Equipos de autor

La expresión se la oí hace un par de días a Adolfo Zableh mientras hablábamos de fútbol en su casa, porque empezamos a repasar, en un ejercicio extraño pero habitual, esos equipos en los que el colectivo generalmente imponía sus condiciones y llevaba a que varias de las individualidades de esas formaciones, impulsadas básicamente por su entrenador, lograran tener un rendimiento mucho más destacado por cuenta de la fortaleza del proyecto en el que andaban involucrados. 

Entonces en la mente apareció aquel Vélez Sarsfield que convirtió las cercanías del siempre lindo José Amalfitani en el cofre capaz de llevar los trofeos más importantes del mundo a un club de barrio. El responsable de esa hazaña impensada en el oeste bonaerense fue una grandísima gloria del equipo, campeón en el 68 y de carrera muy fructífera en Francia: Carlos Bianchi. Sin gran experiencia como DT, apareció como una buena opción en Vélez con el fin de darle un poco más de protagonismo a una institución que, sin ser víctima de grandes sobresaltos futbolísticos, estaba recluida en la medianía del sexto o séptimo puesto en la tabla.

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Y los nombres los juntó él: Chilavert, Pico, Almandoz, Cardozo, Zandoná, Trotta, Flores, Camps, Asad, el ‘negro’ Gómez, los hermanos Husaín, Sotomayor, Pompei, Basualdo, Bassedas y un par más y desde 1993 hasta 1997 el conjunto de la V azulada empezó a escalar lugares insospechados: primero el torneo local, luego la Libertadores y después se trepó en el techo al vencer al Milan de Fabio Capello y la Supercopa del 96. 

Y es tan fuerte el sello del DT que cuando esos talentos empiezan a jugar por separado, ya no parece que aquellos talentos resulten tan fulgurantes. Es rarísimo. Ese Vélez por separado no caminó tan bien: salvo Chilavert -que en Francia tampoco tuvo el nivel superlativo que en Argentina, sin que fuera malo tampoco- el resto naufragó: Pico recorrió España y Ecuador y volvió a Boca -el club donde debutó- sin gran suceso; Almandoz, aquel eficiente lateral izquierdo, perdió el charm inicial y pasó por 13 clubes sin recuperar su imagen inicial; Cardozo, que era parte del mobiliario velezano, después en Newell´s y Chacarita fue opaco y en Uruguay y Paraguay, ahí apenas. Zandoná lo mismo. Trotta sí que fue un caso especial: emergió en Estudiantes, después se puso la cinta de capitán con Vélez y desde ahí, más o menos: Bianchi se lo llevó al AS Roma, donde ambos naufragaron y el zaguero -salvo un par de temporadas con River a comienzos del 2000- poco y nada. Marcelo Gómez, un recuperador de pelotas y pasador que era una de las joyas de aquel Vélez, ni la sombra fue en River o Gimnasia, lo mismo que Pompei, un 10 devenido a 8 que en varios clubes tampoco llenó las expectativas -salvo en el Oviedo español, donde anduvo bien-.

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Esa charla fue mientras Zableh y yo veíamos el aburridísimo Atlético Madrid-Granada de la semana que pasó y que es dirigido por un entrenador creador de equipos de autor como Diego Simeone, un técnico capaz de potenciar jugadores y llevarlos más allá de su propio límite, pero que en ocasiones, también esos futbolistas -no todos, pero pasa- sucumbieron al reto de ir como solistas en otros lugares: Arda Turan -de ser uno de los mejores volantes externos del fútbol español, terminó diluyéndose entre Barcelona y Estambul-, Filipe Luiz -su llegada al Chelsea marcó el comienzo de su declive-, Miranda -blando e inseguro en Inter y Sao Paulo-, Godín -era uno en el Atlético y otro diametralmente opuesto en Inter y Cagliari-, Falcao -lesiones mediante, nunca pudo volver a ser el del Atlético-, Saúl -hoy en el cuarto de los chécheres en Stamford Bridge- Griezmann -luces en Madrid, sombras en Barcelona-, Luciano Vietto, Jackson Martínez, Cerci, Gameiro, Diogo Jota, Santiago Arias, Kalinic, Vitolo…

Hay más equipos y más ejemplos. Un DT obsesionado por una idea es maravilloso, porque -y he ahí su destreza- puede llevar a un lugar más privilegiado a sus dirigidos. Jugadores corrientes se vuelven buenos y cracks se hacen estelares, hasta que salen de ese engranaje.

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