¿Condenados al populismo?
Discursos responsables y con contenido son los grandes ausentes de la campaña. Los dos floretes y sus facundos invocan cuanto les pasa por la mente para atraer votantes. Como en la campaña no fue, será un deber de quien llegue a la Presidencia asumir el compromiso de gobernar sin carreta y con los mejores.
Creo que si en algo podemos coincidir es que, en esta sórdida campaña presidencial, que con intenso cansancio sufrimos, sobresalen las cinco características más consistentes del populismo latinoamericano: la constante apelación al pueblo, el autoritarismo, la ciega confianza en el líder carismático, el anticapitalismo y el nacionalismo. Entre los dos candidatos sus similitudes son casi idénticas de no ser porque uno rebate su furia contra las élites económicas y el otro apela a las emociones más ardientes denigrando de la clase política.
Estamos en el peor de los mundos. Las históricas desigualdades sociales no superadas hasta el día de hoy, la alta desconfianza en los políticos y la debilidad democrática, son tierra fértil para discursos simplificadores, pero a la vez reales y palpables en el día a día de la mayoría de los ciudadanos. En relación con los asuntos electorales, la opinión pública transita entre la ignorancia y el oportunismo, divaga entre la superstición y la hipocresía, se condena entre la desesperanza y el odio. Nuestro presente político tiene una oferta de efectismo, ligerezas, atractivas para las masas y costosas para lo que algunos llamamos la estabilidad institucional.
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“Mal de muchos, consuelo de tontos”, dirán algunos, pero lo que vivimos no es nada nuevo en el contexto latinoamericano. Recordemos que, en el grueso de los débiles regímenes del subcontinente, el populismo aparece en la década de 1930, como una reacción casi natural la concentración del poder por parte de las oligarquías. Sí: oligarquías. No con el tufillo mamerto que desprenden las movilizaciones sociales hasta ahora intrascendentes para el cambio social, sino en su estricta semántica: como un sistema de gobierno en el que el poder está en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social privilegiada. Situación sobre la que aparentemente nada se puede hacer.
¿Por qué ocurre esto? El alejamiento de la política como cultura de diálogo y la incidencia de personas poco respetuosas de las instituciones democráticas vilipendiaron el sueño republicano, la independencia de poderes, entre otros valores sensibles aún para los inermes y nunca bien comprendidos analistas y pruritos del deber ser. Me refiero al reducido ejército de intelectuales que nos rasgamos las vestiduras y nos sonrojamos por el patético modelo país que se construye -o deconstruye-, a quienes nos resulta fácil repudiar los modos y los medios de cómo se hace política hoy y condenar las maneras como decenas de políticos mancillan el valor de la decencia y se degradan por “el mal menor” y defendiendo posturas de diversos lugares del espectro de acuerdo con su conveniencia.
Preocupante o no, al ciudadano del común, que vota o se abstiene, le parece simplemente irrelevante sí detrás de la política hay fondo y menos una visión de país qué defender. Esta caricaturesca radiografía sin imaginarios profundos, de novelas y mitos detrás de los colores, del ruido multitudinario de la plaza, del festejo, de “vivir sabroso” y, que quizás, con la suerte del que madruga, participa con el anhelo de tener asegurada una porción en la muy extendida burocracia pública.
El abismo por el que caminan nuestras instituciones, con cualquier de las opciones en disputa, hace recordar lo más recientes productos políticos regionales. No muy lejos, el presidente brasileño Jair Bolsonaro, en su discurso de campaña, que se posicionaba en contra de la clase política corrupta, responsabilizándole de la extrema desigualdad y la violencia del gigante suramericano. O de Nayib Bukele, quien ocupa la presidencia de El Salvador desde 2019 y que, rompiendo el marco de la derecha y la izquierda, ha convencido a la mayoría de los salvadoreños de que su gobierno trabaja de frente contra la pobreza y la violencia de las pandillas.
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Si de algo sirve esta reflexión, vale la pena insistir en que el populismo ha sido y será el puente para la captura del Estado. Es la forma más sencilla de hecho, pues bajo un clamor colectivo y el fervor de la masa, el líder envalentona y configura lo que ya en décadas pasadas conocimos como el “Estado de Opinión”. El populismo es una realidad de la que seguramente se ríe el verdadero establecimiento, el que gobierna a las sombras y que le produce morbo observar cómo una masa excitada de votantes se rompe por dentro intentando encontrar respuestas en sus líderes: los imputados, irreverentes de las normas, pero también de los ineficientes, clientelistas y aún más demagogos.
Pensando en lo que resta previo al domingo 19 de junio, algunas consideraciones a propósito molde en que encajan Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
Superado el prototipo del arriero paisa que encarnó Álvaro Uribe, el electorado colombiano vio en Rodolfo Hernández al paladín de las causas justas. Un portento empresarial que logró fortuna, con trabajo duro como aparenta ser, pero sin enredarse su existencia con las sutilezas de las oligarquías. Desde hace décadas, se presenta como un satírico y ‘novato’ del poder que sin estructura aparente ha sabido transmitir los valores y anhelos que el ejército de políticos -muchos de los cuales y desde todas las orillas están alineados con Petro- jamás lograron transmitir o transformar.
Por su parte y como lo he expresado en otros momentos, veo muy difícil que esa notoria porción de la élite política corrupta que acompaña a Petro facilite el camino hacia las transformaciones institucionales que demanda el país y él propone. No será posible consolidar un proyecto reformista cuando gran parte de la administración nacional estará comprometida a barones y baronesas electorales de la talla de (los por todos conocidos). De ser elegido, Petro pone “todo sobre la mesa”: en lo económico algo parecido a la ruina en el corto plazo, los mercados temblando y una promesa de gasto excesivo sin tener con qué soportarlo. En lo político, una suma de burocratización excesiva, cuentas por pagar e inacción institucional, especialmente en su relación con el Legislativo.
De ser Rodolfo Hernández quien triunfe y se haga efectiva su bandera antipolíticos, es probable que además del compromiso inherente con los viajantes de centro y las maquinarias, otrora ‘Fiquistas’, para lograr tracción en el Congreso, pueda incluir en mayor proporción que Petro a funcionarios con experiencia y resultados probados en las altas dignidades del Ejecutivo Nacional. Amén, desde luego, del riesgo y el desincentivo que supone de entrada ingresar al Estado para muchos de quienes trabajamos con visión, transparencia y convicción del desarrollo desde lo técnico.
Sea cual sea el resultado, y al margen de un nefasto desenlace por cuenta de la desconfianza la Registraduría o no aceptar los resultados, es altamente probable que en los próximos meses un haya reboso de frustración aún más acumulada que la que supuso el recordado estallido social de 2021 y tantos otros episodios de histeria colectiva pasada y reciente. Queda por resolver si los proyectos populistas en disputa contribuirán a resolver la crisis de ilegitimidad y a ordenar el establecimiento en función de producir resultados social y económicamente viables.
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4 Comentarios
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Excelente refkexion…vale la pena escribir un libro.. Esto es histiria que se esta forjando.