‘Drive My Car’: el viaje de los relatos

Se estrena en unas pocas salas del país, antes de llegar a Mubi, la película japonesa ‘Drive My Car’. Esta pieza maestra sobre el poder de los relatos para darles sentido al dolor y la pérdida, está nominada a cuatro premios Óscar, entre ellos los de mejor película y mejor director. Podría dar otra sorpresa, pero la sorpresa mayor es la película misma.

En Grecia, la palabra metapherein se usa para denomirar a los buses; de metapheiren viene la palabra metaphora, que, en sentido estricto, indica traslación o traslado (de personas o también, como en los bancos, de dinero). Evoqué estas etimologías bajo el efecto hipnótico de una de las mejores películas estrenadas en 2021: Drive My Car, del director japonés Ryûsuke Hamaguchi.

En ella, los relatos van de boca en boca y las personas se desplazan en automóviles a través de carreteras que parecen no tener fin. Si en los relatos que los personajes se cuentan unos a otros están depositadas las claves para iluminar sus zonas más inaccesibles, en esos viajes en carro –un Saab 900 rojo, para ser más exactos– la película encuentra su fascinante ritmo y su particular respiración. 

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Drive My Car empieza con el plano de una ventana que nos ofrece la vista difuminada de una ciudad. Desde una cama que no vemos llega a ocupar este plano el cuerpo de una mujer en contraluz que empieza a contar la historia de una enigmática chica que se enamora de Yamaga, un compañero de clase. Ella, la chica, quiere saber todo de Yamaga y se las arregla para entrar a su casa, en su ausencia. Esta historia que oímos de boca de Oto ofrece también pistas para orientarse en los enigmas de la película de Hamaguchi: nuestro impulso natural es querer saber de los otros, pero para lograrlo debemos atravesar capas y capas de silencio, incomunicación y misterio. 

Oto es una actriz que, después de un duelo, empezó una exitosa carrera como guionista. Nos enteraremos de que esta historia de la chica que ama a Yamaga la asalta después de tener sexo con su esposo Kafuku, un director de teatro. Y que de ahí en adelante para Oto se volverá costumbre relatar historias que después olvidará, y que son recuperadas y escritas por Kafuku. Las historias se desplazan, van de cuerpo en cuerpo, y de medio en medio. Debemos encontrar la manera de comunicarle a alguien nuestro propio relato de dolor y pérdida. Como un acto de generosidad o por un anhelo de libertad.

En medio de su propio duelo, Kafuku se desplaza a Hiroshima a dirigir un montaje de Tío Vania con actores de Asia que hablan idiomas distintos (incluso el lenguaje de señas), y en los que encarna el hermoso y melancólico texto del dramaturgo ruso Anton Chéjov. Los relatos viajan de cuerpo en cuerpo, no sin antes cumplir su cometido. Los relatos sanan y liberan. Nos enseñan, como nos lo dice Sonia en el monólogo final de Tío Vania, que el sentido de la vida es vivirla. Simplemente, tercamente.

En Hiroshima, la ciudad del desastre nuclear, Kafuku se acerca a una chofer que le ha sido asignada por la producción de la obra. Ella maneja el carro de Kafuku. La aproximación es lenta, como parecen dictar los códigos de la distancia y el pudor en el Japón. Y se consuma en relatos. Qué podemos aspirar a conocer de los otros sino el centro de su dolor, y en ese centro, agazapada en busca de expresión, una historia.

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La película, como indican los créditos, está basada en un relato homónimo de Murakami, contenido en un libro llamado Hombres sin mujeres. La edición en español de esta compilación es de Tusquets, y en su cubierta aparecen también personas en contraluz, como veíamos a la mujer en el plano inicial de Drive My Car. La desaparición es un tema central en la obra de Murakami. Las personas se van, huyen o mueren, pero dejan una estela de preguntas sin resolver sobre quiénes eran. Las personas –también, o sobre todo, aquellas que amamos–, tienen secretos que no nos incluyen. Para llenar ese vacío están los relatos. Los relatos liberan. Debemos encontrarlos o ellos vienen en nuestro auxilio. 

Todavía hay que decir algo sobre la imponente habilidad de esta película para sostener la tensión entre lo que se muestra y lo que se sugiere. Drive My Car es un relato visual sobre los relatos verbales, sobre cómo estos emergen, hacen su efecto y desaparecen. El extraordinario director que es Ryûsuke Hamaguchi encuentra la manera de que también veamos esta trayectoria de los relatos y que no solo los oigamos. Pero no ilustra lo que cuentan los personajes, lo evoca. 

Drive my car
Drive My Car empieza con el plano de una ventana que nos ofrece la vista difuminada de una ciudad. Desde una cama que no vemos llega a ocupar este plano el cuerpo de una mujer en contraluz que empieza a contar una historia.

Cualquier relato contiene en sí mismo su propio caudal de imágenes. La palabra aspira a la imagen y la contiene. Y cualquier imagen se puede volver palabra. La metaphora es traslación o transferencia, pero quizá también traducción. Por eso Tío Vania puede existir en japonés o coreano. También en lenguaje de señas, como vemos en el mágico final de Drive My Car, se puede pronunciar el monólogo de Sonia. Veamos lo que nos dice: “Y nosotros viviremos, tío Vania. Viviremos una larga, larga sucesión de días y de largas veladas; soportaremos pacientemente las pruebas que nos depare el destino; trabajaremos para los demás, ahora y también en la vejez, y cuando nos llegue nuestra hora moriremos resignadamente”.

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