‘Days’: una película de cuerpos que transcurren
En un circuito de salas independientes, se estrenó el pasado jueves 5 de agosto la película taiwanesa ‘Days’, del director Tsai Ming-liang. Ganadora del premio especial del jurado en los Teddy a mejores películas queer del Festival de Cine de Berlín, se trata de una radical inmersión en el dolor físico, la soledad espiritual y el anhelo de contactos humanos.
El viernes pasado tuve un primer encuentro con un grupo de estudiantes de una clase sobre cine. Para conocerlos mejor –y también para romper ese frío y esa distancia, a veces salvadora, que las actuales pantallas interponen entre uno y los otros– les pregunté si habían tenido alguna experiencia con una o varias películas que se pareciera a una epifanía: ese corte en la experiencia que nos hace ver las cosas de otra manera, o imaginar que pueden ser distintas.
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También hice la pregunta porque, en la semana que pasó, y a propósito del estreno en Colombia de la película taiwanesa Days, y de una conversación que tuve con su director, Tsai Ming-liang, me dediqué a rememorar los primeros años en que empecé a ver películas de forma omnívora, quizá como un intento de llenar un cierto tipo de desconexión con la realidad o a causa de la percepción de un vacío en su sentido. Me acordé de que en esos años vi los primeros largometrajes del director: Rebeldes del Dios Neón (1992), Vive l’amour (1994), The River (1997) y The Hole (1998), que recibieron premios y una admiración inmediata en festivales de cine europeos como Cannes, Venecia y Berlín, y que quizá por esa notoriedad terminaron llegando también a Colombia en copias en VHS.
Mi primer asombro, al verlas, fue comprobar que se podían hacer películas con líneas argumentales tan escuetas, planos tan largos y diálogos tan pocos y triviales, y que, sin embargo, provocaran sentimientos de identificación tan fuertes en el espectador (y hablo, claro, porque a mí me los ocasionaron). Quizá el cine, y esa fue mi epifanía, podía ser más que una historia con sus exigencias de encadenamientos causales, y volverse en cambio una superficie –la película misma– en la que quedaba la huella de un gesto o un movimiento. El registro no de algo que pasa, sino de su manera de pasar. El cine como una forma de percepción de lo real, en la que espacio y tiempo aparecen recortados pero a la vez condensados, expandidos, como entidades abstractas pero que se podían experimentar.
En Days, decimoprimer largometraje de Tsai Ming-liang, desembocan la mayoría de las realidades humanas que le interesan al director: los pozos de soledad de sus personajes, su inhabilidad para comunicarse, al tiempo que un vehemente anhelo de contacto y cercanía. Pero en esta última película, tales asuntos están sometidas incluso a un grado mayor de radicalidad y estilización, como si el maestro de la economía narrativa que es Ming-liang se empeñara en sustraer aún más elementos para quedarse con un sustrato básico. Dos personajes aislados (un hombre adulto y uno joven), un breve intercambio íntimo entre ellos y, de nuevo, la separación. Y claro, unas pocas locaciones, un sonido reforzado para crear el universo de los personajes y los lugares, y planos de una duración que profundiza la sensación de estancamiento (como el agua quieta que es usada en distintos momentos de la película).
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En cada uno de los largos del director aparece su actor fetiche: Lee Kang-sheng. En la conversación que tuve con él, Tsai Ming-liang dijo que su encuentro con el actor hace tres décadas cambió la dirección de su cine y le inspiró para enfocarse en películas de bajo presupuesto, con preocupaciones estilísticas y temáticas vinculadas a las del cine de autores europeos como Michelangelo Antonioni o François Truffaut. Su diálogo con el cine europeo y occidental lo ha llevado a trabajar con actores emblemáticos como Jean-Pierre Léaud, el famoso protagonista infantil de Los cuatrocientos golpes, a quien los espectadores de cine hemos visto crecer y volverse adulto a lo largo de su carrera cinematográfica.
En el cine de Tsai Ming-liang también somos testigos de la transformación de Lee Kang-sheng. Pero a la vez, los espectadores de esta filmografía reconocemos muchas cosas que se repiten, y la forma en que algunos elementos biográficos del actor le dan vida y forma al cine de Tsai Ming-liang, por ejemplo la extraña dolencia en el cuello que Kang-sheng sufre. Desde que lo conoció, al director le obsesionó la lentitud del actor en cada movimiento o acción que emprende. Del otro protagonista de Days (de origen tailandés), Tsai Ming-liang dice que le impresionó la concentración con que cocinaba o comía. Todos esos materiales tomados de la realidad son llevados a la película, y constituyen su base documental.
Pero Days no imita la realidad ni solamente la registra. Hay un encuadre y un punto de vista único en ella. Intuyo que la sencillez plena de esta película (y de todo el cine del director) es el resultado de la fascinación de un gran artista como Tsai Ming-liang con una gestualidad que, incluso si parece mecánica, revela mejor que cualquier tratado psicológico nuestra individualidad. O nuestra dolida individuación: el hecho inobjetable de estar solos, de ser discontinuos y, no obstante, anhelar siempre alguna forma de unidad.
Quienes busquen una narración convencional, de secretos y revelaciones, no deberían gastar su tiempo en esta película. Quienes estén deseosos de una experiencia y una inmersión, y estén dispuestos a habitar un tiempo y un espacio de una densidad extraordinaria que solo parece posible en el cine o en el performance, no se la pueden perder.
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