza el impulso civilizador y enaltece “lo salvaje“, todavía nutre procesos creativos en Estados Unidos, como la película El poder del perro, de Jane Campion, o el videojuego Red Dead Redemption

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Leer Caminar es una experiencia placentera. La voz de Thoreau tiene ese tono meditativo y divagante que surge, justamente, entre un grupo de amigos durante una caminata. A menudo salta de un tema a otro. Si en un párrafo nos habla de civilizaciones antiguas, en el siguiente compara la relación que tienen los indios y los granjeros con la tierra, para luego, un poco más adelante, opinar sobre Hamlet y la Ilíada. Es caminar, por unas horas, al lado de ese amigo inteligente, un poco excitable y algo engreído, que tiene una teoría para todo y que, a pesar de su grandilocuencia, uno no quiere dejar de oír, pues poco importa no estar de acuerdo en todo.  

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