El reencuentro. Segunda parte
Cuatro horas de charlas con los encargados de buscar objetos perdidos en el aeropuerto de Doha y dos más con los de la aerolínea sirvieron para confirmar que nuestras maletas estaban dando vueltas en la cinta de equipaje en Madrid, sin que nadie las hubiera tomado, a pesar de que (recuerden la primera parte) una funcionaria de Qatar Airways juró y perjuró que frescos, que ellos se iban a encargar de todo y que los pasajeros solamente se debían preocupar por abordar.
Fueron cinco días vestidos como el pato Donald, lavando la ropa al llegar a la casa y secándola mientras amanecía, hasta que el equipaje finalmente arribó a Doha. Hubo que ir por él a las 6 am, dos horas después de que yo hubiera terminado mis misiones radiales y Guillermo Arango, las suyas en televisión. ¿Y el reloj? ¿Quedaría alguna esperanza?
Lea la primera parte de esta historia: El reencuentro. Primera parte
Ya instalado, con desodorante, camisetas sin mapa y medias frescas con olor a jabón en polvo, intentamos, a partir de varias triangulaciones telefónicas, ubicar el dichoso reloj. Y acá aparece un actor clave en la historia: Juan Pablo Carriazo Vaicius, arquitecto y hermanastro de mi esposa, que vive en Madrid. Él, con irredimible paciencia, se fue al aeropuerto pasados unos 15 días del suceso y averiguó que ese 18 de noviembre se habían recuperado tres Apple Watch que reposaban en la oficina de objetos perdidos. Le pregunté si se podía hacer algo allá y después de pedirme el número de serial del reloj, las autoridades le dijeron que ese número no correspondía con los Apple Watch encontrados, sin embargo la descripción de uno de ellos coincidía con el que dejé olvidado en el terminal.
El regreso estaba pactado para el 19 de diciembre: Argentina ya era campeón del mundo por tercera vez y en Lusail habíamos visto una de las finales más conmovedoras de la historia de los Mundiales. Fue abandonar la celebración y la neblina que caía sobre el estadio pasadas tres horas del triunfazo de los muchachos de Scaloni, tomar el metro, comer y agarrar el equipaje para devolverse a Colombia. El encargado de llevarnos fue el vuelo QR0149 de Qatar Airways que aterrizaría en Barajas. Allí debíamos hacer una escala de 10 horas hasta que saliera rumbo a Bogotá el vuelo AV0011 de Avianca.
Con esa cantidad de tiempo disponible, era lógico que, con las pistas dadas por Juan Pablo Carriazo, había que visitar la oficina de objetos perdidos en Barajas. Allí fui a parar antes de encontrarnos con Jaime Sánchez Cristo y Kathy, su amable y bella esposa, rescatistas de oro para aquella extensa escala. La señora que me atendió dijo que sí, que ese reloj había estado ahí, pero que hacía 15 días se lo habían llevado. Me dio un papel que decía: “Oficina de objetos perdidos. Ayuntamiento de Madrid. Paseo del Molino 7-9 28045. Madrid”. Me despedí de la mujer y le dije que mi siguiente viaje era hacia ese lugar. En seco me paró y me dijo:
-¿Que no has leído el papel?.
Volví a leer y decía: “Horario de atención al público. 8:30 a 14:00”. El reloj -y no precisamente el mío- marcaba las 4 de la tarde. Era mejor entonces ir a tomar trago y a pensar que, en últimas, Juan Pablo en algún momento podría ayudar… aunque eso llevaría tiempo: en ese momento estaba a punto de viajar a Bogotá para encontrarse con su familia por las navidades.
Resignación. Ya si algún día ese berraco reloj de nuevo estaba en mi muñeca, pues sería gracias a la fortuna, porque el destino navegaba en completa contravía conspirando directamente contra el reencuentro.
El AV011 de Avianca lo abordamos medio copetones, casi sobre la hora y aunque el sueño era necesario, una pareja que andaba detrás nuestro quiso conspirar contra la seguridad ontológica del vuelo: además de no callarse nunca la boca y hablar durísimo durante todo el trayecto -la mujer sobre todo, de unos 40 años que decidió llevar a Colombia a su novio, un señor de 80 años que conoció por internet seguramente para que conociera su familia-, en medio de la penumbra dejaron escapar un gato que llevaban en un guacal y que generó pánico entre los durmientes.
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Ahora, volviendo al reloj, tampoco había una certeza de que en realidad estuviera el mío en aquella oficina madrileña en la que trabajan media jornada: el ensayo durante el Mundial en torno a dar el número de serie que yo guardaba y que no correspondía a ninguno de los hallados en su momento, también ponía a prueba la veracidad del dato, más allá de la similitud en la descripción.
Un par de meses después Juan Pablo regresó a España con cargador en mano y -con gran gentileza- fue a hacer el trámite. Sólo existía una opción: que la clave con la que se desbloquea el reloj funcionara y así se pudiera comprobar que sí era el que se extravió en noviembre. De golpe los de Objetos Perdidos no sabían leer el código o lo escribieron mal… Enviada la clave por whatsapp ya todo era cuestión de esperar.
“Sí sirvió”, escribió mi esposa también por whatsapp a las pocas horas para comunicarme que por fin el Apple Watch estaría en buenas manos. Juan Pablo se lo pudo llevar gracias a que el código sí correspondía con el reloj.
Finalmente el 3 de abril de 2023, 136 días después de haberse extraviado, regresó de su travesía con su pulsera negra de velcro algo desgastada y con dos pequeños rayones en la pantalla como señas particulares.
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1 Comentarios
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Que bueno ¡ apareció el reloj!
Y uds llegaron bién