De sueños truncados
Hace un par de días, como muchas veces lo hago, tomé un taxi para ir a la Universidad en la que trabajo. Usualmente me gusta conversar con los taxistas, los trayectos se hacen menos largos y en varias ocasiones quedo sorprendida por opiniones inesperadas. Aunque es verdad que usualmente el diálogo no avanza más allá de las quejas usuales, muchas veces políticamente regresivas (xenófobas, racistas, machistas, conservadoras) o desencantadas con todo por igual, como suele pasar en un país con dinámicas persistentemente crueles para la mayoría de personas que lo habitan.
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En esta ocasión se trataba de un hombre joven, sonaba Candela estéreo, él se divertía tarareando una canción, decidí no hablar de entrada. Fue él quien de pronto se interesó en conversar. Me preguntó si tenía doctorado, cuánto se tomaba hacerlo, denigró de los politiqueros que se creían doctores sin serlo, y de pronto me lanzó que quisiera hacer algún día un doctorado en astrofísica. Le pregunté si había estudiado alguna carrera y lo negó: “primero he tenido que trabajar para ahorrar para mi casa, pero me encanta el estudio y soy muy pepa en matemáticas…siempre he soñado con la estrellas…aunque en este país sea tan difícil soñar”. Él siguió hablando de su deseo de conocer, de su admiración por los astros y por Stephen Hawking, a quien descubrió siendo niño. Yo lo oía con breves interpelaciones. Sentí una tristeza muy honda al escucharlo: sus capacidades y anhelos parecían “excesivos”, condenados a ser frustrados, en una sociedad tan desigualitaria como la colombiana.
No era la primera vez que me pasaba. Varias veces he conversado con taxistas que saben de derecho, poesía, música clásica, finanzas. Conducir taxi se ha vuelto un oficio más o menos rentable para muchas personas que, en un país con altas tasas de desempleo, no han podido emplearse. Pero me conmovió la emoción con la que el muchacho hablaba de su pasión, y la sensación de que ésta no podía tener posiblemente futuro para él porque, en sus palabras, “aquí no hay realmente política sino politiquería”.
Quise dejar algún testimonio de la escena en un tweet. Me sorprendió que a muchas personas les tocara el trino, pero sobre todo que fueran insistentes dos reacciones igualmente inquietantes: quienes pusieron en cuestión la realidad de la interacción, como si fuera increíble que un conductor de taxi pudiera mostrar ese tipo de expectativas, y quienes replicaron el típico lema voluntarista neoliberal: “hacer realidad tus sueños está en tu poder, rendirte es tu responsabilidad”.
Se trata de dos caras de la misma moneda: quien encuentra inverosímil que alguien muestre capacidades que no encajan con su oficio cree que lo que uno hace determina por completo quien es, sin posibilidades para sentir o pensar más allá de un cierto rol asumido; quien asume que todo está en su poder supone que todo es cuestión de una suerte de talento innato, y pierde por completo de vista -algo que parece bastante intuitivo y miles de estudios han confirmado- que la formación de capacidades, y las oportunidades para demostrarlas, dependen de las condiciones sociales. En el fondo ambos creen en la desigualdad de las inteligencias: que simplemente -y por razones diversas- hay personas más capaces que otras, de modo que, el taxista a conducir, el campesino a trabajar la tierra, el indígena a sus resguardos, los economistas con doctorado -en cambio- a decidir la política pública del país.
“Primero he tenido que trabajar para ahorrar para mi casa, pero me encanta el estudio y soy muy pepa en matemáticas…siempre he soñado con la estrellas…aunque en este país sea tan difícil soñar”
Las violencias estructurales que se han dado en Colombia, sobre todo las persistencias coloniales (racistas, clasistas, patriarcales), la creencia liberal en el individuo auto-determinado, dueño de su destino y capaz de lo que se propone, y la tecnocracia neoliberal, han grabado en las sensibilidades ese supuesto desigualitario -central en la llamada “sociedad de los expertos”- que sigue negando la agencia de millones de personas. Y es tan paradójico que cada vez que llegan elecciones son los candidatos más neoliberales los que prometen (en la estela de aquel “Bienvenidos al futuro” de César Gaviria) una apertura del porvenir, que sus propuestas justamente han bloqueado. El escenario electoral, de hecho, juega con esa dimensión del deseo que palpita en los sueños para vender promesas -luego incumplidas- de que algo mejor por fin pueda ser en el país.
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Resistir a la desposesión del futuro que hoy se impone para muchas personas, requiere poner en cuestión ese marco económico tan desigualitario pero también confiar en la capacidad de cualquiera, pensar relacionalmente los problemas, desmantelar la venta de humo del marketing político, relocalizar la promesa en procesos populares que han retejido la vida en contextos arruinados, contrarrestar -en fin- la politiquería con política.
5 Comentarios
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Buena columna 👍
Por fin leo a alguien que tiene claro que lo que venden los gurús de la economía y los negociantes de MLM son solo humo, ilusiones y sueños que pocos, muy pocos, pueden alcanzar, pero pagando un precio muy alto ya sea en un enorme esfuerzo a costas de su salud o vendiéndole el alma al diablo.
Me identifico plenamente con la muy buena columna de Laura Quintana. Felicitaciones.