‘El portero’, una parodia y una fábula sobre los problemas de la comunicación

El sello TusQuets, de la Editorial Planeta, acaba de recuperar ‘El portero’, una de las novelas menos conocidas del escritor cubano Reinaldo Arenas. Una reseña.

Diez años después de partir de la Cuba de Castro, durante el éxodo de Mariel, Juan consigue un trabajo en Nueva York como portero. Se trata, a todas luces, de un trabajo sencillo: su labor consiste en abrirles la puerta a los habitantes del edificio. Pero Juan pronto descubre que su verdadera labor no puede, no debe, limitarse a saludar a los residentes y a sus animales en la entrada del inmueble. Todos los días, frente al espejo del lobby, o en el patio interior del edificio, o ante las páginas garabateadas de su cuaderno, se dice a sí mismo que él es “el señalado” para “mostrarles a todas aquellas personas una puerta más amplia y hasta entonces invisible o inaccesible”. Una puerta, mejor dicho, que los conducirá, en sus propias palabras, “a la verdadera felicidad”

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La delirante misión de Juan, sin embargo, sufre un contratiempo tras otro. En el universo vertical de El portero, él no es el único que sufre de una monomanía particular. Todos los residentes del edificio, sin excepción alguna, rigen su vida de acuerdo a los estrechos lineamientos de una obsesión personal. El pastor John Lockpez tiene como misión reclutar adeptos para su Iglesia del Amor a Cristo Mediante el Contacto Amistoso e Incesante. El señor Roy Friedman vive bajo la convicción de que “la verdadera hermandad del hombre” comenzará cuando todos y todas se repartan mutuamente, y de manera constante, caramelos y confituras. Mary Avilés, por su lado, ha probado desde los quince años todos los medios imaginables para suicidarse, de forma infructuosa. 

A partir de los diversos personajes que pueblan El Portero —y son muchos más de los acá nombrados—, el escritor Reinaldo Arenas pone en evidencia, con exquisito humor, la dificultad de establecer consensos o incluso canales de comunicación abiertos entre personas con intereses y propósitos divergentes. En la novela, mejor dicho, no hay diálogos, sino soliloquios, como dice un reseñista en la plataforma Goodreads. Todo el mundo habla con el único propósito de escucharse a sí mismo, y si escuchan a otro, es solo mientras esperan la hora de retomar la palabra. La incomprensión, a veces deliberada, marca la pauta de las relaciones en el edificio neoyorquino. 

El portero libro
El portero, publicada en Colombia bajo el sello Tusquets.

El portero tiene mucho de parodia. Por medio de la exageración, incluso de lo grotesco, alude a los vicios de la sociedad capitalista estadounidense, en especial durante una visita de Juan a un gran almacén donde es acosado una y otra vez por los vendedores. Al mismo tiempo, la novela se burla del régimen castrista, ridiculizando el deseo de imponer sobre los demás una visión rígida y nebulosa del mundo y resaltando, a su vez, el peligro de socavar la diferencia y la pluralidad en nombre de una causa única. Cabe destacar que Reinaldo Arenas escribió El Portero entre 1984 y 1986. Para ese entonces, el escritor y poeta cubano -al igual que Juan, el protagonista de la novela- vivía en Nueva York después de haberse exiliado en Estados Unidos a comienzos de los ochenta. 

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Arenas también aprovecha para tomarle el pelo a la comunidad de cubanos exiliados en ese país, muchos de los cuales rápidamente engrosaron las filas del partido republicano, sobre todo en la Florida. Ellos son, en su conjunto, los narradores de la novela, y tratan a Juan con una mezcla de conmiseración, solidaridad y franco desconcierto. En la tercera página, ellos nos avisan que esta “es la historia de alguien que, a diferencia de nosotros, no pudo (o no quiso) adaptarse a este mundo práctico; al contrario, exploró caminos absurdos y desesperados y, lo que es peor, quiso llevar por esos caminos a cuanta persona conoció”. La decisión de hacer que todos los cubanos exiliados narraran el libro introduce una paradoja que posiblemente divirtió mucho al mismo Arenas: la de hacer que un millón de personas redactaran, al unísono, un texto que reafirma, una y otra vez, la imposibilidad de lograr un consenso absoluto.

En su segunda mitad, El portero cambia de enfoque y entra en el terreno de la fábula. Los animales del edificio les raptan la vocería a los residentes humanos. De esa manera, uno oso, un mono, un conejo, varios perros, incluso una mosca, entre muchos otros, se turnan para proclamar frente a Juan una serie de discursos altamente filosóficos sobre la vida y cómo esta ha de ser vivida. Las discrepancias abundan. También las metas. Leídas en conjunto, las intervenciones se transforman en una especie de celebración de la diversidad de pensamiento y, además, en una memorable refutación de la visión antropocéntrica. Uno de ellos se pregunta, ante la abundancia de perspectivas: “¿Es imposible, entonces, encontrar un lugar donde poder vivir en relativa armonía?”.

Reinaldo Arenas, escritor cubano
Reinaldo Arenas, escritor cubano. Foto: Editorial Planeta.

El portero es, a la larga, una novela compleja y escurridiza. No solo juega con símbolos, sino que los transforma a medida que avanza la obra. Explora, sin jamás dejar de lado el humor, temas como el territorio, la política, el medio ambiente, la enajenación y el destierro, por solo nombrar algunos. Es uno de esos libros que seguramente desencadenaría una interminable discusión en un club de lectura. Es, también, una grata experiencia estética: Arenas escribe con una soltura y un ritmo magistrales. Pocos autores, que yo conozca, tienen un manejo tan sofisticado del idioma y de sus posibilidades expresivas. En últimas —o esto, por lo menos, sería mi planteamiento en aquel club de lectura hipotético—, se trata de una obra que busca señalar ese punto de encuentro entre la libertad y la cooperación. Nos pregunta: ¿Hemos de buscar, como Juan, una sola puerta para todos? ¿O hemos de configurar conjuntamente un espacio donde cada uno pueda cruzar, a su manera, su puerta personal? 

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