29 de octubre, ¿referendo o elecciones?

Un sector de intelectuales, políticos y columnistas está diciendo que las elecciones del próximo 29 de octubre, más que elegir a los dignatarios regionales, serán un verdadero referendo acerca del apoyo popular al actual Gobierno. Como si votar por una u otra candidatura a alcaldía y gobernación significara estar de acuerdo o no con el presidente Gustavo Petro.

Lo dicen, sobre todo, las facciones políticas, económicas y sociales que se sienten representadas en los eventuales triunfos de Galán en Bogotá y Fico en Medellín; de Éder en Cali, Char en Barranquilla y de Beltrán en Bucaramanga.

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Esos y otros triunfos, si ocurren, los presentarán como derrotas del presidente de La República. No faltará quien los interprete como apoyo a los planes golpistas.

Pero, realmente, ¿qué pasará con quien gane y qué pasará con quién pierda en cada ciudad y departamento?

Lo primero que pasará con quienes triunfen en ciudades y departamentos es que podrán apoyar a los candidatos de sus simpatías en las próximas elecciones presidenciales. Tendrán la posibilidad de desatar una ola política que favorezca en las elecciones nacionales de 2026 al partido, grupo o amontonamiento que les haya dado el aval en estas regionales.

Todas las candidaturas perdedoras, menos las que se presenten como cercanas al Gobierno, ofrecerán sus votos a quienes triunfaron; se comprometerán a transferir sus votos a la cuenta electoral de las candidaturas nacionales que el vencedor ordene.

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A cambio, pedirán que les asignen contratos o puestos. Contratados directamente o por interpuesta persona, tendrán ingresos económicos y, así, garantizarán su permanencia en el nivel de consumo al que están acostumbrados. Los puestos que les den, servirán para garantizar la lealtad de sus votantes, familiares, amigos y relacionados, en favor del perdedor respectivo.

Nada nuevo. Si esas son las únicas consecuencias del resultado electoral, hay que aceptar que estas elecciones no pueden interpretarse como un referendo.

Ahora, el resultado electoral puede dar una idea más o menos acertada del nivel de aceptación entre la población activa, en términos electorales, de las políticas y las personas que gobiernan al país. Sobre todo, puede dar elementos de juicio para una autoevaluación de los gobernantes.

Se sabrá, por ejemplo, qué tanto han calado, entre la gente que vota, los discursos y la pedagogía política desarrollada por el presidente Petro, casi sin acompañamiento de su equipo. Cuánto han influido los múltiples proyectos de formación ciudadana que, con pocos recursos, han adelantado las organizaciones sociales y comunitarias que tienen alguna afinidad con el actual Gobierno.

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Los resultados de estas elecciones pueden, así mismo, brindar información complementaria (no tamizada por la prensa golpista, ni por el efecto emocional de las megamarchas) acerca del nivel de daño que ha sufrido la relación Gobierno-votantes debido a los errores y las equivocaciones cometidas, a la arrogancia intelectual de algunas personas de su gabinete, a la indelicadeza de otras o a la debilidad argumentativa de ciertos funcionarios.

Los votos regionales mostrarán la inexistencia de un partido de Gobierno que se haga cargo de poner el discurso del presidente al alcance de gente que ni va a Bogotá, ni encuentra el modo de recibir noticias e información verificada.

Estas elecciones pueden decirnos si lo que hacen algunas amistades del Gobierno, de salir a los territorios a ofrecer puestos y milagros, genera más y mejor conocimiento acerca de las políticas y realizaciones de esta administración o si, por el contrario, deteriora su imagen igualándola a la práctica política del antiguo (culturalmente vigente) régimen.

Los resultados del 29 de octubre también pueden entregar datos confiables acerca del grado de influencia que conservan los clanes regionales. Algunos de ellos intentarán ganar sobre la base de los vínculos, comprobados, que tienen sus candidatos con las oficinas de sicarios que ejercen control casi absoluto en comunas, barrios y veredas. Otros intentarán triunfar gracias a su capacidad para comprar votos o, en últimas, por su sabiduría para mezclar promesas de salvación y vida eterna con la intención de construir cárceles en las que se arrumen presos cuya culpabilidad no se ha demostrado.

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Pero, incluso, con todo esto, no se puede decir que estas elecciones –en todo el país y sin un partido que represente plenamente a este Gobierno– son un referendo sobre los planes y ejecutorias de Gustavo Petro.

Quizá, el resultado electoral en la capital del país se parezca más a un referendo sobre el apoyo con el que Gustavo Petro puede contar. Allí, por tradición, la gente vota para expresar su confianza o recelo con los gobernantes y sus proyectos políticos. También es en Bogotá donde hay un candidato que, clara y en forma evidente, respalda al Gobierno.

A este candidato le han esculcado la vida como si fuera un delincuente.  No le han encontrado nada tan reprochable como para destruirle su candidatura. Da la impresión de que quienes promueven la idea de que estos comicios son un referendo contra el Gobierno han concluido que, para derrotar a Petro, hay que derrotar a Bolívar y que, para derrotar a Gustavo Bolívar, hay que derrotar al presidente.

De allí que esos promotores hagan escándalo con cualquier indicio o error que pueda hacer daño a uno de los dos. Una imprecisión de cualquier Gustavo la presentan como mala fe de ambos. Por eso mismo, se intentó endilgarles alguna responsabilidad en la acción de fuerza cometida contra Semana por un grupo de indígenas ajeno a la Minga, la cual ya había salido de Bogotá cuando se presentaron los hechos.

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Lo comprobable es que el candidato Gustavo Bolívar ha debatido con los otros. Siempre demostró mayor conocimiento de los problemas de la ciudad. Propuso soluciones que pueden gustar poco, o muy poco, en un sector más informado de la opinión, pero que son creativas y han generado importante simpatía. Ha construido una candidatura en la que su inexperiencia y su escaso recorrido político parecen darle un valor agregado.

Quienes pretenden entender la competencia electoral en Bogotá como si fuera un referendo pueden llevarse otra sorpresa. De todas maneras, gane quien gane, no demuestra el nivel de apoyo que tiene el Gobierno nacional en Bogotá.

Son las elecciones regionales. No es un referendo.

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