Del Ministerio a la igualdad
Avanza en el Congreso el proyecto de ley que crea el Ministerio de la Igualdad. Sustantivo este último que, además de femenino, conlleva en lo político una gran fuerza moral, pues evoca justicia, sosiego, concordia.
Aunque no hay que exagerar, porque ciertas teorías extremas en el asunto se asemejan a lo que la mitología de la antigua Grecia conoció como el Lecho de Procusto, posadero este que tenía en sus habitaciones una cama especial. Obsesionado por igualar a quienes en ella acostaba, si eran más largos les serruchaba las piernas y si eran más cortos procedía a estirarlos hasta igualarlos en la extensión del tálamo sangriento y acoplador. Los de menos con más, y los de más con menos, pero todos deformes.
Exagerado lo es, pero acontece que cuando las sociedades son muy desiguales, estarán en peligro de que se presente un revolucionario que pretenderá emular a aquel griego. Eso fue lo que hiciera Lenin diez días después del triunfo de la revolución bolchevique de 1917. Un simple decreto suyo: queda abolida la propiedad privada. De esta manera todos igual de pobres, sin nada y recortados aquí; y luego, allá, bien estirado el Estado ruso. Lenin-Procusto. Tal vez inevitable para los privilegiados de esa tierra, que no supieron atender a las tremendas e injustas desigualdades de esa nación en esos momentos.
Desde el punto de vista de la justicia social, las políticas de igualdad son muy defensables. No tengo espacio para analizarlas aquí. Quede esa constancia. Pero en lo que no se ha hecho hincapié, es en las ganancias puramente económicas para una sociedad que intente ser menos desigual. Va un muy somero análisis, solo sobre las ventajas de ese tipo, cuando las políticas públicas y sociales buscan una igualdad razonada.
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Originan una más lógica demanda agregada, al mismo tiempo que corrigen ciertas perversiones de esta última. Los muy ricos, por ejemplo, demandan sofisticados productos importados, de caviar hacia abajo; un poco así y otros como yates lujosos, jets privados, alfa-romeos. Todo ello en perjuicio de unos factores de producción quitados a la posible fabricación de artículos de demanda general, común, de todas las clases sociales. El sistema educativo, las innovaciones, estarán dirigidas, en parte importante, a mejorar la producción de este tipo de bienes. Igual la técnica. La acción económica del gobierno también se orientará, en alguna porción, hacia estos distorsionantes sectores.
Dos ejemplos. En San Pablo, Brasil, 600 helicópteros raudos cruzan el cielo cada mañana llevando altos ejecutivos, mientras trabajadores y empleados de esa tierra, por sobre ella se demoran dos horas y más en llegar al trabajo. En Lima, en el barrio las Casuarinas, con casas de dos y medio millones de dólares, hay agua sobrante para fuentes, piscinas y arroyos artificiales, al paso que un simple, al mismo tiempo que alto e infame muro, lo separa de un barrio popular, Pamplona Alta, este con viviendas de 10 metros cuadrados y sin agua potable.
Lo que ocurre, elemental consignarlo, es que la naturaleza humana nos ha hecho desiguales; y que también el natural empuje competitivo nuestro profundiza esa desigualdad. Las políticas de Estado deberán entender esto y buscar apaciguarlo. Por ejemplo, desde la misma preñez de la madre y luego desde la misma alimentación al infante, en los dos, hay que trabajar para que los de menos recursos la reciban adecuada, porque desde allí, desde el vientre materno, comienzan a forjarse las condiciones cerebrales y físicas diferentes entre los mejor alimentados y los demás.
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Las misiones por la igualdad son trabajos de largo plazo. La mejor política es la educativa, de calidad para todos, la que trata, en lo posible, de acercar las capacidades, la preparación, la productividad y por lo tanto los ingresos de unos y de otros.
Cuidado con el mero subsidio. A quien se le paga este el 1 de cada mes, recorta en esa fecha un poco la desigualdad; pero al final del mismo mes volverá a estar en semejantes términos de desigualdad. Y así una y otra vez, dependiendo de un gobierno, de izquierda o de derecha, el cual le podrá cobrar a cada subsidiado en cada elección, y en votos, el respectivo subsidio.
Si esa política de subsidios se exagera, se deslegitima. Unos automóviles en los Estados Unidos llevaban pegatinas así: “Disfruta lo votado, Camarada. Y espera más la próxima”.
Ojalá el ministerio que para ello se va a crear sirva de algo. El texto y la exposición de motivos no dan para pensar mucho. Las intervenciones del presidente y la vicepresidenta, al presentar el proyecto, fueron breves y poco margen dieron para opinar que gozan de una visión siquiera aproximativa al tema. Confiemos, sin embargo, en que esa iniciativa funcione.
Con cuidado, se repite. Muchas políticas igualitarias, demagógicas e insostenibles, han derivado en grandes desbarajustes futuros sufridos por los más vulnerables. Argentina y Venezuela, las recientes, lo demuestran. Precisamente “El Tiempo” de este jueves 1 de diciembre, informaba como Venezuela es, hoy, el país más desigual del mundo. Del mundo.
Gracias, Hugo Chávez.
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Buén artículo
Y es una realidad