El 1 y el 9

Tener un gol y no poderlo hacer; cometer un error que propicia una oportunidad clara de gol y que al final no haya grito. Hay que encontrar verdadera sincronía en medio de la desincronización. Es que hasta para eso tiene que existir un Bolshoi en el alma. Si se quiere algo más alcanzable, un ballet de Sonia Osorio. 

Imposible, de verdad, que dos situaciones que están cercanas al desastre culminen en nada. Es como cuando va gateando un niño directo a la esquina de una mesa de mármol y por una extraña razón el bebé se distrae y cuando el golpe parece inminente, así como la ida a urgencias, voltea a mirar y toma otro rumbo. Cuestiones del extraño destino. Porque ha pasado que hay golpe en la cabeza y terror. Pero el devenir es así. Está ahí pendiente de nosotros para burlarse un rato mientras se va a desatar tragedias en otros lugares.

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Y fue de esta manera que el destino decidió encomendar la tarea de unir las vidas de Carlos Bejarano, arquero del Unión Magdalena, de buenas maneras en la portería y que además de contar con una nutrida experiencia en diferentes clubes de Colombia, alguna vez se dio a vivir la aventura de ser el guardameta titular de la selección de Guinea Ecuatorial, y la de Kevin Pérez, atacante cartagenero que vistió las camisetas de Tolima, Leones y Bucaramanga.

El fútbol - Unión Magdalena
Foto: Twitter DIMAYOR

Los dos se encontraron, así como la vida de algunos queda amarrada a la del otro por ser víctima y victimario. Uno de los vínculos más recordados en el fútbol de ese tipo fue el que, sin proponérselo, afianzaron Barbosa, arquero de Brasil y Ghiggia, delantero uruguayo en el Mundial del 50: la hazaña del veloz punta siempre estará ligada a la volada estéril del que, hasta ese instante, era el mejor bajo los tres palos de la Copa del Mundo del 50. Y al explicar la miseria que tuvo que vivir Barbosa desde el “Maracanazo” hasta su muerte, es imposible desligar a Ghiggia, más allá de que él nunca se hubiera propuesto arruinarle la vida a nadie. Lo raro del extraño caso Bejarano-Pérez, es que no hubo víctima y tampoco victimario.

Porque Bejarano fue a tomar una pelota y se lanzó en el aire al ver la presencia de Pérez y cuando fue a encajonarla, lanzándose al aire como Flipper al ver una pelota playera, se le escurre entre las piernas, mientras su aterrizaje forzoso terminaba lejos de la portería. El victimario Pérez la paró con su pie derecho, pero no lo hundió del todo sobre la bola, como merecía el momento. Nervioso, no le entró de lleno, muy con la parte interior del pie, de pronto para asegurarla sobre la base del palo, pero ¿Para qué ser tan preciso si la portería estaba desguarnecida?

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Y mientras sonaba de fondo la cabalgata de las Valkirias, Pérez terminó perdonándole la vida a Bejarano enviándola por fuera.

Difícil encontrar tan perfecta imperfección en medio del caos. Imposible repetir semejante obra de arte que homenajeó el desatino más limpio de los hombres que definen la suerte en el fútbol: el 1 y el 9.

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