Cincuenta millones de sapos

“Cincuenta millones de sapos habitamos la olla de agua que, sin que lo queramos notar, eleva la temperatura lenta y paulatinamente, sin ninguna probabilidad de que se detenga”.

Yo no lo crie”, argumenta desde la gran tribuna digital el líder de Colombia para evadir su responsabilidad en los hechos que han percudido la idea del cambio prometido. No menos hace Óscar Iván Zuluaga, cuando, en un acto retorcido de lealtad familiar, asegura que está dispuesto a inmolarse para impedir que el hijo al que invitó a delinquir vaya tras las rejas.

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Un delfín sub judice negocia con la justicia su libertad a cambio de delatar a sus copartidarios o colegionarios, incluido su padre, que no lo crio, en referencia a graves delitos electorales y de corrupción.

El rumbo y destino de Colombia están, por estos días, afectados desproporcionada e indeseablemente por las declaraciones y acciones de gente pequeña que ha llevado un vulgar desgreño de cama, faldas y codicia a las mesas de debate de trascendentales decisiones políticas, sociales y judiciales. Los elementos probatorios que se exponen en este juicio político al mandatario activo desde agosto de 2022 son indicativos de un sustrato cultural, ético y estético proveniente de las más bajas frecuencias de la mente humana.

El préstamo de un tampón, por ejemplo, se acomoda holgadamente como elemento argumentativo de un pleito que ya nos cuesta miseria, vergüenza y millonadas de recursos, tanto monetarios como humanos, a los cincuenta millones de sapos que habitamos la olla de agua que, sin que lo queramos notar, eleva la temperatura lenta y paulatinamente sin ninguna probabilidad de que se detenga.

Memes, titulares, influenciadores, noticias, corrillos, tiktoks, tuits (X), chistes, corrillos, polémicas, debates públicos, exclamaciones, tertulias en las cuales la materia prima de la conversación o el debate se nutren de la visión ética que una mujer le aplica al préstamo de un tampón. 

El estremecimiento de muchos grados en la escala de Richter que enferma al país por cuenta de la desarticulación de la propuesta de un cambio que no solo está enredado en sus trámites parlamentarios, sino que en la fachada de los doce primeros meses se ha desteñido como cambio y se ha reteñido como mucho más y peor de lo mismo.

Parecer honesta le conviene mucho a la mujer del César, tanto como serlo, y digámoslo de una vez por todas, tanto en lo literal (Alcocer) como en lo abstracto (el Gobierno) no parecen sujetos de cambio alguno.

Pero no es ese el problema que aquí señalo, aunque sea al gran problema inmediato de Petro y de sus gobernados. Quiero pensar que, como lo dice Ricardo Silva en su novela La historia oficial del amor, “en Colombia nunca pasa nada grave”, y que, seguramente, de esto vamos a salir como se salió del 9 de abril de 1948 o del robo de las elecciones por cuenta de Misael Pastrana o de la tragedia del Palacio de Justicia o del Proceso 8.000 o de la fuga de Pablo Escobar desde la cárcel que el insuficiente ético e intelectual de César Gaviria le construyó a la medida de sus caprichos (los de Escobar).

O del asalto a las instituciones fraguado por Uribe Vélez para violar la Constitución y la democracia, hacerse reelegir y concluir su tarea de 6.402 ‘no recolectores de café’ asesinados con las armas de sus fuerzas militares; o de la realidad incuestionable de la participación de alias ‘Ñeñe’ Hernández en la elección como presidente del infausto Iván Duque o del robo de setenta mil millones de pesos por cuenta de amigos del gobierno del títere.

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Detengo aquí este inventario que, de hacerse completo, llenaría cientos de páginas, y reitero mi pronóstico de que esto también va a pasar, ya sea por las maniobras manipuladoras de los detentores del poder o por cuenta de un escándalo mayor que haga desaparecer de las primeras planas al hijo de Petro y ceda el lugar a alguna otra bestialidad cometida por el perverso círculo de poder que juega con Colombia.

Todo esto seguramente va a pasar. Lo que no va a pasar, sino a continuar, es la degeneración lenta y paulatina del tejido ético, democrático y civil de la sociedad colombiana.

Quiérase o no, los líderes políticos se erigen como referentes y paradigmas de la niñez y juventud de sus momentos históricos. Suertudos aquellos sobre quienes cayeron las ideas liberadoras y republicanas de Abraham Lincoln. Agraciados los tocados por el verbo vivo de Mandela. Condenados los millones de jóvenes alemanes que siguieron el canto de sirena de Hitler. Parias ideológicos aquellos que se bautizaron en las lides de Joseph Stalin.

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Los dirigentes de Estado, de la misma manera que los mitos populares, se erigen en fuente y referente potentísimo de los valores de la sociedad que gobiernan.

A los sesenteros colombianos nos tocó, por ejemplo, asimilar el mito del autoritarismo de Carlos Lleras, crecimos digiriendo la figura de su famoso toque de queda decretado para proteger un fraude electoral, y ahora lo tenemos que ver en los codiciados billetes de cien mil. Nos la tuvimos que ver con un Luis Carlos Galán, que no llegó a nada cierto, pero, en cambio, nos heredó a un presidente que hizo de la pusilanimidad, el clientelismo y el cinismo un emblema ideológico que, al día de hoy, impregna las intenciones del mal llamado Gran Partido Liberal.

Fuimos testigos del regalo que le hizo César Gaviria a Pablo Escobar cuando le entregó una cárcel para su beneficio y de la que se escapó sin que nadie pagara por la retorcida jugada. Vimos llegar al poder a un hijo excelso de la cultura del “haga plata, mijo, trabajando, y si no puede trabajando, haga plata, mijo”. Y eso hizo. Él y sus hijos y sus amigos, entre ellos, Pablo Escobar, le hicieron caso a la mamá: hicieron plata con zonas francas, con expropiación a víctimas, con negociados de Odebrecht.

Y ese es el líder que ha definido a esta Colombia. 

Nuestros niños y niñas entre los siete y los quince años están abriendo los ojos de sus conciencias éticas a modelos de conducta que hacen de la irresponsabilidad paterna un valor político y que vuelven la traición y la deslealtad un circulante esperable en las relaciones fraternas. 

Ver la majestad de la figura de la primera dama reducida a uno glúteos expuestos en primer plano, mientras un masajista le inca los dientes en la nalga y le sonríe a cámara, es una imagen que penetra inexorablemente el inconsciente colectivo y construye referentes estéticos y éticos en el electorado.

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Corromper la campaña de su padre y, además, robarse millones de millones pasa a ser de una gravedad relativa para la niña y el niño colombianos que inevitablemente están creciendo en un concierto de corrupción e indecoro que se va a convertir en la melodía ética de las siguientes generaciones.

Como el consabido sapo, los colombianos viajamos al futuro mientras la temperatura del agua se eleva por cuenta del deterioro de los mínimos valores que nutren una familia y una sociedad.

El criterio de elección de funcionarios en la Colombia del futuro próximo va a estar perfilado y condimentado por referentes disfuncionales como Álvaro Uribe Vélez, los hijos y la esposa del dueño del Ubérrimo; Óscar Iván Zuluaga, un candidato que miente, corrompe a su propio hijo, pero, aun  así, es dos veces prospecto a la Presidencia de la República y nadie parece avergonzarse por eso; un presidente que promete el cambio y se deja llevar a la Presidencia por un amigo que se llama Armando Benedetti y, aun así, sus huestes gritan, con la fe del carbonero, que el presidente no tiene la culpa y se desgarran balbuceando argumentos insostenibles para disimular la malicia en el proceder de su líder.

Los niños colombianos del momento respiran aromas de un embajador, socio de campaña del presidente regente que revela que si se supiera lo que hicieron todos, irían presos, y, a los pocos días, no solamente no está detenido, sino que se da el lujo de no acatar las citaciones para que aclare sus afirmaciones; y, además, se ha dedicado a enrostrarnos a todos los contribuyentes sus fotografías haciendo deporte y siendo feliz.

Esos son nuestros padres de la patria y los de las generaciones que se forman adobadas en un sistema educativo deprimido que nada puede hacer para contrarrestar los modelos de conducta que ofrecen estos prohombres.

Como el sapo al que se le va calentando el agua, a los colombianos nos espera una inconmensurable hervidera cuando los niños desnutridos de valores de hoy en día salgan a las urnas a votar por lo que aprendieron de sus mayores.

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6 Comentarios

  1. ¿Y no existe alguna manera para que los 50 millones de sapos de Colombia puedan bajarle la temperatura al agua de la olla antes de perecer hervidos? ¿Su destino inexorable es hervirse vivos y morir en esa agua de olla?

  2. Te felicito Mauricio por tu forma brillante de describir el círculo vicioso del problema cultural que parece nunca terminar. He visto desde estas lejanas tierras pocas personas como tu con el poder de discernir la problemática de la política Colombiana…pero también los he visto asesinados o desterrados por el solo hecho de hacer pública su visión. Con mis 36 años en Canadá lo he vivido desde la lejanía, pero ya más Canadiense que Colombiano…mi frustración es demasiada al ver con impotencia que las diferentes generaciones se den cuenta de que viven en una olla hirbiendo y que el fuego es alimentado por esas generaciones anteriores que algún día estuvieron adentro de la olla pero que luego decidieron hacer parte de el fuego que la alimenta y prefirieron tomar el rumbo de ser “poderosos” y se comieron el estiércol que algún día fue su repudio!

    Mi padre de ya 94 años una vez me dijo…”el dinero mal habido es el estiércol de el diablo” Colombia prefirió el estiércol, y se le olvidó de donde viene ese estiércol. No fue la violencia después de el Bogotazo, ni la rebelion de Tiro Fijo, ni la maldad de Pablo Escobar, ni la ambición de los hermanos Castaño. Es la ambición de ser rico sin importar cuanto estiércol del diablo se comen!!

    Te felicito por tu valentía, ruego que esta columna que tienes no te cueste la vida o el destierro como ya a muchos les paso! la verdad es que Canadá y estos países avanzados te recibirían con los brazos abiertos…pues si algo estoy seguro es que Colombianos que no ven el estiércol como solución a los problemas y deciden optar por trabajar honradamente son apetecidos y queridos por el mundo entero.

    Una vez más…tu visión de la problemática Colombiana es brillante!!

  3. La forma de salir de la olla, es que la paradoja no se haga realidad,pero hasta que nos duela de verdad a cada uno, veremos qué es imposible saltar. tenemos l a responsabilidad de asumir nuestro criterio en sociedad y castigar públicamente al que públicamente es un desastre así sea un hermano un primo o un papá. Cuando eso pase no nos podrá meter a todos a la olla …

  4. Excelente análisis. Eso demuestra y tal como lo escribí en un artículo que titulé: La estructura criminal más grande que existe en este país se llama : Clase Política.

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