Eres elemental
Búscame —así me lo dijo ella— la lectura de las lecturas, la escritura de las escrituras; un texto en cuyos confines se reúna, en elegante mostela, un buen número de géneros. Lo poético, como el mayor vértice de la belleza, así esté representado en el envoltorio de la prosa; el cuento, que conlleve algo de aquellas noches de encantamientos, al igual que lo fueron aquellos relatos con sortilegio de las mil y una noches; el ensayo, como la prez del pensamiento, el cual en medio de su discurrir nos ayude, generosa y juguetonamente, a trajinar con algunos de los temas de aquella solemne matrona, la filosofía; un texto que contenga los rasgos de esa psicología intuitiva de los introversos tímidos e inteligentes; que muestre, en bien dosificadas ocasiones, algo de dolor, de remordimiento y de pecado, para así acercarnos, con leve tono y discreción alegre, a la tragedia; que sea transparente, pues la literatura difícil cansa y difícilmente suscita; que a la par transite de cuando en vez por el humor; que use la pincelada exacta, como corresponde a los maestros de la descripción; que sea sobrio y preciso, pero que cuando vaya, en acompasada escritura, paseándose por lo bello, no escatime la extensión.
¿Podrías —porfió esa inteligente compañera— reunirme con la obra de un artista que haya escrito con alguna prodigalidad, y en donde no se encuentre una página menor, un capítulo menor, una palabra menor? Alguien, que al mismo tiempo que siendo serio, al leerlo lo sintamos, ¡qué bien!, así: humano, cercano, amigo.
Has de saber —y parecía reconvenirme— que el escritor que más estimamos es aquel que no se distancia, y que diga lo que diga, se asemeja siempre a un compañero que nos estuviese quedamente hablando… quedamente susurrando… Ese erudito que siente y sabe, y que por ello lo llevamos en el entendimiento y al mismo tiempo le abrimos un rescoldo en el corazón.
También de Luis Guillermo Giraldo: Ecoansiedad, Petroansiedad y asuntos cárnicos
Y –me machacó el asunto— te insisto en esto: dime, ¿qué escritor, sin oficiar de tutor o de pedante profesor, nos desliza, sin que nos demos cuenta, una valiosa parábola y una ingeniosa enseñanza, moral y humana a la vez?
Encuéntrame — y en sus labios era este un desafío lanzado a través de la supuesta inocencia de una sonrisa femenina— a quien en sus textos y en sus temas sea universal y perenne, pero que, igual, dé fe de su época y de lo individual; y que, al mismo tiempo, con amor convoque en sus textos a su chica y entrañable provincia nativa.
No es complicado — le respondí a ella. Guardo diáfanos recuerdos de los instantes. Musicante era el aire de sosiego y siesta; un tiempo menos exigente incitaba a un inocente desfallecer; la quietud que en mi alrededor se generaba propiciaba una mejor comprensión del mundo; había desaparecido la frontera de los horizontes y en ellos y tras ellos me asilaba yo muy morosamente; el espíritu descubría más amplia su medida, y feliz se hallaba allí en su terrenal andadura; una nueva y más amable sensibilidad me rondaba; brotaba una levedad; quizás un rumor, apenas en mi interior presentido, se anunciaba; la paz gravitaba sobre el pensamiento, y lo detenía y lo profundizaba. Había —concluí— unas tenues pero muy sensitivas señales del paraíso.
Eres elemental — finiquitó ella cariñosamente: leías a Borges.
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