Las agonías de la escritura

Un taller de escritura debe ser un centro de pensamiento y estar abierto al debate de todos los temas (sexo, política, ecología, salud, educación…) por la sencilla razón de que somos, antes que escritores, ciudadanos.

Es cómodo ponerse en modo Wilde y decir que la literatura es amoral, pero la cosa no es tan fácil. Hace 70 años, por ejemplo, Navokov escribió Lolita y la ovación fue estruendosa. Cuando Gabriel García Márquez quiso repetir la gracia en 2004, sus Memorias de mis putas tristes fueron recibidas con un silencio helado. La situación era muy distinta, la pedofilia era una cosa maloliente y los niños eran sagrados. 

Es paradójico, somos moralistas inmorales: el drama, el cuento y la novela se nutren de la transgresión de las normas (las señoras fieles y los señores que pagan cumplidamente sus impuestos carecen de sexapil narrativo). La violación de la norma genera el “conflicto”, elemento indispensable del relato. Pero esas infieles y esos evasores suelen terminar mal, quizá porque los finales felices están pasados de moda, o porque en literatura, como en la vida, las cosas tienden a terminar mal.

Pero el escritor tampoco puede cerrar la historia con moralejas tiernas. No puede ser tan simple como para terminar aconsejando la fidelidad y el cumplimiento de nuestras obligaciones fiscales. En sus obras juegan la moral religiosa y las normas del código penal, pero el lector espera algo más complejo, una tercera mirada, llamémosla así, una que trascienda los preceptos religiosos y las normas de la policía. Si no, ¿para qué poetas?

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Los escritores y los profesores de literatura lidiamos, además, con asuntos técnicos. Son cuerpos teóricos que llamamos “poéticas” en honor a La poética de Aristóteles, un libro de teoría dramática. Las poéticas contienen definiciones de los géneros y consideraciones generales sobre la manera más eficaz de construir relatos, poemas o ensayos. Es un trabajo difícil porque la literatura no es una ciencia exacta. Todo en ella es subjetivo.

La única regla absoluta de la estética dice que no hay normas estéticas absolutas, y lo más que podemos hacer los profesores es proponerles a los estudiantes unas plantillas básicas de las estructuras de los diferentes géneros; sugerirles que sigan esos modelos en sus primeros ejercicios y que los subviertan luego, cuando sientan que ese cuento debe empezar por el final, que en ese ensayo debe pesar más la conjetura que el rigor o que, por esta vez, el poema debe apoyarse en formas definitivamente prosaicas.

Un taller de escritura debe ser un centro de pensamiento y estar abierto al debate de todos los temas (sexo, política, ecología, salud, educación…) por la sencilla razón de que somos, antes que escritores, ciudadanos. Debe contemplar en su pensum la crítica literaria porque el escritor tiene que ser el primer crítico de sus ejercicios; porque sin crítica el taller se vuelve un espacio de mera tertulia, los estudiantes pueden caer en terrenos viscosos y evadir las discusiones por el camino de tangentes populares, como la que reza que “entre gustos no hay disgustos”.

Talleres de escritura
Talleres de escritura. Foto: Idartes.

Es verdad que la literatura es una materia subjetiva, pero no podemos soltar bestialidades y afirmar que Camilo José Cela es mejor novelista que Dostoievski, que Borges es un crítico aceptable o que Piedad Bonnett es inferior a Ángela Becerra. Usted puede confesar que no le gusta Vargas Llosa, pero nadie que esté en sus cabales dirá jamás que es un mal novelista. Para esto, entre otras cosas, puede servir la crítica, para separar el “gusto” del “criterio”.

En mi taller estudiamos el cuento porque es portátil, breve, “tallereable” y feliz; porque huele a mil y una noches. Su protagonista es el argumento y no puede prescindir de la tensión so pena de terminar convertido en un bodegón, un cuadro de costumbres e incluso cosas peores. 

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Cuando no está centrado en una trama ingeniosa, admite finales abiertos, como los cuentos de Kafka o Chejov. El cuento de ingenio reclama finales claros, cerrados.

Nota. El cuento tiene tres enemigos fatales: la erudición, que lo vuelve pedante, y la poesía y la reflexión, que lo ralentizan, entorpecen el avance de la acción.

Estudiamos el ensayo de divulgación científica, hoy más necesario que nunca porque los trabajos de los científicos son muy sofisticados y resulta imperioso que los hombres de la calle conozcamos siquiera la línea gruesa de lo que hacen esos brujos en sus laboratorios.

La ciencia es demasiado importante para dejarla en manos de comerciantes y políticos. Sin conocimientos básicos de biología, economía, educación y salud, ¿cómo podemos tomar decisiones acertadas en las elecciones y participar de manera activa en el diseño de las políticas públicas? El ensayo, el podcast y el audiovisual de divulgación son claves si queremos tener una masa crítica bien informada. Solo entonces la democracia será participativa y dejará de ser apenas una bonita palabra.

Me interesa la crónica concebida a la manera del periodismo literario, ese fenómeno que nació a mediados del siglo pasado y se convirtió en el suceso más importante de la información, la fusión de noticia y narrativa. La crónica es la noticia vista por un ojo humano, no por un diafragma, y los recursos literarios de los narradores le confieren una agudeza singular. La crónica hace legible al periódico de ayer, lo salva del olvido.

En la introducción de El arco y la lira, Octavio Paz demostró que es imposible definir la poesía: 

“La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Obediencia a las reglas; creación de otras (…) Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la superflua grandeza de toda obra humana!”.

¿Cómo dejar semejante potencia por fuera de un taller de escritura? La poesía tiene que estar en el centro de los cursos literarios. 

A partir del segundo sábado de febrero orientaré un diplomado virtual de escritura creativa. Recibiremos la visita de escritores colombianos y extranjeros, leeremos textos de autores consagrados y escribiremos nuestros propios ensayos, poemas, crónicas, cuentos y crítica literaria. Volveremos sobre el desafío de la moral, nos las veremos con las luces y las limitaciones de la teoría literaria, y velaremos para sacarle partido a ese viejo instrumento que nos tocó en suerte, la lengua española.

Correo de contacto: [email protected]

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6 Comentarios

  1. Ejercicio antiestrés debe ser escribir sobre el tema que más nos guste y apasione
    Como admiro a los buenos escritores
    Mis respetos

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