El final feliz
Lo que me parece hermoso, por encima de todo, es el camino por el que tantos hombres y mujeres del pasado se han entregado de nuevo y han borrado la separación entre ellos y todo lo demás.
Esa separación quizá no surge al nacer, pero sí muy pronto, al ir creciendo, al ir recibiendo el lenguaje y todo el montón de dones que recibimos de los demás, un nombre, permanentemente estamos recibiendo palabras, enseñanzas, amor, fuerzas que percibimos como amenazas, permanentemente estamos recibiendo, y todo lo que tenemos y hemos hecho nuestro es en verdad un regalo.
Por alguna razón, ese flujo generoso de regalos nos va encerrando en un lugar desde el que contemplamos, solitarios, el mundo: nuestro tesoro. Ahí empieza un río de sufrimiento que puede ser evitado. Al menos en nuestras vidas tan afortunadas.
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Otras vidas en cambio han sido en verdad dañadas. Ese es un enigma muy grande: el sufrimiento real que muy pocas veces percibimos de manera directa, porque estamos casi siempre protegidos, para bien, por el amor, por la buena fortuna, la buena salud, pero también porque estamos embotados y distraídos por nuestro propio sufrimiento, ilusorio y pequeño. Buena parte del sufrimiento real y todo nuestro pequeño sufrimiento, real también a su manera, ha sido causado por el miedo.
Por eso Thomas Hobbes pudo tener razón en darle al miedo un lugar central en nuestra vida en común, es decir en nuestra vida. Pero se equivocó completamente, y es un error que me parece trágico, al creer que el miedo es nuestra naturaleza fundamental. En realidad, el miedo se deriva de algo, de un estado vivo, altamente consciente y luminoso, en el que no hay miedo. El miedo surge cuando nos separamos de ese estado al que podemos sin embargo volver.
Pero sentir que estamos separados ha sido también un don. Hemos recibido el placer y formas muy intensas de gozo. Hemos recibido, ya lo dije, ¡tantos! regalos. Podemos usar esos regalos para el camino de regreso, que es un camino hacia los otros, y aunque ahora suene abstracto y vacío, un camino hacia lo otro.
“Se ha ido, ido, más allá, totalmente más allá, iluminación, ¡viva!”.
Esta exclamación es el centro del Sutra del Corazón, uno de los textos más venerados y recitados del budismo. Como supongo que ninguno de nosotros sabe sánscrito, podemos ser muy flexibles con la traducción, de tal modo que podríamos recitar el famoso mantra así: “ha vuelto, ha regresado, aquí, absolutamente más acá, al presente ilimitado, iluminado de luz, iluminado, ¡viva!”.
Puesto así, libremente traducido, no se trata de una salida definitiva, de una desaparición en el vacío del nirvana: es el canto del regreso, la zambullida dichosa en la luz del presente, la única luz real en la que estamos juntos por el amor.
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Todo lo que ha sido laboriosamente diseccionado, separado y roto en pedazos, vuelve a unirse por esta energía tremenda. Ese es el final feliz que me fascina leer en los libros que leo, o en donde sea, historias de lamas, místicos y santas y poetas del pasado, como Rumi y Hafiz, de maestros zen dulces y por completo lunáticos, o por poner un ejemplo dramático, la historia de Milarepa, que en el siglo XI asesinó a mucha gente, y a pesar de todo el daño que causó, pudo liberarse por la compasión, por el amor, y se convirtió en uno de los grandes maestros del tantra tibetano.
Si él pudo, que la tenía tan difícil, no hay razón para creer que nosotros no podremos, porque ese será el regalo final que recibiremos del otro, su libertad será la mía. Es un regalo imborrable.
Así que todos seremos liberados. No al final, con la muerte, con la extinción definitiva, sino en la vida, en este mundo tan confuso y lleno de energía en el que hay una guerra, refugiados, países enteros intentando sanar todo lo que ha pasado, países que ni siquiera tienen ni han tenido nunca la suerte de intentarlo, un mundo en el que los árboles se están incendiando. Nos liberaremos solo porque los demás se han liberado.
Este final feliz, estoy segura, lo hemos experimentado todos, en alguna medida, por lapsos más o menos largos, o en destellos. ¿Acaso no? Ese final es en verdad el comienzo.
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