La otra lucha de las víctimas del conflicto: hacer frente a quienes las niegan
Con la presentación del informe final de la Comisión de la Verdad se reavivaron los ataques revictimizantes de quienes niegan parte del conflicto armado y las responsabilidades en el mismo.
La historia de Colombia ha estado marcada por la guerra, pero el futuro no tiene que ser así. Esta es la invitación que hizo la Comisión de la Verdad a los colombianos, durante la presentación de su informe final sobre lo que fueron los casi 60 años de conflicto, el pasado martes.
“Que los que siguen en la guerra entiendan que no hay derecho para seguir haciéndola porque no permite la democracia ni la justicia y solo trae sufrimientos”, dijo, al respecto, el sacerdote Francisco de Roux, presidente de la Comisión.
Durante su intervención, recordó que dicho documento recoge las voces de miles de víctimas que se animaron a contar lo que vivieron, a dejar al descubierto sus cicatrices para empezar a sanar individual y colectivamente.
Las cifras permiten entender el impacto del conflicto: dejó 450.666 muertos, 50.770 secuestrados, 121.768 desaparecidos de manera forzada, 16.238 niños y adolescentes reclutados y al menos 8 millones de desplazados, entre 1986 y 2016.
Detrás de estos datos está la historia del papá que perdió a su hijo, de la hermana que pasó años buscando a su familiar, de la mujer cuyo cuerpo dejó de pertenecerle, del abuelo al que le arrebataron sus tierras y tuvo que dejar todo atrás por miedo a represalias, del niño que no tuvo otra opción que dejar la escuela y ponerse otro uniforme; de la mujer a la que obligaron a abortar, y muchas otras más.
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Estos hechos dejaron secuelas psicológicas y físicas, como ellos mismos relatan. “Las dos tomas guerrilleras que se dieron en el municipio de Simití, a cargo del Ejército de Liberación Nacional (ELN), afectaron duramente a mi familia, la afectaron psicológicamente. Yo era un pescador que me encontraba en la ciénaga, nos tocó salir huyendo”, contó, por ejemplo, una de las víctimas.
“No solamente torturaron a Dubán, sino que me torturaron psicológicamente con todo el tiempo que me tuvieron buscándolo. Dubán apareció asesinado en un caño y durante mucho tiempo me dijeron que ese no era su cuerpo. Es triste vivir aquí”, describió una madre.
En las historias, sus protagonistas cuentan que han aprendido a sobrellevar el dolor, a cerrar algunas de esas heridas, aunque se trate de un proceso largo y con muchos traspiés. Conocer la verdad, como ellos mismos han dicho, es una parte importante en ese camino y por eso ven con ilusión y esperanza la presentación del informe, así como las recomendaciones de la Comisión para restablecer el tejido social.
A pesar de todo esto, hay quienes se han concentrado en desvirtuar el documento y las voces que allí se encuentran, tras argumentar un supuesto “sesgo”.
Pero esto no es nuevo.
Las víctimas han tenido que soportar durante años que algunos nieguen lo que les sucedió y, con la presentación del informe, esta narrativa se avivó.
Una narrativa revictimizante y peligrosa
Durante mucho tiempo, se ha sembrado y reproducido la idea de que los únicos culpables de la violencia que ha vivido Colombia son las guerrillas, desconociendo las responsabilidades del Estado, que gestó una política cuyos resultados fueron la muerte de miles de jóvenes y el avance y fortalecimiento del paramilitarismo.
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El conflicto es tan complejo, que no solo se habla de comunidades y guerrillas. También se incluye a empresarios, políticos, paramilitares, agentes estatales, otros grupos armados y otros agentes.
El problema surge cuando se intenta vender como versión oficial una verdad a medias, que solo responsabiliza a uno de los actores del conflicto.
Políticos con reconocimiento y movilizadores de opinión pública han contribuido a replicar esta versión. La senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal, por ejemplo, calificó de “show” el informe final y aseguró que la Comisión “teje mentiras para encubrir crímenes de lesa humanidad y bajar la moral de nuestra fuerza pública”.
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El presidente Iván Duque también se refirió al informe y dijo que esperaba que no se tratara de un documento de “posverdad”, en entrevista con la agencia española EFE.
Incluso, el director del Centro Nacional de Memoria, Darío Acevedo, ha sido ambiguo cuando se ha referido al conflicto y ha negado parte del mismo. En una ocasión, de hecho, aseguró que ”aunque la Ley de Víctimas dice que lo vivido fue un conflicto armado, eso no puede convertirse en una verdad oficial”.
Esta visión del conflicto también ha sido reproducida por algunos medios de comunicación, que se han dedicado a deslegitimar el trabajo investigativo de la Comisión de la Verdad, desconociendo a las víctimas que decidieron no guardar más silencio y contar lo que vivieron. Estos medios, según describe la misma Comisión, “han extendido muchas veces una noción amañada de la realidad, han ocultado otra parte y se han ensañado con otros sectores o poblaciones, produciendo una noción fragmentada e irreal del país”.
En sí, el informe no desconoce la responsabilidad de la extinta guerrilla de las Farc, todo lo contrario, la responsabiliza del 21 por ciento de los 450.664 homicidios. Y, a su vez, menciona a otros victimarios, como los paramilitares (responsables del 45 por ciento de los homicidios), agentes estatales (12 por ciento), ELN (4 por ciento), otras guerrillas (2 por ciento) y otros actores (16 por ciento).
El negar estas otras responsabilidades y hechos tiene consecuencias directas en las víctimas, que vienen luchando durante mucho tiempo por verdad, justicia y reparación. También tiene consecuencias para el futuro del país, pues no permite que haya una verdadera reconciliación y perdón, como lo han descrito distintas organizaciones sociales.
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Así, para que el futuro sea distinto y las nuevas generaciones no repitan los errores del pasado, toda la sociedad colombiana tiene que trabajar en unidad. “Significa que esto lo vamos a construir juntos o no habrá futuro para nadie, y para ir juntos todas y todos tenemos que cambiar”, dijo, al respecto, Francisco de Roux, al finalizar su discurso.
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