El día que Dios y el diablo apostaron

No existe un Dios más terrible que Jehová, la potencia irascible que preside el Antiguo Testamento (el Dios del Nuevo Testamento es un tipazo). Baste recordar la muerte de Abel, la expulsión del Paraíso, las maldiciones sobre la mujer y todo el género humano, la bromita que le jugó a Abraham, la destrucción de Sodoma, las plagas que envió sobre Egipto.

Lo que le hizo a Abraham es imperdonable. Le ordenó que sacrificara a su hijo Isaac, pero se tomó su tiempo. No le dio la orden cuando Abraham era joven:  esperó que tuviera 99 años, y no le dijo “mátalo ya” sino que le dio largas al asunto, le dijo que fuera a la tierra de Moriah y subiera a lo alto de cierta montaña, a tres días de camino, y que sacrificara al niño en la cima. El anciano emprendió el ascenso con el niño, que llevaba a hombros la leña del sacrificio y a cada paso preguntaba dónde estaba el animal del sacrificio, y el anciano le contestaba, con la voz destrozada por la culpa y el dolor, que el Señor les proveería un animal cuando llegaran a la cima.

Haciendo gala de una crueldad muy refinada, el buen Señor pone a Abraham a cargar con el peso de esa atroz decisión durante varios días. 

Cuando llegaron a la cima, Abraham ató al muchacho, lo puso sobre la leña y tomó el cuchillo del sacrificio.

Las Escrituras lo cuenta con clásica impasibilidad: “En la cima del monte señalado en la tierra de Moriah, ató al niño, lo puso sobre la leña y tomó el cuchillo de los holocaustos”. Nada nos dicen del forcejeo del anciano con el niño, del horror del niño, del dolor del anciano.

En este instante Dios detiene la mano de Abraham. Suficiente, le dice. Detente. Ya sé que me amas. No llores más.

De milagro no le dio una palmada en la espalda y le dijo: Cálmate, hombre, era solo una broma.

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Cuando escriba mi versión del sacrificio de Isaac cambiaré algunos versículos: en el forcejeo, Isaac apuñala a Abraham, viejo cacreco, filicida inepto; Isaac vuelve al pueblo y cuenta los detalles de la bromita del Señor. Todos vomitan y maldicen a Jehová y se consagran a la adoración de Belcebú. Abraham agoniza durante siete años en la cima del monte de la tierra de Moriah, santo y putrefacto.

Pero lo de Job es peor porque allí vemos un Dios no solamente cruel sino también frívolo.

“Job llevaba una vida recta y sin tacha. Era un fiel servidor de Dios y tenía cuidado de no hacer mal a nadie. Tenía siete hijos y tres hijas y era el hombre más rico de Oriente. Era dueño de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y un gran número de esclavos”.

¿Por qué el Espíritu cuenta con tanta precisión los animales y no los esclavos? Nadie lo sabe, los designios de Dios son inescrutables, pero podemos suponer que los esclavos eran más insignificantes que los animales, aunque sabemos que Dios tampoco los tenía en gran estima. No hay una sola observación piadosa sobre los animales en Las Escrituras, como bien observa Fernando Vallejo, energúmeno y poseso y todo lo que usted quiera, pero también un ateo teológico, como Cioran).

El caso es que un día conversan Dios y el diablo (“el ángel acusador” lo llama aquí el Espíritu) y Dios se burla y le enrostra que muchos le temen pero nadie lo ama.

—Mira cómo me ama Job, que vive una vida recta y sin tacha y no le hace mal a nadie, y me sirve fielmente.

El diablo hace una mueca escéptica.

—No te ama de balde. Es riquísimo, el hombre más rico del país, y tú lo proteges a él y a su familia. Pero tócalo, o déjame tocarlo, quitémosle todo lo que tiene y verás como te maldice en tu propia cara.

—Está bien, haz lo que quieras con las cosas suyas pero no le hagas ningún daño a él.

Una tarde que Job asistía a un banquete en la casa de un hermano suyo, llegaron cuatro mensajeros.

El primero le dijo que sus esclavos estaban arando con los bueyes sus vastísimos cultivos, cuando llegaron los sabeos y se robaron el ganado y pasaron a cuchillo a los esclavos.

El segundo le dijo que un rayo le había matado las ovejas y los pastores.

El tercero le dijo que los caldeos se habían robado los camellos y asesinado a los camelleros.

El cuarto le dijo que sus diez hijos estaban en un banquete y de pronto un viento sacudió la casa por los cuatro costados y la derrumbó y todos ellos murieron.

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Job gritó y rasgó sus vestiduras y lloró largamente. Luego se rapó la cabeza, la cubrió con ceniza, cayó de rodillas y exclamó:

—Desnudo vine a este mundo y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo y el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor.

Días después, Dios visitó al diablo para cobrarle su victoria.

—¿Te has fijado en mi siervo Job? Aunque lo arruinaste sin motivo, su fe sigue firme.

El diablo insistió.

—Mientras no lo tocan a uno en su propio pellejo, todo está bien. Pero déjame tocarlo en su propia persona y lo oirás maldecir y blasfemar mil años. 

—Está bien, haz con él lo que quieras pero respeta su vida.

Al día siguiente el cuerpo de Job amaneció cubierto de pies a cabeza con una sarna asquerosa.

Aquí las versiones divergen.

dios
Job, dicen La Escrituras, estuvo en el centro de la discusión entre Dios y el diablo. A través de él, Dios le demostró cómo lo aman.

Unas dicen que Job fue a sentarse en un montón de basura, tomó un tejo para rascarse y no volvió a pronunciar palabra en su vida.

Otras cuentan este desenlace (sigo la versión de Nácar y Colunga): después de su desgracia, Job lanza una larga diatriba contra Dios. Le enrostra no solo la injusticia que ha cometido con él sino también el sinsentido de la naturaleza humana y del orden divino, las enfermedades, la vejez, el hambre de los pobres, el dolor de los niños, la angustia de las madres, la vida muelle y feliz de los malvados. Son cientos de versículos de reproches incontestables que brotan de la indignación de un hombre que conserva su fe pero no puede ocultar su malestar por la injustica divina.

Dios se demora en aparecer (no es fácil comparecer ante un justo de la calidad de Job).

Al final Dios entra en escena con una parafernalia espectacular (“los truenos son su voz y las nubes el polvo de sus pies”) y apabulla al pobre Job con un discurso lleno de furia y soberbia. Le recuerda que Él es el artífice del sol, la luna y las estrellas, el manantial del agua, el fuelle del aire, el escultor de las rocas y el demiurgo del fuego, el hacedor de las flores y los pájaros, del hombre y la mujer y hasta de monstruos tan temibles como Leviatán y Behemot, “cuyos huesos son como tubos de bronce, como barras de hierro, es mi obra maestra. Solo, yo, su creador, puedo derrotarlo”. Es un discurso delirante, insensible, donde queda de nuevo en evidencia que la sustancia última de Dios es la soberbia, como lo demuestran los tres primeros mandamientos del decálogo y frases como “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, es decir, “Soy el que soy”. Ni una sola palabra de compasión por el dolor de Job brota de la temible boca. Ni una palabra humilde para pedir perdón por la infamia de arruinar la vida de su siervo más justo para ganarle al diablo una discusión trivial. Era el momento de demostrar que de verdad era omnipotente, capaz de todo, incluso de equivocarse, y que era tan hombre y tan alto como para postrarse y pedir perdón. Tal vez Jesús lo hubiera hecho. Jehová nunca tuvo tanta grandeza.

Al final, Job masculla entre dientes una disculpa ambigua: “Hasta ahora solo te conocía de oídas. Pero ahora te veo con mis propios ojos, por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza”.

El final es hollywoodesco. Dios le duplica a Job sus antiguos bienes. “Llegó a tener catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo 14 hijos, entre estos tres hijas muy bonitas. Murió a los 144 años y pudo jugar con sus hijos, nietos, biznietos y tataranietos”.

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Existe otra versión (está en los evangelios apócrifos de los esenios). Luego de las infaustas noticias de los cuatro mensajeros, Job se sumió en una profunda reflexión. Miró sus manos (era quiromántico) y descubrió con sorpresa que allí no estaban escritas sus desgracias. Miró las estrellas (era también astrólogo) y tampoco vio allí presagio alguno. Entonces comprendió que todo lo que le había sucedido era la voluntad de Dios, porque solo Él puede torcer el Destino, y dejó de blasfemar y volvió al seno del Señor.

Dios ganó la apuesta, pero el diablo ganó la guerra. Basta leer los periódicos y ver el culto que se le rinde al oro “el estiércol del demonio”, el único mito que se resiste a morir, el brillo lascivo que atraviesa intacto los siglos.

Como si fuera poco, el diablo indujo a Dios al pecado y lo avergonzó de tal manera que lleva dos milenios sin dar la cara. Quizá los mejores crepúsculos son solo el reflejo del rubor de Dios.

10 Comentarios

    1. Pedro Luis Barco Díaz

      Tremendo artículo de Julio César Londoño (no de Juan Luis Londoño, apreciado Wilson) que para mí es un exquisito postre de literatura sobre la literatura bíblica que siempre se debe releer.

  1. Juan Carlos Toro

    Son mis dos pasajes favoritos cuando se trata de confrontar fanáticos de “la palabra” que recién inscritos a un culto pretenden dar cátedra teológica. Me gusta verles la cara ante la pregunta: si solo existían Adán, Eva y Caín, quienes recibieron a este último cuando huyó a esconderse? De dónde salieron?

  2. Cuanta ignorancia, lo que es no conocer al Espíritu Santo y conocer la verdad. Nunca morará en ustedes si no aceptan a Jesucristo primero en su corazón, la Biblia no es para todos no porque Dios no lo quiera sino porque al no aceptar el llamado no pueden recibir la verdad, Cuya verdad es Jesucristo el Dios verdadero, logicamente que si no estan caminando en el Espíritu podran entender. Siguen en el mundo, amando las cosas del mundo, en el terreno fisico cuando tenemos un Dios que es Espíritu. Deben de nacer desde el agua y desde el Espíritu es necesario para poder comprender todos los misterios celestiales, que no estan ocultos para los nacidos de nuevos, Los que nacen de Dios en el segundo nacimiento, hechos en una nueva criatura, lectura bíblica y oración y ante todo arrepentimiento y podrán algun día conocer la verdad, Bendiciones!

    1. El autor hace parecer que las escrituras y sus historias como una gran payasada, los católicos o cristianos dirían que es blasfemia, bueno y si fuera cierto, para los que le creen al autor al final de todo no pasaría nada, pero y si el autor no tiene razón y si se equivoca y si la mente del autor y su razocinio es limitado ante todo lo poderoso y ser supremo que es èl, valdría la pena al final de todo haberse reído de él.

    2. Cuánta ignorancia venerar un ser imaginario que en sus escritos ridículos sólo encontramos maldad lo bueno que es imaginario, un libro creado por la mente humano para mentes débiles muy ingenuas, escrito mitológico sangriento y todo se reduce a 6 letras que es el objetivo principal de los líderes religiosos pedófilos abusan de la ignorancia de sus fieles y lo peor que también abusan de sus hijos y éstos en su ignorancia permiten todo éso porque los hacen creer que los violan en nombre de “dios” jsjaja y los muy tontos dan el 10% o más de sus ingresos convencidos que ése dinero se lo envían a diosito mediante el “Banco Celestial” jaja y diosito se lo regresará multiplicado jajajaja así de ingenuos y tienen el atrevimiento de llamar “ignorante” al que no cree ésas ridiculeces

  3. Yo me quité la venda de los ojos y regresé al estado natural del ser humano (ateo) en mi adolescencia, pero a los 14 años cuando aun me quedaba un 2% de creyente y asistía (solo por ver todas la noches a mi crush) a una pseudo iglesia eva-angélica, que no era más que un cobertizo con piso de tierra en un lote alquilado, y veía como los pobres borregos eran trasquilados (daban alegremente su diezmo), pensaba que cuando trabajara y me cazara con esa chica y me tocara hacer lo mismo, giraría todos los meses un cheque a nombre de Dios. Allá el si no lo cambiaba, pero no iba a darle 1 céntimo al trasquilador, digo, al “pastor.”
    Pero como el “pastor” se la pasaba diciendo q dios era el dueño del oro y la plata, pensé que para que darle lo q es de él, si lo puede tomar cuando quiera, así que no le daría ni hostia.
    Además, con lo arrogante, cab..ón, cruel, despiadado, tirano y sádico que es, no merecía q le diera nada de lo que yo ganara agachando el lomo.
    Total, mi crush quedó “caminando por la otra acera” y yo seguí leyendo el libro compendio de cuentos de hadas, tradiciones y supersticiones robadas a otros pueblos solo para reírme de sus incongruencias y mentiras.
    A mis 57 años sigo siendo ateo gracias a Dios. Y cuando muera no me interesa ir al cielo, ese aburrido lugar lleno de ángeles tocando arpa sobre nubes, santones y viejas con moño rezando.
    Prefiero ir al Infierno, donde hay abogados, políticos, estrellas de Rock y orgías con lindas prostitutas, todo por tan solo una blasfemia.

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