“Arre, hermosa vida”: Los cuentos de Hebe Uhart

Las tardes de cine de un profesor asfixiado por la rutina se vuelven claves para adentrarnos en los cuentos de la escritora argentina Hebe Uhart.

Por José Hurtado López

En los últimos años de su vida, cuando al fin es reconocida por un amplio sector del mundo del libro, aparecen varias entrevistas de Hebe Uhart, a quien intento entender luego de la lectura de algunos de sus libros. Uart, como ella pronuncia al confirmar la fonética de su apellido, manifiesta su opinión de la docencia y del mundo editorial, y ya con algunos comentarios uno reafirma lo que piensa de ella cuando la lee: que hay en sus textos una fibra poética que se entrelaza en la sencillez de lo cotidiano. En la FILBO de 2015, el escritor Juan David Correa le pregunta por Borges y en instantes Uhart desmitifica al célebre escritor, refiriéndose a él como un hombre raro que hablaba de vikingos y sagas. Mientras ríe sutilmente, el público y el entrevistador la observan, entre sorprendidos y avergonzados, aunque algunos comparten su risa ¿A quién se le ocurre hablar así de Borges?, pensarían muchos en el público. Pero la actitud de Hebe no es retadora; al menos no en un sentido impostado, sino que es espontánea, alguien que prefiere pensar en la fuerza de la cotidianidad y no en representar la vida como un código encriptado de asombrosa lógica y sentido.

En sus cuentos se evidencia no solo esta espontaneidad que uno quisiera aunar al carácter de su persona, sino una literatura, digamos, vulgar. Por supuesto no desde una perspectiva peyorativa, sino desde su interés por las personas de a pie, por descubrir en los registros del habla una luz o revelación de la naturaleza humana. Leer a Uhart porque reaviva aquello que enfrentamos en la cotidianidad, sus personajes se muestran verosímiles y cercanos, no abstractos y lejanos. Además de darles una voz que se suele presentar a través de sus diálogos, también se les puede hallar en sus pensamientos, donde revelan aquello que no son capaces de expresar con los otros. La experiencia de lectura entonces se hace cercana porque así es la realidad, porque callamos por conveniencia, ya sea para evitar dañar al otro, para evitar enfrentamientos o para evitar revelarnos del todo.

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Pienso que es posible que, con sus cuentos, me haya pasado como con el cine. Este año, en medio del ajetreo cotidiano de alguien nuevo en el mundo de la docencia;  donde aún no sé cómo lidiar con tantas cosas, personas y obligaciones, empecé a dedicar un día entre semana para ver alguna película en las salas de cine del antiguo Granahorrar, donde me llevaba mi abuelo de niño. Ahora adulto, el proceso consistía en llegar unos minutos cerca del inicio de la función, comprar un café helado con crema, de esos que piden las personas caprichosas o con alma de niños, y entregarme a la incertidumbre de la cartelera. Era el escape luego de las jornadas extenuantes, las reuniones posteriores a las clases y demás asuntos burocráticos lejos del oficio de enseñar.

Luego soy consciente de que muchos profesores de colegio están insertos en una vida monótona como la profesora del cuento “¿Cómo vuelvo?” quien dice “tengo mi heladera, mi televisión y un cochecito usado, lo movemos poco” (página 315) como dando a entender que cumple con lo mínimamente necesario para vivir. Pero en ella se evidencia un deseo por conocer más el mundo, por quebrar esos límites geográficos y mentales de los habitantes de su pequeño pueblo de carretera. Encuentro en ese deseo de mover el cochecito o subirse en el primero que pase por la estación, una actitud natural, consecuente. Tal vez mis colegas también deseen abandonar a sus hijos y freidoras de aire y salir disparados hacia la aventura. Por eso cuando celebran el día del profesor mueven sus tripas en el fragor de los ritmos tropicales como olvidando quiénes son. Hebe Uhart ilumina mi cotidianidad y me permite entender al otro, al colega, en quien espero no convertirme.

Cuentos completos de Hebe Uhart

Volvamos a las salas de cine. Había en esas visitas un principio que evitaba cualquier predisposición. Las películas eran la oportunidad de mirar desde afuera, anclado en la silla, el carácter contradictorio de los seres humanos. No para juzgar a los personajes, sino para verse ahí. Una tarea difícil cuando en la academia nos han preparado para dar una mirada crítica a los productos culturales. En esas franjas de dos horas semanales no había chance para eso, era una apertura de confianza a esos mundos ficcionales, que como alguna vez me dijo una amiga, permitían que al otro día me viera de otro ánimo, como si hubiera ido a terapia.

Esa oportunidad de la terapia del cine se agotó cuando ingresé a estudiar de nuevo. La recurrencia al cine se transformó en un recuerdo de días felices. Al ajetreo del colegio se unió el de la universidad, retomar la teoría y detenerse en el detalle de cada palabra. Sabía que iba a leer a Uhart porque había visto el programa del curso, y aunque intuía que era buena, no pasaba por mi cabeza la posibilidad de revivir aquel placer que me producían las películas, de encontrar un gran hallazgo en sus cuentos. Desde el primer cuento, para mí la literatura de Uhart fue un pacto de confianza, porque me gustan las historias donde los personajes se revelan en su carácter humano, no como arquetipos o figuras, sino llenos de contradicciones, problemas y desesperanzas. Las lecturas de estos relatos permitieron rehabitar situaciones de mi vida cotidiana y revisitar desde el análisis de sus personajes y sus acciones cuestiones que creía olvidadas.

Por supuesto, puedo regresar de nuevo a mi situación profesional y pensar en el cuento “Una se va quedando”. Allí una inspectora llega con su imposición a verificar el buen estado de una escuelita rural. Uhart ofrece un humor sobrio que se evidencia a través de los pensamientos de la maestra que, mientras es interpelada, recuerda algunas situaciones cómicas de la escuela. La situación da cuenta del desconocimiento estatal que exige múltiples requerimientos para que una escuela funcione, mientras ignora las particularidades del contexto. Esto es importante en Uhart que, a través de historias sencillas, se tratan de manera profunda problemáticas humanas. La inspectora no entiende nada a la maestra, no se pone en su lugar, olvida que la maestra está concentrada en sobrevivir y que en realidad lo que para la inspectora es grave, como los chinches, el barro o la suciedad, para la maestra no es esencial. Se revela un choque de visiones de mundo y con ello una imposibilidad de entender al otro.

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Esta situación de choque de visiones de mundo, de desencuentro con el otro, es transversal en gran parte de su obra. Esto, por ejemplo, podemos verlo en los cuentos “Sombras nada más” y “El ser humano está radicalmente solo”. Pero antes de adentrarme en ellos, es necesario resaltar una contradicción: aunque en los cuentos se enuncia el desencuentro con el otro, hay una posibilidad de comprensión del otro a través de su lectura. Los personajes pueden perseguir motivos diferentes y en ese sentido no entenderse, pero cuando Uhart devela este carácter de individualidad o falta de otredad, el lector tiene la capacidad de reflexionar sobre esta ausencia. 

El desamor, o la necesidad de sentirse amado, son el asunto de “Sombras nada más”, donde se encuentran el desencanto y la imposibilidad de expresar el sentimiento hacia el otro. La protagonista piensa: “Ahora, ahora le voy a decir: ‘por qué te enojaste tanto ayer’, pero la conversación seguía su curso y no había lugar para decir eso” (página 321). Ahí está el temor del encuentro, ese callar por conveniencia que referenciaba al principio del texto. La problemática entre los personajes es el interés de una por llegar a un consenso, aunque también la actitud de silenciar lo que se piensa para evitar la contradicción, y otro que no da chance de mostrar el mínimo interés. Sin interés de defender a uno u otro, pues es evidente que la protagonista es a quien uno se apegaría, ya que es inevitable sentir pena por ella; Uhart está insinuando una problemática vigente, la imposibilidad de amar por la incomprensión de ellos mismos, el sentimiento que limita la capacidad de explorarse en la otredad. Tiene sentido remitirse a la postura del escritor francés André Malraux quien “llegará incluso a sugerir que la relación con los demás nunca podrá convertirse en un paliativo satisfactorio para nuestra soledad” (Watson, 2014, página 468).

Si en esta llamada “Edad de la nada” estamos ante ese afán constante en el que solo las acciones nos permiten reafirmar nuestra existencia, a pesar de caer en la soledad, sospecho que tal vez mis visitas al cine son prueba fidedigna del argumento de Malraux. Cuando me dejaba llevar por las películas, como espectador que solo presencia y no juzga, al menos no en el momento inmediato, estaba deteniendo ese afán de la cotidianidad del colegio. Las películas y Uhart, que concibo como formas artísticas que me permiten entender al otro, según Malraux son limitadas porque como productos modernos tendrán un carácter inacabado. Sin embargo, tal vez menos pesimista que Malraux, percibo en estas formas un carácter de lumbre, no una posibilidad de trascender sino rastros o señales para comprender la vida cotidiana.

Hebe Uhart, foto de Mauro Rico_ Ministerio de Cultura de la Nación (Argentina)
Hebe Uhart, foto de Mauro Rico, Ministerio de Cultura de la Nación (Argentina)

Para mí el carácter de la literatura de Hebe genera este efecto en el lector. Es imposible no reflexionar ante la lectura de cuentos como “El ser humano está radicalmente solo”. Si usara el habla argentina, este cuento es como abrir un placard del yo, pues fue con el que sentí la conexión más profunda y el que considero uno de sus mejores relatos, además de “Guiando la hiedra”. En los últimos años, tal vez con afán de comprenderme a mí mismo, he tenido la fascinación por la literatura o películas que se adentran en el género de la bildungsroman o Coming of age, y una historia en esa clave es el relato de Franco, donde se evidencia la temática de la transición de la infancia a la adultez, que significa el enfrentamiento del sujeto con los códigos humanos en su totalidad, al abandonar la educación escolar y entrar al mundo laboral y social. Este encuentro no es ajeno a temas ligados a esa sensación de abandono o soledad que evidenciamos en el cuento.

El choque que presenta Franco, cuando se da cuenta de las injusticias de la cotidianidad, determina su desinterés por la vida que en la infancia le parecía tan interesante. De ahí toma una actitud desafiante, ególatra y falsa cuando está con los otros. Se deja llevar por lo que va pasando en su vida, encuentra el espacio del café y el teatro, la vida bohemia. Es posible que la actitud de Franco sea la de muchos de los que entran en esos sectores de la sociedad, una forma impostada que rechaza lo trivial y se concentra en la fachada de lo adecuado o sofisticado, la actitud de la academia y la bohemia. Hebe muestra esta crítica, recurrente en muchos de sus cuentos, como en “Ablativo en ‘e’ o en ‘i’”, “Revista literaria” o “El centro cultural”. Sin embargo, a Franco se le puede conceder perdón porque da cuenta de esa incomprensión de la vida que uno siente cuando apenas empieza a salir del refugio que significan nuestras familias, el colegio y los amigos. Esta plenitud se desteje y no se sabe cómo proceder o qué hacer al llegar al trabajo o la ciudad, se narra cómo los personajes se ven obligados a transitar por estos valores negativos al chocar con este mundo de las ciudades, como Hugo Bilik o el protagonista de “Muchacho en pensión”.

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Cuando Franco conoce una muchacha en el trabajo, uno piensa que tendrá algo de sensatez y dejará aquella actitud individualista, pero no, los planes de formar una vida de pareja se ven frustrados cuando le dispara verbalmente que “el ser humano está radicalmente solo”. Hay un tono fatídico, pero también sincero en esa afirmación que genera profunda empatía por Franco a pesar de lo “patán” que puede ser con la muchacha. Porque reafirma lo dicho por Malraux. Hebe Uhart siempre está mostrando ese desencuentro con el otro, pero también esa necesidad de compañía que se ve en el cierre del cuento, cuando Franco termina hablando con un vendedor de biblias, aunque en realidad nunca hablan entre ellos, tan solo comparten mesa mientras se escucha, en el fondo de los pensamientos de Franco, la perorata del evangelio.

El recorrido de formación que vivencia el protagonista es cómico porque demuestra esa pretensión de falsedad de los círculos intelectuales, cuando Franco da una referencia a la revista Gente, él recuerda que es para frívolos. Es inevitable no pensar en esas ocasiones en las que uno quisiera decir algo así pero tal vez sea tachado de ignorante. Sin embargo, encuentro honestidad en las miradas que ahondan incluso en lo frívolo. Volviendo a las entrevistas a escritores, recuerdo aquella en la que Santiago Rivas le pregunta a Ricardo Piglia por arquetipos de la cultura pop como el Joker y la respuesta de Piglia tan auténtica y sincera, compartiendo la afirmación de Rivas, sin observarlo como un traidor de la alta cultura. 

Hasta este punto es evidente que comparto la forma en la que Uhart concibe el mundo. Hay un carácter desesperanzador, una denuncia, pero también una óptica para desenmascarar la situación del sujeto actual que se evidencia a través de su filigrana para retratar estas contradicciones humanas. Esta impronta de su literatura demuestra una cuestión apenas nombrada; sugerida por Juan José Saer (1997) que, sin importar el origen de los escritores, su literatura no debe estar anclada a retratar con un carácter nacionalista o arquetípico su geografía o cultura. Hebe apuesta por mostrar algo local, el juego del habla; pero no con ese interés, sino porque ahí está la fuerza que le da impronta a sus cuentos. Es una clara apuesta literaria por el rechazo a lo alto o superior, sin echar de menos la calidad creativa, en el sentido de realizar narraciones que transmiten con verosimilitud ese efecto estético. Comparto ese estilo literario que evita esa exageración y sobre todo agradezco este hallazgo literario al que seguiré sumergiéndome a través de sus novelas cortas, sus crónicas y el resto de sus cuentos, y para mí, mantiene aún algo de esperanza, al menos para dar ese carácter iluminador que permita comprender la vida cotidiana a través de la ficción.

Bibliografía primaria

Uhart, H. (2019) Cuentos completos. Adriana Hidalgo editora. Buenos aires, Argentina.

Imagen de apertura: Collage de Yessica Chiquillo

4 Comentarios

  1. Una muy buena reseña para quienes nos queremos acercar a esta autora argentina. Gracias al autor, por permitirse reseñar algo desde lo cotidiano y desde la distancia que genera lo cotidiano.

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