El brujo, el artista y el sacerdote
Nuestros primeros “pensamientos” fueron mágicos. Dibujar un animal flechado, digamos, ayudaba en las jornadas de caza, afinaba la puntería, conjuraba los temores. A esas bellas pinturas de las cavernas, ejercicios de la inocencia y del miedo, los antropólogos las consideran “magia simpática”: el poder de la representación, como los alfileres que pinchan los muñecos vudú, para modificar la realidad.
Los mitos también pertenecen a esta esfera de pensamiento. El Génesis, el Árbol del bien y del mal, el Caos, Abraxas, Bochica… son conjeturas poéticas, y lógicas a su manera, inventadas por el hombre para explicar el cosmos y conjurar sus ansiedades. De aquí, de esta manera de estar en el mundo, nacieron luego las religiones.
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Obsérvese el paralelismo, desde el principio, entre el arte y la religión. La religión formulaba un orden social y explicaba con mitos los fenómenos naturales, y a su lado el artista, una suerte de agente publicitario, trabajaba para el brujo y le proveía textos, dibujos, esculturas, danzas y canciones. (“Si alguien le debe todo a Bach, es Dios”, decía Emil Cioran).
En realidad, los oficios eran indistinguibles: el poeta creaba los mitos y escribía la historia y hasta los manuales de agricultura; el brujo danzaba, cantaba y sanaba (o escupía conjuros capaces de podrir la piel de la víctima). Esta imbricación se perpetuó por mucho tiempo. Hasta los siglos XVI y XVII, nos recuerda George Steiner, hubo unos traslapes maravillosos: “La fe y la Reforma se renuevan combatiendo el ateísmo más o menos clandestino; la astrología se alterna con la astronomía; la geomancia con los comienzos de la mineralogía; la alquimia engendra la química; el estudio de imanes y espejos es inseparable de la nigromancia; el hermetismo y la Cábala inspiran la investigación matemática. Es imposible disociar aquí lo esotérico de lo sistemático y lo científico”.
Pero volvamos a la Antigüedad, concretamente a la nación y al tiempo en que los caminos del científico, el artista y el sacerdote divergieron, cosa que tenía que suceder tarde o temprano porque sus métodos y sus necesidades diferían notablemente. El artista es libertario porque es creador; el sacerdote adora el orden porque es patriarcal (alguien tiene que hacer el trabajo sucio). Estas tensiones empiezan a evidenciarse ya en la Grecia antigua. Antígona entierra a su hermano Polinices desafiando la ley que ordenaba dejarlo insepulto en el campo de batalla por traidor. Clitemnestra nunca le perdonará a Agamenón que sacrificara a Ifigenia, la hija de ambos, para que los vientos soplaran y las cóncavas naves griegas volaran hasta Troya para rescatar a Helena, “esa perra lasciva”. (Ambos son ejemplos de la oposición entre el amor filial y los intereses del Estado. Edipo, un espíritu justo y libertario, fracasa en su lucha contra una divinidad fatal, el Destino).
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También fue en Grecia donde la ciencia divergió de la religión desde muy temprano, quizá desde el siglo VI antes de Cristo, cuando los filósofos presocráticos empezaron a ajustar el pensamiento mítico con explicaciones racionales del mundo. Recordemos que fue en ese siglo cuando Tales pronosticó un eclipse con razones puramente astronómicas, sin acudir a sombras divinas, y la Escuela de Pitágoras, que era todavía una sociedad mística, empezó a adorar una criatura terrena y sofisticada, el número.
En suma, y con los siglos, el científico, el artista y el sacerdote consolidarán tres maneras de mirar sus mundos: el “real”, el “ficticio” y el moral (estas comillas son clásicas e inevitables. No entrecomillo la palabra moral porque es un vocablo que lleva en sí todas las comillas y despierta todas las suspicacias).
El científico consagra sus días y sus noches a la empresa de descifrar el universo; el artista celebra la vida (o la maldice) y el sacerdote sacraliza el universo y la vida, y los cubre con velos misteriosos.
Las verdades absolutas solo existen en los sistemas formales, como la lógica y la matemática.
Las comillas están relacionadas con un problema insoluble, la “verdad”. La “realidad” se entrecomilla porque ni siquiera los científicos, amos y señores del mundo real, están muy seguros de la veracidad de los mundos y de las teorías que construyen. Irónicamente, es por esto mismo que han ganado nuestra confianza.
El orbe del artista es la “ficción”, pero también aquí son necesarias las comillas porque sus obras son reales, obviamente, y muchas de sus obras tienen un peso considerable en varios campos reales. Con frecuencia los sicólogos estudian el comportamiento humano a la luz de los personajes de la tragedia. “Kafkiano” es un adjetivo que nos ahorra mil palabras en las conversaciones sobre lógica o política. “Quijotesco” es un vocablo que usamos para referirnos a los amantes de las causas perdidas, al amigo de los débiles, a los locos más adorables. Más que una palabra, “quijotesco” es una cifra humanista. Cualquier sociólogo sabe que el alma Caribe está perfectamente capturada en los daguerrotipos de Cien años de soledad, y que el espíritu de Roma se entiende mejor leyendo Memorias de Adriano que La historia de la decadencia y caída del imperio romano, el monumental ensayo de Edward Gibbon.
No es necesario insistir mucho en el carácter variable y subjetivo de la moral. Basta mirar la polarización política del mundo actual para ver cuan antagónicas pueden ser las posiciones morales de los extremos del espectro político. Navokov recibió ovaciones durante 50 años por una novelita pedófila. Cuando Gabo quiso repetir la gracia en sus Memorias de mis putas tristes, recibió como respuesta el silencio helado de la crítica.
Para que los juicios morales tengan cierta validez en el tiempo y en la geografía, tienen que trascender los prejuicios y los preceptos religiosos y apoyarse en zapatas tan vigorosas como la ecología, los derechos humanos y la protección de las minorías y de las “poblaciones diversas”. En suma, deben trascender la moral y alcanzar la estatura de la ética. En el campo del derecho, un ciudadano se considera ético no solo cuando respeta la ley sino, sobre todo, cuando no aprovecha los vacíos legales de los códigos para sacar beneficios personales.
Lo anterior puede resumirse así: las verdades absolutas solo existen en los sistemas formales, como la lógica y la matemática. La ciencia contemporánea se define por su humildad: siempre está presta a ajustar sus “verdades” a los nuevos descubrimientos; a modelos que sean más consistentes con los datos observados. Sus “verdades” son provisionales por definición y falsables por principio. En los demás campos, la palabra “verdad” carece de sentido. En las artes narrativas (novela, cuento, teatro) la “verdad” se hace un lado y deja el campo a la verosimilitud. En las artes plásticas, donde la realidad se define por la cercanía de las obras a lo “figurativo”, la verdad cedió ante las audacias figurativas de los surrealistas y a la deconstrucción de la figura a manos del arte abstracto. Es por esto que en arte y en literatura no se habla de verdad sino de “estética”, que tiene, sobra decirlo, tantas comillas implícitas como la palabra moral.
En los terrenos de la metafísica, la “verdad” tampoco tiene sentido. Dios, la muerte, la felicidad y otras incertidumbres famosas seguirán siendo refractarias a cualquier tipo de evaluación absoluta. Dios seguirá siendo un problema (o una bendición) de la esfera privada del individuo, algo que él y solo él resuelve por la fe, la virtud teologal que nos permite creer en lo que no creemos; la muerte seguirá siendo ese abismo que le da sentido a la vida, y la felicidad seguirá siendo un lindo desarreglo nervioso ―por fortuna pasajero.
Aunque todas estas definiciones de las actividades humanas y sus relaciones con la verdad son conocidas, es bueno volver sobre ellas porque las olvidamos con frecuencia y confundimos sus dominios. A menudo censuramos la obra de un artista por alguna anécdota non sancta de su vida privada, justificamos los deslices del líder político de nuestros afectos por obra y gracia de sus virtudes, o peor, se adoptan políticas de salud pública con base en preceptos religiosos. Es lo que pasa todos los días en el Congreso cuando se ponen sobre el tapete asuntos como el aborto, la eutanasia o el matrimonio igualitario.
Que el sacerdote interfiera en un procedimiento médico es tan absurdo como si un médico quisiera modificar, con argumentos anatómicos, algún ritual de la eucaristía.
7 Comentarios
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Hay sistemas formales en los que lo que ahora es cierto puede ser falso luego (lógica dinámica) o en los que algo no es necesariamente cierto o falso (lógica difusa).
Tiene razón, Mauricio. Pensé en Goedel y en las metafíscas cuando esceribí ese párrafo, pero no quise recargarlo mucho.
Metafísicas no, metalógicas
Gracias don Julio Cesar por tan hermosos escrito, sobre todo, por la reflexión final, hace falta en este mundo de palabras perdidas….un texto bien escrito que nos permita sentirnos lectores….
Llegué tarde a este maravilloso escrito y por supuesto lo disfruté. Me quedó una inquietud gramatical, se dice “la verdad se hace un lado” o mejor, “la verdad se hace a un lado”. O la verdad se aparta, por las dudas. Gracias, por si “alguien” aparece por aquí y me ayuda a resolver la inquietud.