El sueño de los 12 millones de turistas
Que el turismo es la mejor visión de país no cabe duda. Lo que parece improbable es que, en el corto plazo, se pueda sustituir los retornos económicos de las economías primarias y la industria extractiva del país por una que agregue valor desde la gastronomía, las culturas, las riquezas naturales y los atributos paisajísticos.
No se equivocó la revista Forbes al ubicar a Colombia en el puesto número 3 de listado de países más lindos del mundo, por encima de destinos como México, Ecuador y Estados Unidos.
Y es que recorrer la Colombia rural, la cercana a centros poblados, grandes, intermedios o pequeños; o la que —sin gran suceso— se desarrolló en materia agrícola; y, más aun, la Colombia profunda, la de la exuberancia natural, la de los ríos, biodiversidad, inexplorada y de propiedades endémicas, es solo una muestra de la oportunidad que tenemos por delante para hacer de esta tierra, por qué no, una “potencia mundial de la vida”.
No sé si el tiempo presente nos alcance para verlo, pero con algo de fe, algún día llegaremos a ser el país, al que cada habitante de este planeta desee visitar. Porque borramos la mancha de la violencia, de la corrupción y la pobreza. Que “el riesgo sea que te quieras quedar”, como promovía aquella sonora marca país dos décadas atrás.
Dice Forbes en su ranquin, que Colombia goza de casi 500.000 km2 de bosque tropical, extensión casi idéntica que la superficie continental España y un poco menor que la de Francia. Una larga costa a lo largo del Caribe, así como un paisaje muy variado, desde las montañas de los Andes hasta la selva amazónica.
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Con tantas ventajas comparativas, tanta riqueza, ojalá convirtamos a Colombia en el país de la paz. De la paz total, de las reglas de juego claras, de la equidad y las oportunidades para el trabajo. El de la movilidad social y que integró a la vanguardia a centenas de municipios. Más pronto que tarde, con las condiciones para que se multiplique por cinco el número de visitantes que tenemos por año.
¿Qué nos falta?
Gran interrogante en medio, tal vez, de la peor crisis económica que sufren los países emergentes desde 2008 y, en mi opinión, de la más dura fragmentación social de la que tenemos noción, extendida también en otras naciones del subcontinente americano.
El país debe saber que lograr este propósito no una tarea sencilla y resiste muchos más análisis que la simple condescendencia mesiánica al líder.
Abalanzarse sobre la industria turística como el gran salvavidas, requiere más cabeza fría que emoción; más procedimiento que carreta, más aprendizaje que improvisación.
Aunque la oportunidad es visible en el horizonte, el camino es largo. Largo y trochero, como miles de kilómetros carreteables sin pavimentar. Los caminos que deberían de manera eficiente conectar lugares periféricos, entre otras cosas, para facilitar la presencia del Estado y el mercado, esos mínimos que el turista promedio consideraría un presupuesto de confianza.
Potenciar el turismo, desde las regiones, significará incrementar su capacidad de autoorganización, transformando comunidades inanimadas por la guerra, poco perceptivas de su identificación territorial y en definitiva pasivas, temerosas.
Con ausencia de liderazgos, más técnicos que políticos, que las organicen, cohesionen y las hagan conscientes de su identidad y capacidad movilización, es decir, con la convicción de avanzar hacia visión común.
No estoy seguro de si los vientos de cambio y las narrativas chocantes dadas en medio de la polarización política, en lo inmediato permitirán estas transformaciones. Si repartiendo codazos al sector productivo, es factible solidificar una visión de largo plazo, en donde no sea la voluntad del político de turno, sino el consenso de las fuerzas productivas la decisión que impere.
La mirada al turismo es razonable, tal vez porque el bus de la industrialización de las chimeneas, las fábricas pesadas y la tecnología dura nos dejó. Bus al que se montaron los países más contaminantes, a los que Irene exhorta a decrecer con el loable propósito de la paz ambiental, no necesariamente de la paz social.
Esa que se cura combatiendo la pobreza monetaria, la que riñe con el deseo de prosperidad capitalista. El mismo capitalismo sexista, excluyente, consumista, regresivo, tal vez, pero, al fin de cuentas, sistema del que nos queremos abrigar para que algo de dinero nos dejen esos 12 millones de turistas que reemplazarán los ingresos del petróleo, el gas y el carbón.
A pesar de haber gozado de las rentas extractivas por décadas, y por cuenta de no reinvertir, estamos muy lejos de ser competitivos en infraestructuras, cultura del servicio y modelos de planificación, mínimamente cercanos a que tienen algunas regiones de México, Brasil e incluso España, por citar algunos de nuestros pares más cercanos.
De hecho, estamos en mora de considerar una definición mucho más acertada de las regiones: por ejemplo, la localización y la generación de economías de escala, como condiciones para hacer de nuestros territorios turísticos espacios de competitividad mundial.
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Corregir las asimetrías territoriales, tal vez, el mayor factor de desigualdad social y económica, en tanto imposibilita la creación de instituciones e instrumentos efectivos para avanzar en competitividad de corte fiscal, monetario y cambiario, es altamente prioritario. Y, sí, acabar la eterna guerra: protagonista de facto de la acumulación de capital, apropiación de corredores productivos y comerciales, muchos de los cuales hoy se anhelan potenciar con el turismo.
Multiplicar el turismo se logrará con una renovada hoja de ruta hacia la generación de capital social: confianza, transparencia y visión compartida.
La búsqueda de mejores formas y métodos para la administración de los recursos, en procura de lograr procesos productivos y sociales de alta eficiencia y calidad, debe convertirse en un tema de permanente debate público, academia y suma de talentos, pero también en línea desde la cual se toman las decisiones por parte de la sociedad y sus actuales revolucionarios líderes en el poder.
En medio de la formulación de Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026, bien vale la pena preguntarse si el Gobierno logrará hacer efectiva su visión de cambio, sin patear la lonchera. Mediante estrategias que hagan de las rentas actuales la mejor plataforma de reinversión y reconversión productiva (pista: los noruegos saben de eso).
La evidencia latinoamericana demuestra que los saltos al vacío promoverán un turismo, pero a la inversa, con una pérdida de activo intangible más importante de cualquier sociedad: sus identidades, pertenencias, articulaciones.
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