‘Elvis’ de Baz Luhrmann: la leyenda del dios encadenado
El director australiano Baz Luhrmann disecciona con ‘Elvis’ el mito del espectáculo a partir de mitos adyacentes, como el del caníbal o el vampiro, y de metáforas biológicas, como el parásito. Pero no todo es oscuridad o caída; en ‘Elvis Presley’, Luhrmann también encuentra la grandeza de un ídolo que, gracias a su arte, disputó a los dioses el amor de los mortales.
Empieza la película, luego de su prólogo estridente y colorido, y es un maestro de espectáculos populares quien nos da la bienvenida. Somos llamados a entrar a la feria del ‘Coronel’ Parker, un espectáculo mucho más modesto que aquel inicial que prometía el logo de Warner Bros bordado con piedras finas y mimetizado en uno de los típicos cinturones de Elvis Presley. Son dos comienzos, dos marcos contrapuestos. Con estos, el ‘biopic’ dirigido por Baz Luhrmann expone las contradicciones entre las que se moverá: los brillos incandescentes del gran espectáculo y un detrás de cámaras (y detrás de luces) mucho más modesto, a veces incluso siniestro. O, en el caso de Elvis, un pequeño teatro de la infamia donde un titiritero sin escrúpulos (el ‘Coronel’ Parker) mueve los hilos.
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No existe stage sin su backstage. La premisa de partida, lejos de sorprender, entronca con una gran tradición de cine sobre ese lugar detrás de la escena donde las estrellas sufren y lloran y a donde van a parar después de que el telón cae. La estrella en declive es un prototipo narrativo del cine estadounidense. La contraparte de la estrella es el sistema que a veces encarna en algo tan concreto como un productor malévolo, en un tópico tan abstracto como el tiempo y la demolición que deja a su paso, o en algo tan cercano –y tan siniestro– como una hermana celosa o la siguiente estrella en ascenso. Para la memoria desgrano títulos como Sunset Boulevard, All About Eve o ¿Qué pasó con Baby Jane?
Pero ¿quién es ese ‘Coronel’ Parker y a cuento de qué la película de Luhrmann lo elige como su narrador? ¿Por qué ver la vida de Elvis a través de su prisma? Parker lo aclara de entrada: porque ese a quien llama “su muchacho” es su creación, porque él –un oscuro empresario del entretenimiento– fue el creador del mito del ‘rey del rock’. Tom Parker no solo es un empresario opaco por sus prácticas sino por su origen indeterminado (aunque decía ser estadounidense, en realidad había nacido en los Países Bajos). Nos recuerda que detrás de cada gran familia –o en este caso gran negocio– hay secretos, tal vez crímenes. La falta de brillo, su oscuridad, contrasta entonces con lo luminoso del espectáculo de Elvis sobre el escenario.
Vea acá el tráiler de Elvis:
Con la decisión narrativa de que el ‘Coronel’ Parker (un caricaturesco Tom Hanks) sea el intérprete principal del fenómeno Elvis, la película puede echar a rodar sus ideas sobre todo lo que encierra la cultura popular cuando se convierte en cultura de masas gracias a los modernos medios de comunicación. En suma, para Luhrmann Elvis es una idea, o una serie de ideas detrás de un mito, de las cuales la película nos quiere persuadir
Porque contrario a lo que se puede pensar, detrás del ritmo frenético de Elvis y de su interés en hacer visibles la energía y el deseo que la estrella suscitaba, y en contravía de lo que se suele decir del cine de Luhrmann, al menos en esta última película hay un interés muy preciso en que el espectador piense en lo que hay tras tanta brillantina, tela, cuero y piel. Elvis va pues de la imagen al concepto, como en un viaje alucinógeno.
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La película aspira a llegar a la desnudez del ídolo, a su soledad, al encierro en esa jaula de oro que vemos al final de su vida cuando Elvis es confinado a actuar en un hotel de Las Vegas. Una vez allí, con un Rey preso de su manager, embotado además por las pastillas, se instala otro mito: el del ángel caído, el Ícaro que voló tan cerca del sol que se le quemaron sus alas (¿acaso ese no es precisamente el sentido último de ser una estrella?). O el Prometeo que robó el fuego a los dioses pero al precio de recibir un castigo ejemplar: padecer un encadenamiento eterno.
La película si bien se rige por la convención del ascenso y caída del héroe, no sigue una estructura lineal o cronológica. Muestra fragmentos de la vida de un Elvis niño y joven. En esas astillas recuperadas de su vida, vemos cómo la futura estrella se ve arrojada al centro de la vitalidad negra y cómo se convierte en un médium para que los sonidos de la música afroamericana lleguen blanqueados a los grandes escenarios. Elvis canibaliza los sonidos negros, y es a su vez canibalizado por la industria para la que trabaja. Para hablar de su vida y penetrar en su sentido –y a esto último aspira toda biografía– son necesarias entonces figuras míticas como las del caníbal o el vampiro o metáforas biológicas como las del parásito.
Elvis se ubica a medio camino entre las biografías blanqueadas acerca de héroes problemáticos (como Bohemian Raphsody, de Freddie Mercury) y aquellas otras obstinadas en condenar el entorno del star-system y el show business. Por lo menos, gracias al talento para la puesta en escena de Luhrmann y la proverbial plasticidad que tiene la cámara en sus películas (entre ellas Romeo + Julieta, Moulin Rouge! y El gran Gatsby), el inmenso arte de Elvis Presley, que no solo era musical sino escénico, se restituye en toda su grandeza.
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Aunque el ‘Coronel’ Parker sea el villano de la historia y a Elvis se le reserve el papel de la víctima, el tiempo le ha dado la razón en muchas cosas al oscuro empresario. La música en sí misma no garantiza el éxito; el espectáculo debe suscitar algo más, es necesario que la música se expanda a nuevos productos y medios. El merchandising es el centro del negocio y el cuerpo de la estrella, multiplicado ad infinitum, la promesa a alcanzar. A Elvis se le recuerda por haber servido de vehículo para una conexión profunda entre su cuerpo y el de los espectadores.
Quizá –de nuevo tendría la razón Parker– nada hubiera ganado el arte de Elvis con una declaración suya sobre la actualidad política (un dilema que la película encara). Ese nuevo cuerpo, ese vínculo sensible que se crea a partir del espectáculo, es político per se o es la aspiración de toda política: crear, a partir de la suma de individuos, un nosotros.
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