Los ecos del balconazo y los restos del presidente José María Melo
Todavía se oyen los ecos de los rabiosos comentarios de la derecha al discurso de Petro el Día de los Trabajadores, del “balconazo” en el que llamó a la movilización social para defender las reformas propuestas desde su Gobierno.
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Aunque César Gaviria y Álvaro Uribe no dieron declaraciones, y Dilian Francisca Toro reafirmó su permanencia en la coalición del Gobierno, pero “con independencia”.
Otros dirigentes venidos a menos —como Vargas Lleras— mostraron su irritación.
“Este discurso es de inmensa gravedad. Una retórica dictatorial llena de falacias, amenazas y egocentrismo”, dijo el ex vicepresidente.
O, como la senadora María Fernanda Cabal, que aseguró que Petro “sigue incitando la lucha de clases y las revueltas si no aprueban sus retorcidas reformas”.
Por su parte, la inteligencia artificial (IA) me señaló que, “en este contexto, un humano podría decir que el discurso del presidente Petro fue polémico, radical y polarizador”.
Estoy de acuerdo con la IA.
Fue un discurso fuerte, vigoroso, de un hombre que elegimos para que realice unas reformas inaplazables, “una devolución de los derechos perdidos”, en favor de las mayorías, que modifiquen el arsenal de leyes neoliberales que convirtieron al Gobierno nacional en un pinche supervisor de contratos; que postraron tanto la agricultura como a la industria; y que arrasaron con las conquistas laborales conseguidas con sangre, sudor y lágrimas.
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No obstante la pugnacidad verbal, es preciso reconocer que este fue un 1 de mayo muy pacífico por cuanto la Policía no salió a reprimir las manifestaciones con la violencia habitual.
Desde las lejanas épocas de López Pumarejo, la clase obrera no salía a las calles a apoyar al Gobierno.
Fuera de los merecidos vainazos a César Gaviria —el padre del engendro neoliberal en Colombia—, Petro exaltó la figura de José María Melo, el presunto indígena pijao que llegó a ser presidente y que fue abusivamente desaparecido de la memoria institucional por los perfumados escribidores oficiales, pues su vida y obra constituye uno de los relatos más peligrosos para la oligarquía criolla.
Porque a Melo no le tocó, como a la mayoría de los presidentes, abordar intensas luchas contra los triglicéridos, sino que la vorágine de su existencia lo llevó a combatir hasta el último día de su vida en las batallas que forjaron la identidad latinoamericana en favor de la libertad y de los excluidos.
Desde los 19 años se alistó en el Ejército Libertador y participó como teniente, capitán y coronel en las más importantes batallas de la independencia suramericana a órdenes de Bolívar. Peleó en Bomboná y Pichincha en 1822; en Junín, Mataró y Ayacucho en 1824; en el sitio a El Callao en 1825; y en la batalla del Portete de Tarqui en 1829. Su ascenso a general solo se daría en 1851, por disposición del presidente José Hilario López.
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El asesinato del general Sucre y la muerte de Bolívar, en 1830, significó el derrumbe de la Gran Colombia, “el sueño de unidad más ambicioso de Latinoamérica”.
Melo, que era un recio defensor del pensamiento bolivariano, fue desterrado por primera vez en 1831, junto con su concuñado Rafael Urdaneta. Se radicó en Venezuela, donde se unió a un grupo militar que exigía la restauración de la Gran Colombia.
En 1836 fueron derrotados por José Antonio Páez, quien retomó el poder colocando a José María Carreño; y Melo fue desterrado por segunda vez a Nicaragua, de donde pasó a estudiar a la Academia de Bremen. Allá se interesó por las ideas del socialismo utópico de Bentham, Saint Simon y Fourier.
Volvió a Colombia en 1840. En Ibagué se dedicó al comercio, al periodismo, a la docencia y después se apasionó con las “Sociedades Democráticas”, organizaciones férreas en la defensa de sus intereses, y en la lucha por las reformas sociales y políticas. Se oponían al libre comercio internacional, exigían tierras para los indígenas, respeto por los resguardos y la abolición de la esclavitud.
Desde 1848, el presidente caucano, general Tomás Cipriano de Mosquera, a quien le decían ‘Mascachocha’, abrió el país sin restricciones al comercio internacional, por presión de Estados Unidos e Inglaterra y por el influjo del célebre economista Florentino González, quebrando al artesanado; tal cual lo hizo César Gaviria, 140 años después, cuando nos lanzó, sin paracaídas, a la apertura económica, por presión del Banco Mundial y el influjo del economista neoliberal Rudolf Hommes.
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Los dos presidentes que sucedieron a Mosquera —también caucanos—, José Hilario López y José María Obando, pese a que fueron apoyados por el artesanado, continuaron con esa política económica, lo que originó una auténtica insurrección popular en la cual los artesanos unidos al Ejército Libertador comandado por Melo, se tomaron el poder el 17 de abril de 1854. Ha sido la única insurrección popular victoriosa en toda la historia de nuestro país.
Circunstancias parcialmente similares a lo que ha ocurrido en Colombia en el presente siglo después de Gaviria: Uribe, Santos y Duque profundizaron el neoliberalismo hasta hace un año, cuando Petro obtuvo el poder de manera democrática con un mandato claro de realizar las inaplazables reformas.
El gobierno de Melo fue de solo ocho meses, en los cuales alcanzó a decretar la abolición de los monopolios y la libertad de artes y oficios. Fue, como anotó Antonio Caballero, “una romántica tentativa de democracia socialista. Un choque de fabricantes contra comerciantes”.
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Melo, según la descripción fotográfica que hizo el historiador chaparraluno Darío Ortiz Vidales, “vestía en Bogotá con capa de húsar, cachucha galoneada, ancho de espaldas, sable al cinto. Era de mediana estatura, lampiño, ancho de espaldas, nariz abultada, un tanto corva, corta y gruesa; y cabeza con los cabellos cortos cortados al rapé”.
En diciembre de 1854, el general Mosquera, aliado con José Hilario López y Pedro Alcántara Herrán, se toma Bogotá y derroca a Melo.
Tras un juicio polémico, fue desterrado por tercera vez, le confiscaron sus bienes y le prohibieron su retorno.
Melo intervino en Nicaragua, peleando contra el filibustero gringo William Walker, que fue presidente de Nicaragua entre 1856 y 1857; deliraba con hacer una nación centroamericana bajo su mando y anexarla a los Estados Unidos. El lema de los filibusteros era “Five or none”, cinco o ninguna, en alusión a que querían conquistar todo Centroamérica, conformada por cinco naciones, puesto que Panamá todavía era de la Nueva Granada.
Siguió para El Salvador, donde fue instructor del ejército. Pasó a Guatemala, donde no tuvo buena acogida del dictador Rafael Carrera; y, en marzo de 1860, llegó al estado de Chiapas, en México. El presidente Benito Juárez, el ‘Benemérito de las Américas’, lo incorporó al ejército con el rango de general.
Lo encargaron de proteger la frontera con Guatemala. En la madrugada del 1 de junio de 1860 fue herido y apresado en la hacienda Zapaluta.
Por órdenes expresas del general Juan Antonio Ortega, fue fusilado y dejado a la intemperie, hasta que los indígenas del lugar lo enterraron frente a una pequeña capilla.
Hasta ahora se han ejecutado varios tímidos y fallidos intentos por repatriar sus restos: uno fue en 1940, por gestiones del ministro Luis López de Mesa, ante el presidente mexicano Lázaro Cárdenas; y otro en 1989, por el presidente Barco.
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El año pasado, Petro, en su primera visita oficial como jefe de Estado a México, solicitó por intermedio del canciller, Álvaro Leyva Durán, “la repatriación de los restos del general José María Melo Ortiz, primer presidente popular de origen indígena de la República de Colombia, quien viajó a México para unirse a la causa del presidente Benito Juárez”.
Afirman que el mísero botín que encontraron en las alforjas del único presidente colombiano cuyos restos se encuentran en territorio extranjero fueron “un reloj, una cartera con cuatro pesos y unas cartas”.
Es hora de que lo regresen para que ayude a iluminar nuestro azaroso camino en este rincón del cosmos.
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14 Comentarios
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Excelente, entre más años, más entiendo de donde viene toda esta mier da. Gracias pedro Luis.👍👍👍😎
Excelente Pedro Luis. Algún libro que profundice algo sobre la vida y obra del General Melo ?
Una forma de sacar del sótano del olvido histórico de un presidente nacionalista defensor de la producción nacional, es la implementación de la CATEDRA JOSÉ MARIA MELO en el pensum oficial de la historia colombiana.
Has escrito muchas veces, pero esta, la mejor, por el contexto, por el significado, por la resiginificación de la historia Patria
La Academia de Historia del Tolima debe abanderar la implementación de la Cátedra José María Melo en las instituciones educativas del Tolima.
Muy pertinente, interesante y novedosa crónica del accionar de un convencido protagonista de la democracia, en defensa de los artesanos y los desprotegidos sociales de Centro y Suramerica. Gracias por enfocar y visualizar la, deliberada, camuflada historia de uno de los luchadores y ejecutores de los sentires populares de nuestra historia. Como es muy restringida, creo que a todos tus lectores, nos interesarían más de tus magistrales refrescos literarios, a cerca de éste prohombre popular y de muchos más. Gracias Maestro Pedro Luis por brindar este aprendizaje tan significativo y ameno.
El balconazo ha sido otra de las acciones del compañero presidente para conversar con el pueblo, para contarle a su gente cómo va la vaina y qué propone hacer pa que la vaina funcione.
El discurso, que lo he escuchado 2 veces y media, (la primera vez lo escuché a medias pues estaba trabajando), ha sido de los mejores, que yo sepa, que se ha pronunciado en ese sitio, en muchísimo tiempo.
La reiterada llamada a recordar, revivir las gestas y los hechos históricos de gente olvidada, muy a propósito, por el sistema diseñado por los gamonales, feudales e imperialistas, que aún no se “pellizcan” que la vaina está cambiando y que hay que reescribir la historia, desde un ángulo moderno y veraz. Esta vez le tocó a José María Melo, el presidente borrado, escondido diluido de nuestra historia, revivido en ese discurso, desde ese balcón. Les invito a leer la historia de este prócer, es tremenda e interesante.
En un trino del 5 de mayo pasado, Petro dijo: “No triunfa la justicia si se oculta la verdad. Verdad y Justicia son sinónimos.”
EL talante, el vigor y la honestidad de la alocución de Petro no da lugar a dudas o confusiones.
La Justicia ambiental y justicia social del Plan de Desarrollo son los dos grandes pilares para que Colombia llegue ser potencia de la vida y Petro no se cansa de contarnos cómo es esa vaina.
Para todos está claro que las reformas (¡35 reformas, según entiendo!), son el objetivo de este gobierno y que, amén de lo que significan para el pueblo y el progreso de la patria, son un reto descomunal, digno de un titán, que es como lo vemos.
Lo que pienso es que, pase lo que pase, este gobierno ya marcó un cambio, una diferencia abismal con cualquier otro gobierno.
Por ahora, Petro sigue alimentando la admiración que me despierta y seguirá contando con mi apoyo y, lo sé, de muchísimos de mis allegados y amigos.
Gracias Pedroluis por este relato, valioso y ameno, como siempre.
Gracias José Luis, ya metido en los vericuetos de la historia asusado por nuestro compañero presidente, debes proseguir con esta saga de próceres libertarios, con la vida y obra del joven mariscal Sucre , allí está la ruta trazada para la verdadera independencia y Paz de Colombia.
Estoy terminando una biografía extensa del General José María Melo. El Rayo de América. En un par de meses estará en el mercado.Los invito a leerlo.
Muy interesante relato. Abre los ojos de quienes viven de espaldas a la realidad.
https://www.lanacion.com.co/quien-dijo-miedo-2/