Las cuentas de la esperanza

Claudia Yepes Upegui, madre de Andrés Camilo Peláez, un ingeniero forestal desaparecido el 3 de abril de 2022, en San Andrés de Cuerquia (Antioquia), lleva a diario la cuenta de su tragedia familiar y repite este mensaje por Twitter:

Sin embargo, nadie da razón del paradero de este contratista de Empresas Públicas de Medellín (EPM), pese a las labores de rastreo por ocho municipios cercanos y de otras gestiones humanitarias.

El día que desapareció llevaba una gorra negra Hurdley, una camiseta negra con letras estampadas de Yellowstone y tenis North Face verdes.

Por este caso hay dos procesados que mantienen silencio absoluto.

En octubre del año pasado, por esas decisiones torpes que toman quienes necesitan hacer sentir su autoridad, fue borrado un mural que le hicieron los compañeros de la facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional, en Medellín. Mejor dicho, fue revictimizado por su propia universidad. El vicerrector asumió la responsabilidad y se vio forzado a restituir el mural.

El de Camilo es uno de los 3.727 casos de desaparecidos que hubo en el 2022, de los cuales 2.460 fueron mujeres y 1.267, hombres. Según la Fiscalía, apenas el 20 o 30 por ciento de las personas que son reportadas como desaparecidas en Colombia vuelven a encontrarse con sus familiares.

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La violencia en Colombia ya tiene cifras récord en estas materias: entre 1985 y 2016, hubo al menos 121.768 desaparecidos, según la Comisión de la Verdad.

Pero, además, intercalados con trinos de agitadores políticos, en redes sociales, aparecen a diario mensajes sobre personas que desaparecen en las calles. Niños, y jóvenes, especialmente, pero también ancianos. Personas que no necesariamente han sido desaparecidas a la fuerza, como sería el caso de Camilo. En Barranquilla, los familiares de Keiner Ramos Pardo, de 17 años, próximo a ser padre, viven en zozobra desde el pasado 19 de marzo, cuando salió de su casa en el barrio Por Fin.

Las calles de nuestras ciudades son, cada vez más, agujeros negros. Por muchas razones, aunque nunca muy claras, se pierde el rastro de las personas. Cada desaparición se vuelve una novela negra donde todos somos sospechosos.  

Las desapariciones cambian las vidas de las familias, como pasa con el secuestro.

Llevan su angustia de hospital en hospital; ponen su esperanza en un cartel de un poste de cemento o en una publicación en redes sociales; recorren el barrio o la vereda preguntando, con foto en la mano, si le han visto; y no despegan sus ojos del celular, esperando una llamada milagrosa.

El último mensaje de Claudia Yepes, el pasado viernes, incluía la pregunta que ella y los familiares de los desaparecidos quisieran tener resuelta: ¿hasta cuándo?  

@caobregon

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