‘El fin del Océano Pacífico’… ¿y de Tomás González?

Ha sucedido lo impensable: Tomás González publicó una novela mala, algo que nadie esperaba de un escritor dueño de un pulso soberbio, una figura central del posboom latinoamericano, para decir ya palabras fatales.

‘El fin del Océano Pacífico‘ es una saga que tiene un aire a ‘Cien años de soledad’. Es la historia de una familia numerosa y variopinta. Hay negociantes, inventores, hombres de libros, trotamundos y solo un personaje fuerte, una mamá grande y gorda que copa buena parte de la escena. Claro, la novela de González no tiene una gota de realismo fantástico.

Él sabe muy bien que Gabo, Carpentier y Asturias agotaron esa veta, como ya antes Jorge Icaza, Mariano Azuela y Juan Rulfo habían agotado la novela indigenista (hay que aclarar que la etiqueta ‘indigenista’ o la ‘rural’ no define la obra de Rulfo, el poeta de la muerte, el mexicano que sondeó como nadie ese abismo en ‘Pedro Páramo’, una novela cuyos protagonistas son los muertos, fantasmas que hablan con gemidos apenas audibles, con jirones de voces humanas, y cuyo autor murió para la literatura cuando puso el punto final de la obra y cayó para siempre).

En El fin del Océano Pacífico, la obra de Tomás González sufre un punto de inflexión (un “esguince” sería más preciso). Su terso estilo gira hacia un lenguaje seco, quizá para ponerse a tono con la austeridad de la novela contemporánea, como las de Carver o Vargas Llosa.

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Otra novedad es el humor, una faceta que no le conocíamos. Aparece un González humorista… un pésimo humorista, para decirlo con todas sus letras. “Vos creés entonces, Ignacio, dijo José Daniel, que andante con moto vendría a ser ¿qué? ¿Un policía de tránsito en motocicleta?”.

Hay demasiados personajes y todos son planos, están apenas boceteados. Hay amagos eróticos, pero siempre resultan lánguidos, aérobicos, casi conyugales. También hay muchas peripecias, sí, pero todas son intrascendentes y su nivel de tensión es bajísimo. Flácido. Y lo peor: la novela carece de norte. Da tumbos por todos los puntos cardinales. Salvo que el novelista esté escribiendo Ulises, o un diario, su relato debe correr a alguna parte, y el lector tiene el derecho de saber dónde diablos queda esa bendita parte.

Tomás González
Tomás González.

El libro se me cayó de las manos poco después del incidente con la moto del policía, que acaece en la página 91. Había llegado hasta allá con mucho esfuerzo. Hoja por hoja y diente por diente.

No importa, Tomás: nos has regalado tantos relatos perfectos que ya tenés derecho a todo, incluso a escribir una mala novela.

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Post scriptum. Ya sobre el cierre de esta nota me entero de que Tomás González lanzará un nuevo libro. Asombro tendrá relatos y reflexiones sobre su vida y sobre el oficio de escribir. Tendrá un capítulo dedicado a Dora, su esposa, que padeció una larga y penosa esclerosis múltiple hasta su muerte, sucedida el 2 de septiembre de 2014.

Por el fragmento que publicaron los diarios, sabemos que es un relato testimonial que puede llegar a la altura de las mejores piezas del género, como ‘Lo que no tiene nombre‘ de Piedad Bonnett o ‘La Parábola del salmón‘ de Alfonso Sánchez Baute, libros que tienen una carga dramática y literaria extraordinaria; que logran contar los sucesos más graves sin un solo desliz melodramático, sin concesiones al patetismo, con una frialdad y un coraje francamente homéricos, y a la vez (¡cómo diablos lo harán!) con una prosa llena de humanidad.

Tengo la esperanza, casi la certeza, de que González se recuperará del naufragio de ‘El fin del Océano Pacífico’ y volverá por sus fueros en ‘Asombro‘. La certeza de que volveremos a encontrar en sus páginas la sensibilidad de un autor que conoce las honduras del alma y el frío de las calles y el frío de la indigencia; que nos ha contado cómo es acompañar a un hijo a la dura liberación de la eutanasia; que sabe de pintura, de jardines y del arte de la narración, la que tiene sustancia, textura y tensión, como la de Sandor Marai, digamos. O la de Rulfo. O la de González.

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10 Comentarios

  1. El título de la columna: qué falta de espíritu y de nobleza.
    Y solo por el afán del columnista de parecer ingenioso y de lucirse.
    Da tristeza.

  2. Juan Andrés Cepeda

    Sensacionalista y algo irrespetuoso titular para una buena crítica. Coincido y me alegra que no sea el único que haya pensado que “El fin del Océano Pacífico” es una novela floja. Le faltó “goce págano” y algo más a una historia insulsa con personajes poco llamativos y con dejos de esnobismo en más de un apartado. No obstante los buenos jugadores siempre serán buenos así tengan una mala tarde mientras se encuentren en activo.

  3. Tomás González tiene otras novelas entre malas y muy malas. Abraham entre bandidos es de los peores bodrios que se hayan escrito en Colombia, solo por dar un ejemplo. No vale la pena perderle tiempo a este autor.

  4. Veo esta crítica anquilosada en conceptos que ya no definen la literatura, como si hay o no trama, o la elaboración de los personajes. Redondos hay varios de ellos. Para mí ha sido una proeza este discurrir de pensamiento, la digresión, la intertextualidad, la hibridación con la que juega el autor, evolución del texto, exploración, eso es crear.

  5. Concuerdo con la reseña. Es una novela mala, aburrida, que no va a ningún lado. Los personajes, fuera del narrador, son meros fantasmas, arquetipos. Hay diálogos de algunos de ellos, como los de la cocinera chocoana, que parecen una retahíla, un sermón, casi una caricatura. Eso por no hablar de las escenas secundarias, como cuando lo llevan a un barco militar y piensa que lo van a matar y pasar por un falso positivo. Son escenas intrascendentes, que nada aportan al desarrollo de la obra. Lo mismo pasa cuando va donde el amigo antioqueño que tiene una playa, otro cuento intrascendente, sin tensión, que no se hila de ninguna manera con la historia.

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