Las claves de una encuesta
La última encuesta de Invamer, realizada entre el 17 y el 26 de febrero, en las cinco principales ciudades del país, semeja las pantallas de la bolsa de valores cuando los analistas prenden las alarmas por el desplome de las acciones y números rojos superan los verdes.
La encuesta parece una instantánea –al final de cuentas, una encuesta es eso, una fotografía— tomada un domingo a las 6 de la tarde, cuando los estados de depresión de la gente tienden a ser más acentuados y levantar la cabeza es un acto heroico.
Solo tres aspectos de los 20 medidos dejan ver algo de optimismo: calidad y cobertura de educación; apoyo al campo y atención a la niñez. Costo de vida, inseguridad, estado de la economía, corrupción y desempleo —dice la encuesta— no van por buen camino o están empeorando (67 por ciento), para ser precisos, respecto a hace seis meses cuando empezó el Gobierno (48 por ciento).
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La gran conclusión de esta medición es que el presidente ha perdido 16 puntos en aprobación de su gestión desde agosto, al pasar del 56 al 40 por ciento, y su desaprobación por primera vez está por encima del 50 por ciento.
Se trata de niveles similares a los que tenía Iván Duque (42 por ciento de favorabilidad) en los primeros seis meses de su mandato, cuando la ruptura de los diálogos con el ELN, en febrero de 2019, y su postura radical frente a Nicolás Maduro, le dieron aire a su mandato.
Vistas las cifras de la medición cabe preguntar: ¿Se está acabando la luna de miel del presidente con la opinión? La caída de 16 puntos parecía indicar que sí. Petro, que privilegia la calle sobre las encuestas, ha demostrado ser un gobernante que impone la agenda, tal vez como ninguno de sus antecesores, con propuestas polémicas, la mayoría de las veces; y con un tono al que no está acostumbrado el país.
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Ha hecho de Twitter su medio mes poderoso para comunicar, pero, a la vez, el de más riesgo para su imagen: no solo lo usa para hacer anuncios, sino también para desatar tormentas, algunas veces con información errada, lo que le hace perder credibilidad, como las cifras de reservas de petróleo o las fotos de los hospitales de Venezuela que usó para mostrar el mal estado de algunos en Colombia por culpa del sistema de salud.
¿Quién no quiere que el país tenga, dentro de su prioridad la transición energética, que las tarifas de energía no ahorquen a la gente; o que haya un sistema de salud más eficiente, con médicos mejor pagos y más cercanos a los sectores más pobres y alejados? Son reformas que el país espera desde hace tiempo y que son necesarias.
Pero la manera como él y su Gobierno han planteado los temas de la reforma a la salud, el futuro de la exploración y explotación de hidrocarburos; y los mensajes poco claros para avanzar hacia la paz total, debido al enredo jurídico para distinguir el escenario de diálogo político del narco puro de los carteles, parece estar pasando factura. El estilo, además, cuenta y en eso también se equivocan. El tono retador y arrogante de ministras como las de Salud y Minas, por ejemplo.
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Cuando un mandatario propone grandes cambios que la gente lleva años esperando, la ansiedad y la expectativa son muy altas. Hoy, según el resultado de la encuesta, la gente no ve avances en la solución de los grandes problemas. La gente no cree que el país esté avanzando con Petro, según el análisis de Martin Orozco, de Invamer.
Esto que está pasando con la favorabilidad del presidente confirma la tesis de Moisés Naim (libro El fin del poder) de que el poder “cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder”. Lo grave para el Gobierno de Petro sería que el desencanto venga de quienes votaron por él, de los arrepentidos, en especial si son de estratos bajos, donde el presidente cree tener mayor respaldo y a quienes les habla desde el balcón.
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