“No formamos parte de la oligarquía”: Ernesto y Miguel Samper
Con el apoyo de su padre, Ernesto Samper, Miguel aspira a llegar al Senado. ¿Será el resurgimiento del samperismo en la política electoral?
En Colombia, que un hijo o descendiente de un expresidente participe en política no es extraordinario. Al contrario en los dos siglos de vida independiente, ha sido la regla. La familia Ospina tiene en su haber tres presidentes: Mariano Ospina Rodríguez en 1857, su hijo Pedro Nel Ospina en 1922 y su nieto Mariano Ospina Pérez en 1946 (sobrino de Pedro Nel). Los López, los Santos y los Pastrana han continuado con la tradición.
Para sorpresa de algunos, los Samper no hacen parte de ese selecto grupo. De hecho, el expresidente va más allá y defiende la idea de que su familia no es oligarca: “Nosotros no formamos parte de la oligarquía. Puede ser un apellido aristocrático pero no hemos sido oligarcas”.
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La tradición de los Samper
Aunque desde mediados del siglo XIX los Samper han sido protagonistas de la vida política, cultural, intelectual y económica del país, tan solo hasta 1994 Ernesto Samper Pizano ocupó la presidencia, casi cien años después de que su tatarabuelo Miguel Ángel Samper Agudelo lo intentara.
Históricamente, esta familia ha sido renuente a participar en la política electoral (o no han tenido suerte en ella) y ha centrado sus esfuerzos en otras empresas comerciales o intelectuales. Abrieron la primera cementera del país, trajeron la electricidad a Bogotá y fundaron el primer colegio laico en una época en que la educación estaba en manos de la iglesia católica. En la actualidad, el apellido Samper es sinónimo de periodismo y humor… pero también de elefante.
Ahora, Miguel Samper Strouss, hijo de Ernesto, rompió esa tradición y aspira a obtener una curul en el Senado por la Coalición Centro Esperanza. A su decisión se opuso su familia. “Mi hermano, mi primo, mi tío me dijeron que desistiera de hacerlo” porque son conscientes de lo mal que la pasaron cuando Ernesto fue presidente y tuvieron que afrontar el Proceso 8.000. Un escándalo que Miguel recuerda “como saltar del anonimato al estrellato completo e involuntario porque el famosos era otro”. Para él, que en esa época tenía cerca de 10 años, “era todo un mundo desconocido y muy extraño”.
De este episodio surgió el mayor enemigo de Ernesto: Andrés Pastrana, que no desaprovecha oportunidad para enrostrarle la entrada de dineros del Cartel de Cali en su campaña presidencial, hecho al que ya están acostumbrados los Samper. El expresidente, con cierta dosis de humor, dice: “Yo espero la oportunidad de tener un enemigo más importante para pasar a la historia”.
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A Miguel no le interesa responder al odio de Pastrana hacia su papá. “A mí siempre me enseñaron que uno debe heredar las amistades y no las enemistades. Esas diferencias políticas con el presidente Andrés Pastrana en realidad no las tengo, no me considero parte de esas diferencias. Sí tengo serias y fundamentadas diferencias ideológicas y programáticas (…) Que siga echándole la culpa al proceso de paz hasta de la guerra en Ucrania es un disparate”, dice el candidato al Senado.
El apoyo del padre al hijo
Por lo sucedido en su mandato podría pensarse que Ernesto Samper estaría en desacuerdo con el camino escogido por su hijo. Sin embargo, se ha convertido es su principal apoyo. “Yo fui el único de los pocos de la familia que le dije que se metiera si quería meterse. Son mi hermano y mi sobrino, que tienen una cierta aversión hacia la política, pero viven de ella porque se la pasan criticándola, a los que no les gusta la idea”, cuenta Ernesto. El aliento de Samper papá se debe a que, desde chiquito, vio en él “esas inclinaciones raras” a la política.
Miguel recuerda que siempre acompañaba a su “padre a todas las correrías” y a las reuniones. “A mí siempre me encantaba. Me crie echando maicena en una chiva y con ese romanticismo que yo había visto en la política”. Él es consiente que la política es ingrata y peligrosa; aun así, cree que entrando a ella es la “única fórmula para arreglar el problema de la tierra en este país”, su principal bandera de campaña.
Miguel no tiene ningún problema con que lo llamen delfín. Sabe que el término tiene una connotación negativa y que al que se lo adjudican carga con el estigma de ser considerado un zángano que obtiene todo sin mayor esfuerzo. Pero él se siente tranquilo porque, primero, se ha “partido el lomo trabajando desde el sector público en los últimos trece años” (entre los cargos que ocupó está el de director de la Agencia Nacional de Tierras, entre 2016 y 2018). Y, segundo, sí se siente heredero del programa social de su padre, “del Sisben y de la defensa de los maestros y de las regiones”.
En defensa de su hijo, el expresidente cuestiona el concepto de delfín: “Eso es un poco ridículo porque la aspiración de un ginecólogo es que si hijo estudie ginecología y sea tan bueno como él (…) Entonces, ¿por qué la aspiración de un político no puede ser que su hijo haga política?”.
Él no niega las ventajas que puede tener el hijo de un expresidente a la hora de incursionar en política. Pero –dice Samper papá– “también tiene muchas desventajas. Carga con enemigos, carga con señalamientos… No es que sea gratis la condición de delfín. Este no es el Seaquarium de Miami (…) Mi problema es que metan al delfín en un acuario de tiburones”.
Una campaña por fuera del liberalismo
Luego de recuperarse de una operación a la que fue sometido hace unas semanas (“¡Por fin tenemos un marcapasos en la campaña!”, bromea su hijo), Ernesto se ha convertido en uno de los principales escuderos de Miguel, y en esa relación política hay una particularidad: sin abandonar el Partido Liberal, él apoya a su hijo, que renunció a la colectividad y acogió las banderas de la Coalición Centro Esperanza.
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Para el candidato al Senado, el partido dirigido por Cesar Gaviria “tomó decisiones equivocadísimas empezando por apoyar a Iván Duque” y tuvo un “silencio cómplice” frente al hundimiento del acuerdo de Escazú, a la aprobación de la reforma tributaria y al archivo de la jurisdicción agraria. “Yo no podía estar en un partido que le ha dado la espalda al pueblo y por eso renuncie”, dice Miguel.
A él, esta situación le parece extraña, pero entiende a su papá: “Él me dijo que no lo pusiera a renunciar al Partido Liberal porque a sus 71 años difícilmente iba a cambiar de partido político, de equipo de futbol o de mujer”. Sin embargo, se siente orgulloso de haberlo convencido de votar en la consulta de la Coalición Centro Esperanza.
Por su parte, a Samper padre si le ha costado un poco mantenerse callado y no opinar sobre la campaña presencial: “Hice un compromiso de que no me iba a pronunciar sobre este proceso de consulta. Creo que Miguel es el que tiene en este momento la responsabilidad de buscar su espacio y de fijar lo que más le convenga. ¡Espero que coincida con lo que yo pienso!”. Por fortuna, para él, este silencio durará poco ya que, una vez pasadas la consulta y las elecciones legislativas, dará a conocer su respaldo a la presidencia.
Ahora bien, ¿podría ser la campaña de Miguel Samper el resurgimiento del samperismo? Al respecto, Ernesto responde: “Yo creo que él va a ser una reinterpretación del concepto que yo trabajé en política en el que, en lugar de tener de dogmas, hay que interpretar las necesidades de la gente y representarlas”. Miguel se siente heredero del programa social de su padre y de ese concepto de hacer política en región con la gente, pero hace énfasis en que sus banderas las ha construido gracias a su experiencia como servidor público.
“Mis principales banderas –explica Samper hijo– y las que he tramitado durante los últimos trece años en el sector público son arreglar el problema de las tierras, reformar la justicia para modernizarla y hacer que vuelva la justicia social; por ejemplo mejorar las condiciones de los contratistas públicos para que no sean presas de los políticos, y, por supuesto, de los maestros que hoy en día el más preparado, el que tiene doctorado, está ganando la tercera parte de lo que gana un viceministro y una sexta parte de lo que gana un congresista, algo francamente inaceptable porque un país que no respeta a sus docentes, no puede reclamar dignidad“.
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Quedan pocos días para saber si los trece años de trabajo en la vida pública, las correrías por todo el país y el apoyo de Ernesto serán suficientes para que Miguel conquiste un escaño en el Senado. De lograrlo, podría ser el primer paso para que, en un futuro, lejano o no, otro Samper ocupe la presidencia de la República. Amanecerá y veremos.
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Samper puso la plata para el acueducto de Villavicencio y se la robaron los corruptos del Meta en su momento. .