El diente de Patrice Lumumba ha vuelto a casa: una historia con muchas infamias

Este lunes 20 de junio, cuando en Colombia nos despertábamos con la certidumbre de que empezamos a pagar la enorme deuda social con los nadies, el rey Felipe de Bélgica autorizó la entrega a sus familiares de lo único que quedó del cuerpo de Patrice Lumumba: un diente“.

La llegada a la Vicepresidencia de la abogada y activista Francia Márquez, descendiente directa de aquellos africanos, muchos de ellos congoleses, que fueron esclavizados para extraer oro en la cuenca del alto Cauca en el siglo XVII trajo a mi memoria estos hechos ignominiosos que apesadumbran a la raza humana. 

Por eso, esta es una crónica sobre el horror del racismo vivido en el Congo durante el colonialismo europeo, particularmente en el período del rey belga Leopoldo II (hermano de la emperatriz Carlota de México), sobre el papel de los escritores victorianos por desenmascarar las atrocidades cometidas por “las buenas” familias reales; sobre las estatuas de Leopoldo II y otros bandidos racistas como Sebastián de Belalcázar, derribadas o pintarrajeadas durante las manifestaciones antirracistas a partir del 2020. Y sobre el diente del primer ministro Patrice Lumumba entregado a sus hijos por el rey de Bélgica el pasado lunes 20 de junio, un día después de las elecciones colombianas y sesenta años después de su asesinato.

Historias todas entrelazadas por el infame supremacismo blanco, que se niega a desaparecer, pero que hay que seguir enfrentando con rigor, hasta que los pueblos ancestrales puedan vivir sabroso en todo el orbe.

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Aunque el colonialismo europeo es una historia de muchos siglos con diferentes leviatanes, se puede aseverar que no ha existido en el mundo peor “carraspanda” que Leopoldo Luis Felipe María Víctor de Sajonia-Coburgo-Gotha, mejor conocido como Leopoldo II (a su lado, Hitler es un pichón de “gurrupleta”), quien fue rey de Bélgica durante 44 años y el único propietario privado que ha existido de un país: el Congo Belga.

País que le regalaron las potencias coloniales sin que este monarca tuviera que disparar una sola bala o sin que tuviera que ir a conocer dicho territorio, dos veces más grande que Colombia. Las potencias se repartieron África en la Conferencia de Berlín de 1884, como si fuera un ponqué de cumpleaños. Querían explotar para su beneficio el caucho, los diamantes, el marfil y la mano de obra esclava, aplicando la fuerza, el horror, la cruz y el agua bendita.

Dicen sus escribanos y correveidiles que Leopoldo II era una persona de finos modales que era reconocido en los escenarios internacionales como un hombre negocios preocupado por temas humanitarios: un filántropo de siete suelas. 

Pero en realidad tenía una personalidad monstruosa poseída por la codicia, “un aterrador ejemplo de decadencia moral”, que lo llevó a exterminar más de 10 millones de aborígenes en la cuenca del río Congo, convirtiéndose en pilar fundamental en la construcción del supremacismo blanco: “explotación sin límites, asesinatos sin límites; humillaciones sin límites; en definitiva, barbarie sin límite”.  Una biógrafa afirma que el piadoso monarca no pudo dormir la noche en la que se enteró de que “los soldados regresaban de una expedición para sofocar una revuelta traían consigo cestas repletas de manos cortadas”.

Porque, en el Congo de Leopoldo II, los aborígenes que no cumplían sus cuotas de extracción de diamantes, caucho o marfil, eran sometidos a castigos como la muerte o mutilaciones de manos o pies. Sin embargo, los racistas siguen insistiendo que no fue un genocidio sino “una política de explotación desenfrenada y una búsqueda patológica de beneficios”. Que viene siendo el mismo virus pero de diferente cepa.

Dos escritores fundamentales en la historia de la literatura universal se encargaron de denunciar los horrores: Sir Arthur Conan Doyle relató los sucesos en su libro ‘Muerte en el Congo’, y Joseph Conrad en la poderosa novela clásica del colonialismo ‘El corazón de las tinieblas’ (1902), que estremeció al mundo con el relato del viejo marinero Marlow. Asimismo, Anatole France y Mark Twain hicieron lo propio en varios de sus escritos.

Por estos lados, veinte años después, José Eustaquio Rivera, escribió su novela ‘La Vorágine’ sobre el horror que la explotación del caucho representó para los indígenas amazónicos, y Mario Vargas Llosa escribió hace pocos años ‘El sueño del Celta’, donde recrea la vida de Roger Casement, el irlandés que hizo el primer estudio sobre el trato brutal que recibía la población nativa a manos de los esbirros de Leopoldo II, y quien murió ahorcado -acusado de traición a la patria- en Londres en 1916.

Presionado por la comunidad internacional, finalmente Leopoldo II tuvo que ceder sus derechos al país belga, mismo “que aunque prohibió los asesinatos aleatorios, permitió que siguieran las flagelaciones y mantuvo las cuotas”.

Medio siglo después, a punta de manifestaciones, se dio la independencia del país. El más reconocido héroe contra el colonialismo belga, Patrice Lumumba, Primer Ministro de la República Democrática del Congo “una referencia ineludible para la juventud y futuras generaciones del mundo”, fue separado de su cargo, detenido, torturado y finalmente asesinado en la selva por el servicio secreto belga con el apoyo de la CIA. Solo tenía 36 años y era la esperanza del mundo libertario.

Patrice Lumumba, primer ministro de la República Democrática del Congo
Patrice Lumumba, primer ministro de la República Democrática del Congo

Al otro día, el cuerpo del fundador del Movimiento Nacional Congolés fue desmembrado y disuelto en ácido hasta desaparecer sus restos. Sin embargo, uno de los policías de nacionalidad belga encargados de desaparecer el cadáver robó dos dientes del líder nacionalista y los conservó como “trofeos de caza”.

En la primavera de 2020, como consecuencia del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, florecieron en todo el mundo manifestaciones por la justicia racial que se expresaron en derribamientos y pintarrajeadas de estatuas de recalcitrantes racistas como Leopoldo II.

Una estatua fue derribada en Amberes y un busto fue cubierto de pintura roja en Tervuren, cerca de Bruselas. Paradójicamente, en Khinshasa, continúan dominando el río Congo las estatuas de siete metros de Leopoldo II, la de su hijo Alberto, que fundó a Leopoldville (actual Khinshasa) y la de Henry Stanley, el explorador del Congo que fue financiado por el monarca asesino y que solía “disparar contra los negros como si fueran monos”, que exprimía a los cargadores hasta la muerte y para quien el fusil y el látigo eran “tan o más imprescindibles que la brújula”.

Por último, este lunes 20 de junio, cuando en Colombia nos despertábamos con la certidumbre de que empezamos a pagar la enorme deuda social con los nadies, el rey Felipe de Bélgica autorizó la entrega a sus familiares de lo único que quedó del cuerpo de Patrice Lumumba: un diente. El otro como que se perdió.

Aunque la entrega del despojo es minúscula y, si se quiere, siniestra, el pueblo congolés no piensa mirar hacia atrás. La abolición del virus del racismo exige que todos los pueblos del mundo terminemos, como terrícolas, mirando un futuro común. Lo mismo le sucede a Colombia: por muy duro que haya sido nuestro pasado político, no hay razón para que no podamos unirnos sin venganzas. Colombia es una sola. Juliana Lumumba, su hija, con lágrimas en sus ojos al recibir los restos, dijo: “Solo podemos desear que donde quiera que estés, puedas estar orgulloso de tus hijos, de tus nietos y tus bisnietos. Padre, bienvenido a tu país. Gracias”.

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5 Comentarios

  1. Pascual Guerrero

    Que.importante artículo y reflexión nos hace el ilustrado Pedro Luis Barco… quien nos acerca a esa realidad poco entendida sobre la esclavizacion de una raza que aún hoy día se ve reprimida y desdibujada su importancia en nuestro territorio y en nuestra cultura

  2. Ernesto Díaz Ruiz

    Varias cosas me quedan claras con este relato, con toques de humor irónico: la primera es que la vergüenza más grande y recurrente para la humanidad, ha sido la exclusión a que se ha sometido, por los siglos de los siglos, a los “nadies”. La segunda es que los nadies son eso, hasta que dejan de serlo y dejan de serlo cuando tumban ese concepto. Yo también fui un nadie una buena parte de mi vida.

    El gran escritor y pensador latinoamericano Eduardo Galeano (1940-2015) describió a “Los Nadies” en un poema que evidencia el carácter humano y calibre de intelectual de este uruguayo, cuyo legado y obra permanecerá a través del tiempo.

    Gracias Pedroluis por este escrito, que nos pone a pensar en el futuro, donde los nadies tendrán un lugar.

    Dejo aquí el poema, por si lo quieren “degustar”:
    ¡Abrazos!

    Los Nadies

    Sueñan las pulgas con comprarse un perro
    y sueñan los nadies con salir de pobres,
    que algún mágico día
    llueva de pronto la buena suerte,
    que llueva a cántaros la buena suerte;
    pero la buena suerte no llueve ayer,
    ni hoy, ni mañana, ni nunca,
    ni en llovizna cae del cielo la buena suerte.

    Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
    Los nadies: los ningunos, los ninguneros,
    corriendo la liebre, muriendo la vida,
    jodidos los nadies, jodidos:
    Que no son, aunque sean.
    Que no hablan idiomas, sino dialectos.
    Que no practican religiones, sino supersticiones.
    Que no hacen arte, sino artesanía.
    Que no aplican cultura, sino folklore.
    Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

    Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
    Que no tienen cara, sino brazos.
    Que no tienen nombre, sino número.
    Que no figuran en la historia universal,
    sino en la crónica roja de la prensa local.

    Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
    Los nadies: los nada,
    los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

    Los nadies: los hijos de nadie…
    Los nadies: los dueños de nada,
    jodidos, jodidos, jodidos, jodidos…

  3. Pedro Luis Barco Diaz

    Presento disculpas por el error en el nombre del glorioso escritor de La Vorágine. Es José Eustasio Rivera. Gracias Pascual y Ernesto, gracias

  4. Jorge Eliécer Ibarra

    Buen artículo Pedro Luísy sirve mucho para recordarnos que aún no hemos superado y que aún se conservan esas prácticas racistas en mayor o menor intensidad en muchos países

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