¿El fin justifica a los medios?

Soy atento lector de una historiadora colombiana que estudia a profundidad varios aspectos del periodo conocido como La República Liberal (1930-1946). La historiadora comparte en las redes sociales algunos de sus hallazgos y crea inquietudes e interrogantes entre la gente que la lee.

A mí, por ejemplo, en medio de un desacuerdo con ella, me surgió una pregunta: ¿en qué se parece la conducta que asumió la prensa durante ese periodo y la que hoy tienen los medios de comunicación?

Lo primero que hay que decir es que, aunque desde 1886 Colombia fue gobernada siguiendo los mandatos de la muy conservadora Constitución Nacional de ese año, solo a partir de 1898 el Partido Conservador asumió el poder y lo ejerció hasta 1930. Ese periodo, contado a partir de 1886 o desde el 98, se llama Hegemonía Conservadora.

Dicho periodo terminó cuando el liberal Enrique Olaya Herrera ganó las elecciones y se convirtió en el 18º presidente de Colombia. Ahí empieza la República Liberal, que duró hasta que el conservatismo, con su candidato Mariano Ospina Pérez, que ganó las elecciones y se posesionó como el 23º presidente.

Olaya Herrera, liberal, como ya se dijo, no llegó al poder en representación de su partido, sino de una coalición denominada Concentración Nacional. De hecho, en su primer equipo de gobierno, los conservadores tuvieron cuatro importantes ministerios: el de gobierno, que era el cargo que seguía en importancia al del presidente; el de guerra, que equivale al actual Ministerio de Defensa; el de Hacienda y el de Educación.

Más aun, el presidente Olaya dio dos orientaciones a los gobernadores que él acababa de nombrar: primera, que sus respectivos secretarios de Gobierno militaran en el partido contrario y, segundo, que los alcaldes que nombraría el gobernador fueran del “partido mayoritario”.

Después de la derrota electoral, el conservatismo quedó convertido en un partido carente de liderazgos nacionales fuertes, y con una profunda división interna que se acrecentó por la participación de algunos de sus dirigentes en el gobierno de Olaya.

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La reorganización del partido perdedor no la podían hacer los dirigentes que habían sido vencidos en las elecciones de 1930. Ese papel lo asumieron los periódicos conservadores de cada municipio o departamento. Veámoslo.

Durante el periodo anterior, el de la Hegemonía Conservadora, se habían desarrollado y consolidado medios de comunicación y periodistas afectos al partido de gobierno. El impacto de las opiniones y noticias que presentaban se sentía sobre todo a nivel regional.

De acuerdo al estudio que hicieron Álvaro Acevedo y Juliana Villabona, a principios de los años 30 del siglo anterior, en Barranquilla no había diarios liberales, y en ciudades como Cartagena, Manizales y Medellín, los periódicos con mayor circulación eran de orientación conservadora.

En Bogotá, en cambio, El Tiempo y El Espectador, ambos definidamente liberales, mandaban la parada, como decían en esa época. El diario El Siglo fue fundado en 1936 por los conservadores más radicales, Laureano Gómez y José de la Vega, en tanto que La República fue creado por Mariano Ospina Pérez, en 1954.

Esos medios conservadores regionales y, después, Laureano, a través de El Siglo, asumieron dos tareas complementarias: convocar a la participación o a la abstención organizadas de sus copartidarios, según la conveniencia política, y exacerbar, en sus conmilitones, el sentimiento de estar siendo víctimas del gobierno liberal y que, por tanto, podían sentir y ejercer el deseo de venganza.

El llamado de la prensa conservadora era clarísimo: convocaban a participar masivamente en la competencia electoral, para derrotar al liberalismo y recuperar el poder; o se invitaba a no participar en las elecciones, para que estas parecieran ilegítimas e ilegítimo fuera el triunfo liberal; o se incitaba –subrepticia o abiertamente– a la violencia, para evitar que se ejerza la violencia de “ellos (los liberales) contra nosotros“, los conservadores.

Acevedo y Villabona muestran el caso del periódico conservador de Bucaramanga El Deber. Este medio de comunicación “llamaba a elegir a los candidatos capaces de asumir una actitud defensiva y ofensiva, según los grados que el termómetro político fuera indicando. (…) ‘El Deber’ apoyó la renovación del partido, que, sin destruir sus principios ni desprestigiar los cuarenta y cinco años de gobierno, adoptaba a su programa nuevas inquietudes y nuevas aspiraciones”.

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Pero el mismo medio, tal como lo documentan los autores ya mencionados, incitó a la violencia. El 23 de enero de 1934, publicó una información bajo el título de Las Matanzas en Santander. En ella sostuvo que “Cada muerto se paga con un muerto y, cada atentado, con el sufrimiento de una venganza. (…) (los conservadores) prefieren echarse al campo a morir en una zanja, pero dejando tendidos en el campo unos cuantos entre los autores de su afrenta y de su desgracia”.

Otro tanto ocurrió en Boyacá, en Caldas y el Tolima: mientras los gobiernos liberales no se atrevían a implementar las reformas que habían propuesto en las respectivas campañas electorales, en esos departamentos la prensa conservadora reconstruía el partido, formulaba estrategias de recuperación del poder o de deslegitimar al gobierno, y llamaba a usar la violencia.

Después de 1936, ya con Laureano Gómez al mando y con El Siglo en pleno funcionamiento, se empezó a aplicar esa misma combinación de estrategias, pero a nivel nacional. “Lo que Gómez, vociferante, decía en el Parlamento, era amplificado con aspereza aún mayor en ‘El Siglo’, periódico de su propiedad, y transmitido como un dogma en las plazas públicas”, dijo el El Tiempo el 7 de marzo de 1999.

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Con todos estos datos de lo que pasó en la década del 30, tengo una respuesta para la pregunta que me surgió en el diálogo con la especialista en el periodo llamado República Liberal.

Sí. Efectivamente, la situación actual de algunos medios y periodistas se parece a la situación de una parte de la prensa conservadora en 1930. Quizá porque unos y otra crecieron, se desarrollaron y se consolidaron durante sucesivos gobiernos del mismo sesgo ideológico y político.

Además, mucho de lo que están haciendo hoy los medios y periodistas afectos a los partidos que perdieron el poder en las más recientes elecciones se parece a lo que hizo la prensa conservadora cuando perdió el poder en 1930.

Hay muchos más, pero me limitaré a poner tres casos en los que la similitud es evidente.

Se sobredimensionan las equivocaciones que cometen altos funcionarios del gobierno, para demostrar la supuesta maldad del presidente y la ignorancia o mala fe de la persona o equipo que se equivocó. El ejemplo más relevante es el ataque a las ministras Corcho (Salud), Ramírez (Trabajo) y Vélez (Minas). Contra ellas, las ofensas no han tenido límites. No faltó quien intentara atacar a la señora Vélez por ser hija de su papá, con quien el opositor tuvo diferencias y disputas hace años, por motivos que nada tienen que ver con el ejercicio ministerial.

Se difunden falsedades acerca de las medidas que el Gobierno ha tomado. Por ejemplo —aunque aún no se han aprobado el Plan Nacional de Desarrollo, ni los textos de las reformas prometidas—, ese sector de la prensa y la opinión afecto al régimen anterior dedica ríos de tinta y horas de micrófono a mostrar las consecuencias de ese plan y de esas reformas, aún inexistentes.

El último ejemplo está en las cadenas de WhatsApp en las que se insulta al presidente y se insta a derrocarlo. En algunas de ellas participan, activamente, congresistas, no solo del partido Centro Democrático, sino dirigentes políticos y periodistas.

Me quedan dos preguntas nuevas.

¿La defensa de los intereses de los dueños de los medios, el odio y el resentimiento al presidente o a personas del Gobierno actual, o cualquier otra razón, es suficiente para repetir la historia y condenarnos a otros 100 años de guerra?

Derrocar este Gobierno, que aún no ha empezado a gobernar, según su propio plan de desarrollo; lograr que renuncien altos dignatarios porque se han equivocado sin afectar gravemente los intereses del país; inventar noticias sobre el presidente y su equipo de trabajo y divulgarlas, ¿son estos los fines que justifican la existencia de los medios en los cuales trabajamos?

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