‘El conde’ de Pablo Larraín: la estética del asco
Después de su estreno mundial en el reciente Festival de Cine de Venecia (en donde ganó el premio a mejor guion), llegó a Netflix el último golpe de ingenio del director Pablo Larraín, una calculada sátira que, a cinco décadas del golpe militar que derrocó a Salvador Allende, nos presenta a Pinochet como un vampiro de 250 años que, en su paso por Chile, fue rodeado por un círculo de infamia. ‘El conde’ renueva la pregunta sobre la posibilidad –o la pertinencia– de usar la farsa para representar el mal.
Hay algo a la vez pueril y atosigante en la ansiedad que tienen las películas de Pablo Larraín por provocar repulsión moral y, al paso siguiente –en realidad al mismo tiempo–, consolarnos con bellas y sorprendentes imágenes. El cine de este director, en su manierismo y retorcimiento, parece en sí mismo una analogía de la sociedad chilena bajo la dictadura de Pinochet: un caos moral cubierto por una estampa de bienestar y esplendor.
Desde su primera película, Tony Manero (2008), Larraín ha abordado asiduamente el pasado reciente de su país a través de personajes repugnantes que hablan y actúan sin freno ético alguno, movidos por la codicia y la lujuria, bailando en el centro de su embriaguez de poder (por pequeño o grande que sea). Esta filmografía apabullante, a veces lúcida, otras ligera, y siempre excesiva, tenía que llegar por la fuerza de su propio peso a enfrentar al símbolo mayor de la monstruosidad con la que está embelesada: el capitán general Augusto Pinochet.
Entonces aparece El conde. La película evita mirar directamente a la cara de la horrible Gorgona. Utiliza un modo oblicuo de representación. El personaje central de este thriller farsesco es un vampiro de 250 años que en una de sus derivas termina llegando a Chile, país donde se convierte en un gris militar que lidera un golpe de estado en 1973 en el marco de una guerra imperialista contra la expansión del comunismo.
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A este hombre sin atributos, que pactó con todas las formas de lo satánico, lo rodean sus cinco hijos, apurados por heredar la fortuna acumulada del sátrapa, y su esposa Lucía Hiriart, presentada como una encarnación de la mismísima Lady Macbeth. El círculo íntimo del dictador se completa con su fiel mayordomo (Fyodor), un ruso dispuesto a vengarse de la revolución bolchevique matando “rojos” sudamericanos. Fyodor es interpretado por el actor Alfredo Castro, figura emblemática del cine de Larraín y quien mejor materializa su ambivalencia. Por último, entra en escena una joven monja que llega a cumplir el triple papel de contadora, objeto de deseo y exorcista encargada de sacarle el diablo a Pinochet.
La sola descripción anterior muestra la propensión de la película al exceso y el énfasis. Filmada en un virtuoso blanco y negro, en El conde escenarios y personajes parecen la encarnación de una película gótica. El mito del vampiro, que pertenece en efecto a la tradición del gótico, recorre la historia moderna y reciente de la cultura popular, adaptándose a geografías y circunstancias diversas. No es la primera vez que los descendientes de Drácula se asocian al capitalismo depredador. “El capital es trabajo muerto que, como un vampiro, vive sólo de chupar trabajo vivo, y cuanto más vive, más trabajo chupa”, escribió Marx en El Capital.
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Así, el propio Marx definió la interpretación política del vampiro a la que se pliega El conde. Larraín y su coguionista Guillermo Calderón, premiados en Venecia, establecen una genealogía del capitalismo contemporáneo que incluye un giro final, obvio y autocomplaciente como muchas cosas más en la película. Los crímenes de Pinochet, en los que son indistinguibles los flujos de sangre y los de dinero, la película los repasa con una brutalidad que, paradójicamente, los trivializa.
Cuando cada diálogo de la película quiere superar al anterior en truculencia, ya nada es truculento. Abundan el chascarrillo y la boutade. En el aire queda pendiente la pregunta de cómo encarar el mal desde la farsa, y no hay más remedio que añorar lo que lograron directores como Hans Jürgen Syberberg (Hitler, una película sobre Alemania), Christoph Schlingensief (100 años de Hitler) o el mismísimo Chaplin (El gran dictador). Estos directores ejemplares crearon operas bufas que no hacen concesiones y que, en su compromiso con el tema, nos arrojan a espirales de horror en medio de una risa siniestra. En estas películas, el barroquismo se impone como la única sensibilidad posible para hablar de un mal que nos excede.
El conde, por el contrario, es un juego de ingenio. El horror nunca se configura. Tampoco la risa. La película termina naufragando en su anhelo de incomodar. Nos entrega un asco estetizado y tolerable que no le hace justicia a un episodio intolerable de infamia, o a una infamia que viaja en el tiempo y que se resiste a ser castigada.
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10 Comentarios
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Ya Boric hasta entono’ el himno del Eje’rcto, este es el comienzo del entendimiento entre ideologias reu’nanse Chilenos, ambos tienen sus planteamientos, perdonense, investiguen posibles culpables y que haya justica.
No ma’s filmes enervantes.
Aqui tienen a su mediador si me necesitan.
Que haya paz consistente y duradera!!!
Tengo que coincidir con el autor de este comentario. Es el más lúcido que he leído. Cuando la vi quedé descolocada, sentí esa ambigüedad, esos contrastes que, finalmente, le restan solidez a una oblicua denuncia.
Ya Boric hasta entono’ el himno del Eje’rcto, este es el comienzo del entendimiento entre ideologias reu’nanse Chilenos, ambos tienen sus planteamientos, perdonense, investiguen posibles culpables y que haya justica.
No ma’s filmes enervantes.
Aqui tienen a su mediador si me necesitan.
Que haya paz consistente y duradera!!!
ESTE NO ES UN DUPLICADO.
O si campeón… dejemos de hacer películas del kukus klan y de la inquisición.. por favor.. a w e…
Mmm “dejemos de hacer peliculas”?
Director de cine tb?.
La pelicula es una SÁTIRA..
Sobre inquisición ,cine EL NOMBRE DE LA ROSA.
Es interesante que los Larrain, vuelven y vuelven en sus películas a buscar involucranrnos deliberadamente en su terapia (no resuelta por supuesto, dado que impacto del padre, no sera superado), por medio de la búsqueda en lo colectivo/común, de un subsidio psico-social-cultural ciudadano, como un intento obsesivo de perdonar lo imperdonable del padre!!
Excelente película. Pinochet tenía una capa como súper man y volaba. Grande mi General
Sátira..a momentos chispas pero nada medianamente interesante. Floja y desarticulada, no hay genio no es entretenida ni inteligente…se perdio la oportunidad de hacer algo bueno..muy delicado el monstruo pese a ser un vampiro, nada que represente a ese vomitivo monstruo de pinochet.
Larrain podrià hacer una película El Conde 2 con las andanzas del vampiro Shaffaer en el país Dignidad…..y su fiel y servil protector Layain padre……
Difícil de borrar de la mente a quiénes recibieron tantos y muchos de ellos perduran por mucho tiempo; díganle a Ponce Lerou, Carlos Cáceres, Roberto De Andraca, José Yuraszeck, los grupos de Hurtado Vicuña, Fernández León y el grupo Penta de Carlos Alberto Délano. Miles de partidarios de Pinochet recibieron facilidades para comprar acciones de empresas Chilenas del Estado rematadas a precio huevo, LAN CHILE, CTC, CAROSSI, MCKAY, empresas de servicios agua, luz, gas, turismo, ect. Por otro lado, las víctimas del régimen nunca van a olvidar el daño ejercido por el gobierno militar, por tanto y muchos abusos sobre la población.