El sexo

Y la niña súbitamente aparece en la cocina para despedirse porque esa noche va para una fiesta. Madre y padre, en el remate de una tarde de sábado, se ocupan de preparar unas buenas pastas para cenar mientras ven una peli en el televisor, pero a la entrada de la exbebé quedan “patidifusos”, el ‘jean’, la blusa corta que expone una linda cintura con un ombligo perfectamente suturado, los tacones elevados que amplifican un estupendo cuerpo de mujer muy joven que, sumado al maquillaje intenso, resalta la mirada cazadora enmarcada en una cabellera melenuda que compite en seducción con el aroma de un perfume que ya no huele a talco, y en cambio de invitar a un cambio de pañal atrae a gestos como un beso, un abrazo y la intimidad.

O qué tal que el exbebé anuncia con voz grave, parcialmente natural y  otro tanto impostada, que va para donde unos amigos vestido “para matar” a su manera, dejando en evidencia que el plan de ese momento no va a ser jugar fútbol o paintball; el hombre va de rumba, un territorio desconocido para los padres que sospechan que las fiestas a las que asiste el crío no se parecen a las que fueron las suyas, pero como el síndrome del avestruz parece ser epidémico en estos padres, ellos tienden a prohibir o aprobar sin hacer muchas preguntas porque hay miedo de encarar una realidad ineludible.

El exbebé o la exbebé, ambos, sin distingo de raza, credo o filiación política llegaron a la pubertad y con esto a la madurez sexual, al menos la endocrina, porque a la verdadera madurez, a la que me voy a referir en este artículo, poca gente llega, aunque cumpla 90 años.

Como la muerte, gústele a quien le guste, el sexo es una verdad ineludible de la vida animal, y sí, puede que a algunos les talle la definición, pero la sexualidad humana, la que moviliza al adolescente es de la misma composición química de la de la vaca, el canguro, el ratón, el tigre o la oveja, tiene que ver con procesos involuntarios que están escritos en el mapa genético de la especie.

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El primer amor, adobado con todo el romanticismo que el intelecto inventó para empaquetar los instintos que nos hacen primos de los orangutanes y darles visos celestiales, no es más que la manifestación visible de la madurez de nuestras glándulas reproductivas. Dicho en corto, no es algo que escojamos como tampoco el color de los ojos, la forma del mentón o el color del pelo, es inevitable, y además, poderoso. Simple, padres y madres, el deseo sexual es parte de la vida, lo es de la de ustedes y tanto así de la de vuestra prole. Bien pensaron los “avivatos” del poder, esos que fundan partidos políticos y religiones, en obsesionarse con el control de la pulsión sexual de los humanos. Es simple, aquel que tenga el control del Eros, el placer, y que además se abrogue el conocimiento de las respuestas a la muerte, Tánatos, tiene el control absoluto de la situación.

Pareja. Imagen tomada de Freepik
Ilustración tomada de Freepik

Tener las respuestas y el reglamento para las dos magnitudes ineludibles de la especie es tener la llave al poder absoluto. Para confirmar me remito a los códigos de las iglesias del mundo que, casi todas, se fundan en el control de las pulsiones irrefrenables del cuerpo. Se santifica a la mujer que no tiene vida sexual y se le vuelve matrona de la humanidad, claro que también se apedrea y condena a aquella que ose complacerse en lo sexual. La una es virgen, la otra es puta, y el único camino para purificar a la que no fue virgen y tuvo sexo es haciéndola esposa y madre. Una función biológica, responsable de la perpetuación de la especie, equiparable a la de nuestros primos mamíferos, es maquillada y vestida de “virtud o pecado supremo” y con eso armamos un enredo enfermizo, tóxico e inhumano. 

Los educadores, y en concreto, los padres le tienen terror al tema, pero como no tienen tampoco la integridad para reconocer que hay miedo, entonces racionalizan y construyen teorías caprichosas para intervenir y lesionar las vidas de sus hijos e hijas con el perverso eufemismo que reza: “Es que nosotros lo hacemos por tu bien, porque sabemos qué es lo mejor para ti”.

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¿Y entonces, señor escritor, qué sugiere usted?, apenas la niña medio asome a la pubertad, ¿me recomienda darle condones o ponerla a tomar anticonceptivos para que vaya y se dedique a la vida loca?, y en el caso del muchacho ¿le lleno la billetera de condones?

Qué tal, además de meterle condones en la billetera le metamos en su mente la idea de que su cuerpo y su genitalidad le son tan propias como la de las niñas, y que el hecho de que se lo vayan a “dar” no significa obligatoriamente que él tenga que decir que sí, porque los hombres también tenemos la responsabilidad y el derecho a decir no cuando es no.

Aventuro una teoría peregrina que no se basa sino en la observación. Los adultos le tienen terror al tema del sexo y no están en capacidad de tocarlo ni con ellos mismos. Las vidas íntimas de la mayoría de los responsables de educar son un desastre preñado de frustraciones, secretos no compartidos, miedos impublicables, tanto como deseos reprimidos por cuenta de los prejuicios, y la ignorancia. Así, ¿qué carajos podrán decir que sirva?

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Por si las moscas, hablar de sexo no es describir la anatomía de los órganos sexuales, ni explicar el famoso cuento de la culebrita y el huevito, eso es hablar de fisiología y anatomía. Hablar de sexo es tocar el sentido de la vida, la razón de ser del placer en lo humano, ocuparse del sexo es interesarse en la construcción de la intimidad de la pareja, entendiéndose intimidad como el nivel más elevado y a la vez profundo de comunicación. 

El sexo es el canal de comunicación más complejo, más poderoso y más grato de la especie humana. A diferencia de la vaca o el perro, el hombre y la mujer necesitan el sexo para más que traer otros hombres y mujeres, él y ella o él y él o ella y ella, o tantas otras combinaciones, porque tenemos en la intimidad sexual el más elevado y poderoso canal de comunicación con nosotros mismos, con los demás y con nuestras motivaciones arqueológicas y ancestrales.

Él y él, ella y ella, él y ella. Ilustraciones tomadas de Freepik
Él y él, ella y ella, él y ella. Ilustraciones tomadas de Freepik

La tarea elevada de los educadores debe ir mucho más lejos de las explicaciones anatómicas y biológicas. El padre y la madre amorosos se inclinan ante la vida íntima de sus hijos, se aproximan con inmaculado respeto y, si verdaderamente quieren edificar cultura de salud mental y física en la mente del crío.

Antes de cualquier cosa, se examinan a sí mismos, se preguntan qué sentido tiene en sus vidas el placer sexual,  qué significado tiene para ellos depurando los prejuicios y las leyes de sus idolatrías místicas, antes de vociferar la “lora” estéril del pecado y del miedo, porque, digámoslo de una vez por todas,  padres y madres del mundo, ustedes pueden inventar lo que quieran, apelar a cuantos códigos de moral les provoque, venderles miedo a sus hijos hacia su cuerpo y sus inclinaciones, recitar frases perversas de esas que condenan en piedra, como aquella proveniente de donde provienen el narcotráfico y otros males que dice: “Madre solo hay una, padre es cualquier hijueputa”, pero aun así les aseguro, la tienen perdida, en la pelea entre los prejuicios y la naturaleza será esta la vencedora, finalmente es la obra de Dios, ¿o no?

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4 Comentarios

  1. Magistral, excelente pluma para describir el comportamiento humano en época de pandemia sexualizada digital; muy cierto aquello de los ancianos de 90 años que no alcanzaron a llegar a la madurez, por que la madurez implica el riesgo de tomar decisiones, de tibios, simpáticos y cobardes está lleno el infierno

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