Aportes al “decrecimiento”
En el mundillo nacional —el que Irene Vélez alborotó—, la gran pregunta es cómo podremos, en medio de la polarización política, sin generar aspavientos ni contrariedades, transitar hacia un espacio seguro, desde el cual exista la probabilidad de garantizar bienestar humano, prosperidad y equidad.
Aún resuena con fuerza la polémica proposición de la ministra de Minas, Irene Vélez, quien en un encuentro del sector minero en Cartagena aseguró que el país debía “decrecer” su economía y “exigirles también a lo demás países del mundo”, especialmente los más ricos, que controlen su producción y consuman menos a fin de aportar a la estabilidad entre los seres humanos y la naturaleza.
Debo decir que más allá del sisma económico que supuso, el mensaje de la ambientalista Vélez es ciertamente coherente, si consideramos dos avances fantásticos y esperanzadores para la humanidad logrados en 2015: por un lado, la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible —ODS— (un compendio de metas para erradicar el hambre, promover el desarrollo económico y garantizar derechos sociales en paralelo a la preservación del medio ambiente); y por otro, tras 21 años de negociaciones, la adopción del Acuerdo de París —legalmente vinculante— y desde el cual todas las naciones del mundo se comprometen a mantener el calentamiento global bajo dos grados centígrados, con el objetivo de reducirlo a 1,5.
Valga recordar que la situación ambiental a escala planetaria es dramática. Vemos en noticias, cómo estamos tan solo a unas décadas de distancia de que el Ártico pierda su banquisa, los cada vez más fuertes temporales de vientos y lluvias arrasan con comunidades en cualquier latitud, y cómo, sin evidencia precedente, columnas de humo del tamaño de Europa se posan sobre los grandes bosques del hemisferio norte por cuenta de intensos veranos.
En nuestros linderos, las zonas urbanas donde vivimos el 75 por ciento de los colombianos, además de caóticas, violentas y contaminantes, pierden más terreno en materia de planificación e inversión pública eficaz. En lo rural, la selva amazónica se está debilitando y podría según los expertos empezar a emitir carbono en 15 años. Y sí, aunque Colombia aporta tan solo el 0,42 por ciento a la huella de carbono global, es una preocupación que nos debe tocar.
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Quiero pensar que todos los ciudadanos en el mundo hemos comenzado a reconocer que estamos enfrentando crecientes riesgos ambientales —además de los bélicos, de nunca acabar—. Los dos pilares de nuestra civilización se basan en tener un clima estable y una gozar de una rica biodiversidad. Todo, absolutamente todo, se basa en esto y sin duda debe ser la prioridad número uno.
Sin embargo, la desempolvada teoría del decrecimiento puede ser interpretada también como un contrasentido en tiempos de pobreza y recesión global. Pobreza que como ya sabemos está muy lejos de resolverse y a muchos cuestiona hacia dónde debería migrar política y económicamente nuestra civilización.
Valoro que Colombia no se mire al ombligo solamente, sino que asuma un liderazgo global frente a la crisis climática. El tiempo dirá qué tan efectivo resultó ese liderazgo y si discursos revolucionarios como el Naciones Unidas, tendrán algún tipo de eco en el reordenamiento de las fichas de poder globales. Por ahora me temo que es inocuo.
El gobierno de Gustavo Petro ha ventilado sus prioridades. Bien o mal, en su mandato tendrá el derecho de proponer y deberá facilitar consensos. Pero, más allá de lo político, ¿se han dado a la tarea de recrear escenarios, probando diferentes futuros posibles, desde los negocios, como debe ser, pero apuntando a transformaciones locales, a diferentes maneras de llegar a acuerdos políticos, financieros?
Pensando en la superación de la pobreza, una discusión que debemos dar es si nos proponemos un crecimiento económico como en China, haciéndolo dentro de los parámetros ambientales de una civilización ecológica. De cara a la reforma rural integral, ¿qué tal si avanzamos hacia sistemas alimentarios sostenibles, en donde se pueda invertir el 1 por ciento anual del PIB en la intensificación y avanzar hacia la implementación e inversión en soluciones en eficiencia agrícola de las cuales hay casos probados de éxito?
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Frente a la redistribución de la riqueza, ¿no sería conveniente emular el modelo de economías de rápido auge reciente como Croacia y Eslovenia, o el ya bien sabido caso surcoreano, en donde existen instituciones que definen que el 10 por ciento más rico puede acumular como máximo el 40 por ciento de los ingresos nacionales? ¿Cómo transformar las capacidades de fomentar la equidad en todas las regiones? ¿La discusión de la Colombia federal no tiene sentido hoy?
Pensando en el cambio climático, ¿tenemos una ruta de incentivos para la inversión en energías renovables, incluso con los mismos protagonistas de la industria extractiva? ¿Contamos con planes de acción tendientes a que empresarios y gobiernos extranjeros se interesen en atender el meritorio llamado por el planeta e inviertan en industrias renovables?
Finalmente, ¿se ha considerado la opción de facilitar desde la cooperación público-privada inversión en políticas sociales definitivas para la prosperidad? Un aumento radical en el presupuesto en educación, acceso al trabajo mediante incentivos al empresarismo, programas de anticoncepción, el cierre de la brecha de género, entre otros. Propósitos que nos permitiría cumplir con los ODS de desigualdad, economía y desarrollo urbano.
Los objetivos que el mundo se trazó en el decenio pasado, aspiracionales, transformacionales por una humanidad inclusiva y próspera son irrefutables, pero del afán no queda sino el cansancio. Es necesario moderar la velocidad, reducir incertidumbres y evitar saltos al vacío. Con técnica y arreglo a resultados, despolitizando, y tal vez también, reconociendo los límites de tiempo que suponen las democracias para la toma de decisiones.
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De acuerdo
Buén artículo