Está en Google

De repente y sin saber a qué horas ocurrió, el humano empezó a vivir un proceso extraño: su credibilidad como especie se fue difuminando. Y esa evaporación de un valor fundamental para la existencia —creerle al otro— es una herida mortal que la tecnología ha ido infligiendo por los costados.

Es más sencillo darle el aval de verdad absoluta a lo que un buscador nos dispare antes que recurrir a la puerta de los recuerdos de cada uno.

Porque, lógico, las memorias se desvanecen y mutan a veces a escenarios en los que la idealización puede magnificarlas o empequeñecerlas. Internet trae consigo la contundencia del pragmatismo, más allá de que el recuerdo sea otro. De hecho, la sorpresa puede llegar a través de la confrontación de ambos escenarios y ver que hay uno completamente diferente al otro, más allá de que no lo hayamos inventado porque lo vimos y lo vivimos. Es muy diferente, por ejemplo, lo que guarda nuestra cabeza sobre la primera vez que fuimos a un estadio —en mi caso, El Campín era más grande que Wembley— a la dimensión real de lo que existe y es.

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Entonces aparece esa esclavitud tan extraña a cotejar los lugares en los que estuvimos, las sensaciones que vivimos y los momentos que alguna vez atravesamos e incluso los nombres que escuchamos y memorizamos, con el notario de hoy que certifica aquellas verdades tan personales: se llama Google. Si no hay una magnánima certificación de él, perfectamente se puede decir que aquel evento que sí está fijo en la mente nunca ocurrió. Hasta se cae en la extraña tentación de autogooglearnos para saber y comprobar si en realidad somos el ser que habitamos.

Estadio Rancagua
Estadio de Rancagua, en Chile.

Por eso día a día hay que vivir episodios de esos que ponen a pensar mucho: hablar sobre algo donde uno estuvo o que uno presenció desde el minuto 1 y que un extraño interlocutor aparezca a decir lo contrario, así en realidad esté equivocado en refutar lo que se quiere contar. No importa si en ese esfuerzo comete trescientas imprecisiones sobre el hecho que busca rebatir, porque ya se transforma todo en una lucha en la que se quiere aplastar el pensamiento a partir de la soberbia empacada en falsa sabiduría. La defensa es una frase manida, convertida en dogma: “qué pena, pero ahí está en Google”. ¡Y a mí qué mierda me importa que esté en Google, si eso lo pudo escribir un marinero noruego embriagado que no presenció nada, sino que levantó un texto a partir de lo que encontró…EN GOOGLE!

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Pero, en ocasiones, más allá de aquella dictadura de estos tiempos, existen todavía pequeñas victorias morales. A mi memoria llegaron recuerdos sobre la Copa América del 2015 y, en esos tiempos, en Esquire, me pidieron una especie de diario de la Copa que ilustraba la cotidianidad de Chile y sus sedes, más allá del fútbol. Allí me encontré con las tres clínicas de reposo que estaban ubicadas en las esquinas del coqueto estadio de Rancagua, el restaurante que se incendió a tres días de su inauguración, el encuentro con Condorito y el cruce de la calle Dell´Orto, digna para la utilización de chistes sumergidos en inmadurez, entre otros pequeños relatos de bolsillo. Nada de eso existe en las redes. Nada. Sólo en mi cabeza. Google no lo tiene. Yo sí.

Algún sectario dirá que, al no haber registro de esos sucesos —más que el mío— me espera pronto una cama en alguna de las clínicas mentales que están en Rancagua.

El problema no es Google que, de hecho, es muy útil. Es de quienes lo usan para pedir permiso y también perdón.

P.D: esta idea de columna apareció en un sueño, en el que yo exponía esta idea en medio de carcajadas y asombro durante un programa de entrevistas tipo Jimmy Kimmel o José Gabriel Ortiz —como me dijo Juan Manuel Reyes, amigo y colegay, cuando desperté a revisar los apuntes, no entendí un carajo. Muchos recordaron aquel capítulo de Jerry Seinfeld, en el que el humorista anota una rutina en medio de la noche y con la consciencia medio anestesiada. En el momento en que escribí en Twitter sobre mi experiencia onírica, también me dijeron que así se creó ‘Across the universe’, la famosa canción de The Beatles. Agregaron nombres como los de Borges, Dalí y Robert Louis Stevenson, y hasta el comienzo de la película ‘El secreto de sus ojos’ (Campanella-Sacheri). Lamento mucho no contar con el nivel de los citados para sentarme al lado de ellos y considerar este texto como una obra maestra.

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