De cómo perder a los hijos (II)

Pinocho hace su tránsito de títere a humano en medio del peligro, y la encarnación en niño de carne y hueso sucede como premio al final de la historia, pero si el cuento fuera distinto y Pinocho se transformara en humano como algo esperable en el sistema de vida del cuento, y si Geppetto estuviera casado con la mamá del niño, no dudo que la adolescencia del títere, que en este caso sería su maduración de madera a carne y hueso, traería a los padres, por mas Geppeto que fuera, un trauma en la paz del hogar. 

No lo dudo, pasar de un muñeco al que los padres, excelentes titiriteros, le deciden hasta su más ínfimo movimiento, a un muñeco autónomo, al que se le comienzan a ocurrir acciones de su propia voluntad, es algo para lo que ningún titiritero está preparado. Ese es exactamente el punto en el cual padres, madres e hijos e hijas se divorcian, muchas de las veces, para toda la vida. Los padres, en general, no están preparados para aceptar que los hijos no son marionetas y que, eventualmente, van a cultivar posiciones y puntos de vista distintos y, a veces, muy distantes, del de sus progenitores.

Usemos el formato dramatúrgico que tanto me agrada y veamos esta escena: padre e hijo van en el carro, una mañana cualquiera, rumbo al colegio. Por primera vez en toda la vida el niño, que durante años estuvo sentado en la sillita de seguridad, a veces con un timón de mentiras para que juegue a que maneja, toma el botón o la perilla del radio del carro y cambia la emisora establecida por el dueño del auto a una emisora que, al día de hoy, sería de reguetón, por ejemplo.

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El padre sorprendido por la invasión a un espacio que, segundos atrás, le era propio e infranqueable (hay que decir que ni a la esposa se le ocurre cambiar esa emisora) inicialmente se impacta y generalmente reacciona en negativo, veamos:

PADRE: ¿Y esto?

El niño, aproximadamente entre los 10 y los 13 años, mira, ignorante de que va camino al banquillo de los acusados, y sonriendo, con un dejo de orgullo, contesta:

EXBEBÉ:  ¡Es mi emisora favorita!

Los padres, en general, no están preparados para aceptar que los hijos no son marionetas y que, eventualmente, van a cultivar posiciones y puntos de vista distintos y, a veces, muy distantes, del de sus progenitores.

La escena avanza, ahora con fondo de reguetón, y con el padre acomodando accidentadamente las sensaciones que lo avasallan. En la mente del dueño del carro, y hasta hace poco, dueño de las acciones del títere, se agolpan pensamientos: “¿Quién le habrá enseñado estas cosas a mi hijo?, tengo que hablar con la mamá, nos estamos descuidando, esta música no es para nuestro hijo”, “¿qué tanto sabrá de sexo este niño?”, pregunta que surge debido a la carga erótica de la letra que se oye de fondo. Con torpeza y angustia el padre retoma el interrogatorio:

PADRE: ¿Y desde cuándo tú oyes esto?

El niño aún no ha detectado que esto va a salir mal y contesta desprevenido:

EXBEBÉ: En el colegio las oímos en recreo.

PADRE¿Y en el colegio los dejan oír eso?

EXBEBÉ: (Totalmente desprevenido) No, pero nosotros lo oímos en el salón de sistemas.

Entonces, con un gesto grandilocuente, autoritario y ampuloso, el dueño del carro cambia la emisora y la vuelve a dejar en la fuente tóxica de noticias que él oye todas las mañanas.

PADRE: Tengo que hablar con tu mamá, y con el colegio, ¡tú no estás en edad de oír esas porquerías!

Esas porquerías”.  Esas porquerías son la primera manifestación del gusto del exbebé, ahora recién estrenado adolescente. Y claro, para un papá que lleva alrededor de una década haciendo alarde de las virtudes sobrehumanas de su bebé, el que a la marioneta le haya dado por meter la mano en la radio para poner reguetón, produce un shock del que va a ser muy difícil salir sin hacer daños a diestra y siniestra. 

No dudo de que lo ideal para este gran patriarca habría sido que el jovencito irrumpiera en el dial del aparato para sintonizar Javeriana Stereo, o HJUT, la emisora culta de la Jorge Tadeo Lozano. En ese caso, el padre habría narrado una gran anécdota el domingo en el almuerzo de familia, contando cómo este joven es rebelde y se mete a cambiar la emisora para oír música clásica, pero no, esto no es lo que pasó, ahora no hay anécdota que contar, ahora hay tragedia. “¿A qué distancia estamos de las drogas y del sexo prematrimonial,  si ya está oyendo reguetón?“.

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La atmósfera en el carro ha cambiado, las noticias ahora impregnan el habitáculo del vehículo y el niño, exbebé, se siente fuera de lugar en el carro que hasta hace unos minutos le había sido siempre un espacio propio, algo como una extensión de la casa. El gesto adusto del padre no deja duda al niño de la gran distancia que se acaba de posar entre su ser más amado y él.

Y lo cierto es que lo que se ha fundado esta mañana es un divorcio irreconciliable entre papá e hijo. La primera expresión de un conocimiento adquirido por cuenta propia ha quedado, no solamente descalificada, sino tácitamente prohibida, el muchacho ya lo sabe, si quiere oír esa música, va a tener que ser al margen de su padre, sobra agregar que los audífonos se vuelven el chaleco antibalas con que, de ahora en adelante, se va a proteger de la mirada condenatoria de su juez. Consecuentemente la misma brecha se ampliará con temas como la ropa, el pelo, la comida y los amigos. En muy poco tiempo se habrá instalado entre los autores de su vida y el exbebé una brecha extensa e insalvable que por mucho tiempo tendrá una sola salida: El Silencio.

Ñapa: Al que le dé pereza leer,  yo se los leo.

5 Comentarios

  1. Excelente la figura de pinocho para ilustrar la mirada de algunos padres y madres que, con las mejores intenciones, terminan siendo la ballena que se traga a muchos de sus pinochos y después se preguntan en qué momento es que se habrá perdido su marioneta.

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